Por: Kepa Arbizu
Si no fuera por lo rimbombante y poco aclaratorio que resulta, tendría toda la lógica del mundo definir a Joe Henry con ese absolutista término de “artista del renacimiento” como consecuencia de su aptitud para abarcar con sobrado talento prácticamente todas las disciplinas relacionadas con el hecho musical. Y es que el estadounidense ha sido, y es, capaz de destacar como productor, instrumentista, letrista, intérprete y por supuesto, y ese es el aspecto que aquí nos ocupa con motivo de su nuevo disco “The Gospel According to Water”, como un compositor sin parangón en el panorama actual. Una valoración generada por algo incluso más trascendental que el sobresaliente resultado alcanzado por su obra: el particular y profundo lenguaje comunicativo que ha tejido alrededor de su nombre.
No se puede aparcar a la hora de abordar la génesis de este álbum la dramática noticia que hace un año llegó a su vida y en la que se le anunciaba un proceso terminal de cáncer, una realidad médica que a día de hoy ha sido burlada de momento por los acontecimientos. A pesar de que el propio autor esquiva la rotunda importancia de dicho episodio en las composiciones surgidas durante este tiempo, lo innegable es la presencia en ellas de un mayor poso humanista y espiritual, ya desde el propio título escogido. Igualmente destacable es la adopción de una temática , pese a lo crudo y oscuro que se manifiesta el contexto sonoro, que no se sumerge en el lamento continuado, al contrario, se eleva hacia un territorio (auto)reflexivo encaminado, en no pocas ocasiones, a propugnar un espíritu de superación. Terreno idóneo para que un escritor de su talla exprima toda su vertiente lírica y simbólica.
Si dichos textos funcionan como el vestido perfecto para ese carácter cavilador , la manera en que son interpretados, con ese particular tono de voz -aquí en un destacado primer plano- que pese a brotar desde una aparente brusquedad se revela acogedor, aumenta el sentido confesional que adorna a un contenido global marcado por una escalofriante cercanía. Calidez argumental que sin embargo choca con una -para nada desconocida en la carrera de Henry- forma musical de radical austeridad y orgánica naturaleza, definiciones de un estilo perfectamente reconocible, originado al albur del folk, blues, jazz, rock o cualquier representación de los sonidos estadounidenses, pero al que ha conferido un formato único en el que a estas alturas resulta imposible disociar las partes de su todo. Una caracterización musical alcanzada gracias también a una fiable banda de acompañamiento en la que junto a la presencia de su propio hijo, Levon, aparecen las figuras de David Piltch, Patrick Warren y John Smith.
Un plantel junto al que elabora una instrumentación espartana, por momentos de regia sobriedad, que parece imaginada como el delicioso, pero seco, paisaje de fondo con el que acompañar, y revitalizar, un verbo que resuena con toda la honestidad y cercanía que es posible. Así, como si de un Elvis Costello en su acepción más crooner y crepuscular se tratase, inicia un recorrido con “Famine Walk” que encontrará su continuación natural, más allá de la mera ubicación, en el tema homónimo. Perfectas y exquisitas pruebas de que en estas composiciones conviven, aunque pueda sonar paradójico, la gélida amenaza de la muerte con el vitalista deseo de encarar un nuevo día.
Puede que la diferenciación entre las canciones que forman este álbum sea una cuestión de detalles , pero es que son precisamente ellos los que siempre han dictado sentencia a la hora de discernir entre lo bueno y lo excelente. Por eso la cierta desinhibición concedida al acompañamiento de “Mule”, ofreciendo frutos mas bucólicos y pastorales, y la mayor teatralización perceptible en “Orson Welles”, resultan matices dignos de ser mencionados . Un concepto diferente, opuesto de hecho en cuanto a su esencia, asume “The Fact Of Love”, donde sus espectrales coros y una interpretación de los instrumentos que más que tocados parecen golpeados en busca de su más pura condición, la convierte, junto a una mortuoria “Book Of Common Prayer”, en dos de los momentos más impresionantes aquí contenidos. Un efecto que de nuevo tomará otro giro, en esta ocasión para mostrarse más melódico y en cierto grado aliado a una ambientación jazzística, en las mas llevaderas, pero nada banales, “Gates Of A Prayer Cemetry #2”y “Salt And Sugar”.
Con la llegada del final del disco aparece un tema que si llamativo resulta su título, “General Tzu Names The Planets For His Children”, mucho más trascendente es su contenido musical, de un desnudo romanticismo que induce a ser imaginada cantada en un vacío bar a la hora de su cierre para una inexistente audiencia y aun así generadora de un vendaval de emociones. Y es que así se percibe en global este “The Gospel According to Water”, como un trabajo que hace desaparecer la a veces insalvable distancia entre intérprete y oyente. Un milagro capaz de obrarse gracias a la, en apariencia, sencilla tarea de plasmar la infinita fuerza que esconde la determinación de un ser humano por mostrarse a sí mismo tal y como es, en su crudeza y en su belleza.