Si tuviera que elegir tres bandas de pop-rock circunscritas al ámbito madrileño de los primeros ochenta, sin lugar a dudas mis elecciones estarían más que claras. De un lado Parálisis Permanente, con Eduardo Benavente y Ana Curra, con su estética rompedora y con un buen puñado de canciones urgentes, de aires adolescentes, que aún hoy me siguen haciendo enardecer. De otro Gabinete Caligari, con su idiosincrasia particular por bandera, con aquellos textos opresivos y una actitud tan chulesca como idónea para romper moldes estandarizados. Y por último rescataría a unos habituales olvidados como Décima Víctima, una de nuestras joyas mejor guardadas a ojos del gran público.
La historia de Décima Víctima es la de Carlos Entrena que tras conocer los entresijos del mundillo musical patrio con los efímeros Ejecutivos Agresivos, entra en contacto con los hermanos suecos Mertanen, Per y Lars, viejos conocidos de aventuras musicales como Cláusula Tenebrosa y Ella y Los Neumáticos, donde Lars militó junto a Christina Rosenvinge y Edi Clavo, a los que posteriormente se uniría José Brena, haciéndose cargo de las baterías, para dar vida a una de las formaciones más intensas, melancólicas e interesantes de todo aquel efervescente período.
Únicamente dos referencias originales de larga duración bajo su firma, el inicial “Décima Víctima” y “Un Hombre Solo”, dos chispazos de luz en mitad de la oscuridad e introspección que les caracterizó, para dotar de un sentido al after punk estatal, desde una perspectiva muy personal, de clara querencia mancuniana, con los ecos de Joy Division, The Cramps y los aires siniestros retumbando en cada nota, que hoy, más allá de recopilatorios, reediciones y demás ediciones de singles, adquieren una nueva dimensión con la edición de “En el Garaje”, vía Munster Records, una grabación extraviada durante años que ahora ve la luz para mostrarnos de una manera cruda la verdadera dimensión de la banda.
De aspecto minimalista, crudo y siniestro, lo recogido “En el Garaje” sienta como anillo al dedo a una serie de composiciones que en un estado primigenio ya destilaban elegancia y sofisticación, invitando al oyente a una noche en soledad, plagada de ritmos hipnóticos y machacones, en la que disfrutar con los cascos bien puestos de una madrugada entre preguntas sin respuesta y pasadizos personales repletos de incertidumbre en compañía del sonido más sucio de una de las bandas más intensas de nuestra música.