Por: Javier Capapé
Entre interrogantes se nos presenta la última criatura de Coque Malla. Es este “¿Revolución?” un disco tremendamente inquietante, desde su título hasta su trascendental contenido. Sabíamos del reto que suponía para el madrileño superar lo conseguido con el sobresaliente “El Último Hombre en la Tierra” y su continuación con “Irrepetible”, pero parece que ha sabido mantener la línea marcada por su disco más valorado e incluso hacerla más grandilocuente y variada a nivel estilístico.
“¿Revolución?” convence desde que suena el ambiente de fondo que abre la canción que le da título. Conforme avanza el disco va creciendo y exigiendo a partes iguales, consiguiendo que sus elaborados arreglos no se conviertan en algo ampuloso, sino que sean el complemento adecuado a unas letras que cuestionan y que incitan a cierta revolución interna, que es la que verdaderamente vale la pena si buscamos un cambio real. Coque Malla ha ido un paso más allá de lo que nos propuso hace poco más de tres años al publicar el que hasta ahora era su disco más adulto, pero sin llegar a cansar por el hecho de sobreproducir algunas de sus canciones. El cuarteto de cuerda que adornaba “La señal” o “Me dejó marchar” se transforma aquí en una orquesta sinfónica embriagadora que supone el colchón donde se asientan algunas de esas elaboradísimas composiciones. Además, sigue muy presente también la sección de vientos, comandada de nuevo por su hermano Miguel, que se torna más funky, adoptando una pizca de riesgo y descaro que ilumina con ciertos toques disco canciones tan bien recibidas como “Un lazo rojo, un agujero”.
El disco cuenta con mucho más ritmo que el anterior aún con las cuerdas todavía más presentes. Y cuando digo ritmo quiero decir swing, funky, fraseos entrecortados y coros que incitan al movimiento, siendo estos coros otro de los puntos fuertes del disco, sobretodo en las aportaciones de María Ovelar, Araceli Lavado y Maisa Hens, que visten con gran personalidad canciones como “El Árbol” o “Extraterrestre”. No encontraremos temas desnudos o con poco más que el cuarteto básico de rock, aunque algunos como “Mantras en la oscuridad” o “El Árbol” sean más frescos y guitarreros. En otros como “Un Ángel Caído” las seis cuerdas ceden protagonismo a los teclados, recordando concretamente en esta canción a Supertramp por el uso del rhodes, y en “Sólo queda música” (que ya querría haber escrito para su cancionero Fito Páez) nos toparemos también con un pequeño giro hacia la psicodelia en el tramo final, lo que da muestras de que en este álbum entran todo tipo de influencias, eso sí, vestidas siempre con el mejor traje.
¿Alguien se ha parado a escuchar con detenimiento las preciosas melodías que dibujan las cuerdas en “Un lazo rojo, un agujero”, “América” o “Polvo cósmico”? Son pequeñas obras cinematográficas tejidas con absoluta maestría por la orquesta sinfónica de Bratislava. En ellas la orquesta toma un papel principal, pero no por ello suenan simplemente a obras clásicas. “Un lazo rojo, un agujero” se tiñe del sonido Filadelfia con gran acierto, además de contar con uno de los pasajes más embriagadores del álbum gracias al rap del aragonés Kase O (mano a mano con el propio Coque). “América” crece poco a poco hasta acercarla a los aromas del “Sgt. Peppers” de los Beatles, sobretodo en su desarrollo central, y “Polvo Cósmico” nos remite a “La Señal”, principalmente por el uso del ritmo, y se viste de gala con el profundo aporte del recitado de Jaime Urrutia, que hace suyo el bello poema escrito por Laura Gómez Palma que acapara toda la atención de la canción.
También hay piezas más ligeras al tener arreglos más sencillos que los ya citados, como sucede con “El Árbol”, que suena como si la hubiéramos escuchado antes con uno de esos estribillos pegadizos marca de la casa. En “Un Ángel Caído” nos recuerda a Leonor Walting y Alejandro Pelayo por el dibujo de su melodía, tendente a la estética noir, y en “Extraterrestre” su ritmo suena casi industrial sumado a una forma de cantar entrecortada con mucho funky, recordando incluso a Prince, donde podremos detenernos además en cada silencio que ocupa la respiración de nuestro protagonista.
El cierre con “El gran viaje a ninguna parte” nos devuelve a la época de “Termonuclear” y supone el fin de un juego comenzado con la épica de su tema inicial y rematado con la calma de aquel que no pretende contestar a todas las preguntas planteadas, porque esa es la clave de este disco, sugerir más una revolución personal en la forma de afrontar nuestro día a día para así poder ver el mundo con nuevos ojos.
La producción de José Nortes y Toni Brunet dista mucho de esos títulos en los que Coque Malla dice inspirarse para la estética sonora del disco, que son “A moon shaped pool” de Radiohead y “Random access memories” de Daft Punk. Una vez más el ex Ronaldos está más cerca del clasicismo de Divine Comedy que de estos álbumes más experimentales, pero lo que es cierto es que en este “¿Revolución?” Coque no se ha puesto límites para entregar su obra más exigente, variada y a la vez carismática. Con todos los medios necesarios, la producción es de altura y el resultado es de nuevo brillante, superándose a sí mismo. El madrileño cumple y consigue que sus grandes logros anteriores parezcan una suave sierra frente a la enorme cordillera revolucionaria de su última gran ascensión.