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Coldplay: “Everyday Life”

Por: Javier Capapé 

Por fin llegó el momento esperado. La segunda parte en la vida de Coldplay tras la recapitulación que supuso el documental “A Head Full of Dreams” después de su última gran gira, que les dejó exhaustos una vez pusieron punto y final a dos intensos años de conciertos. Ese documental dirigido por Mat Whitecross parecía dejar el futuro de la banda condicionado a encontrar algo nuevo por lo que valiera la pena seguir en el camino. Algunos dudábamos de su continuación e incluso temíamos el comienzo de la carrera en solitario de Chris Martin, pero finalmente las aguas volvieron a su cauce y el cuarteto británico nos sorprendió de forma inesperada a finales de octubre con un adelanto de lo que sería su inminente nuevo álbum, lanzado apenas un mes más tarde, el 22 de noviembre. Todavía sigo preguntándome cómo es posible que todo el proceso de grabación del disco no se haya filtrado en ningún momento, y más sabiendo que los primeros bocetos para el álbum se grabaron en Italia a finales de 2017. 

“Everyday Life” es un disco doble que muestra las emociones por las que podemos pasar en nuestra vida cotidiana. Cada día puede ofrecernos algo nuevo o depararnos una sorpresa, como lo es en sí mismo este disco. Dos caras o dos maneras de afrontar un día en la vida. Organizado en dos partes diferenciadas “Sunrise” y “Sunset”, cuenta con dieciséis canciones en una línea que les separa sustancialmente de sus más recientes álbumes, lo que supone ese punto y aparte que se propusieron llevar a cabo tras el colorido y la efusividad de “A Head Full of Dreams”.

Tras muchos días de escucha intensa para empaparme de todos los detalles que contiene este disco e intentar no dejarme llevar únicamente por las primeras impresiones más emocionales, podría llegar a afirmar sin miedo a equivocarme que “Everyday Life” es uno de los mejores discos del cuarteto, si no el mejor. A la altura de la montaña rusa emocional que fuera en su día “A Rush of Blood to the Head” o de su más acertada reinvención con “Viva la Vida”. Aunque comparar esta obra con los dos discos citados es fácil. Quizá sea más apropiado ir un poco más allá y comparar “Everyday Life” con su más inmediato predecesor “A Head Full of Dreams”. Cuando éste nos ofrecía un abanico multicolor de emociones para reafirmar que Chris Martin y los suyos estaban haciendo exactamente lo que el cuerpo y el corazón les pedía, dejando atrás etiquetas, “Everyday Life” supone el contrapunto reflexivo a esta explosión de color. Las sensaciones se tiñen ahora de blanco y negro y la introspección crece, pero sin dejar de mostrar un caudal de emociones que es fiel reflejo de lo que una vez más el cuarteto quería ofrecernos. Sin obedecer a estrategias de marketing o a giros orquestados para captar mayor atención. Coldplay han seguido únicamente sus impulsos por encima de todo y han hecho el disco que querían hacer, ni más ni menos. Pero además han conseguido que crítica y público se pongan de acuerdo.

No es correcto decir simplemente que es un disco maduro, pues entre todo el color y los fuegos artificiales ya había madurez mucho antes (si dudan pueden remitirse a “Ghost Stories”). Los críticos más voraces tendrán que admitir que no hay casi nada prescindible en estas dieciséis canciones, que Coldplay entregan un disco sin costuras, perfectamente hilvanado en temática y espíritu. Y por primera vez desde hace mucho tiempo, esa crítica afilada (aunque lo digan con la boca pequeña) se ha puesto de acuerdo con un público que ha sabido acoger con los brazos bien abiertos un disco que seguro les acompañará por mucho tiempo y que envejecerá probablemente mejor que ninguna de sus anteriores obras. Porque esto es música atemporal, vibrante y sanadora. Y eso no cambiará por muchos años que pasen. Desde que los arreglos de cuerda de Davide Rossi y John Metcalfe abren la instrumental “Sunrise” (en la primera parte de este disco doble) nuestros oídos perciben que estamos ante algo grande. Algo que cambiará nuestra forma de acercarnos a los sonidos de la banda liderada por Chris Martin. Y una vez hemos sucumbido ante el poder gráfico de esta introducción (prueben a escucharla viendo el montaje de su presentación en vivo desde Ammán), el nivel se mantiene con “Church”, aquí ya con un tratamiento sintético que puede recordar a sus producciones junto a Brian Eno.

“Trouble in Town” se torna más dura e incisiva gracias al bajo de Guy Berryman como guía y al pasaje central que muestra una espeluznante identificación policial que permite reflexionar sobre la xenofobia imperante y la violencia física y verbal. Además cuenta con un solo de guitarra punzante en una de las mejores interpretaciones que podemos recordar del bueno de Jonny Buckland. Pero esto no queda solo en la mayor presencia de las seis cuerdas, puesto que se unen magistralmente a éstas unos arreglos de vientos inéditos hasta la fecha en un disco del grupo pero absolutamente sobrecogedores y perfectamente integrados en el espíritu de la canción, sin chirriar un ápice. Cuando creíamos que Coldplay habían dado una completa vuelta de tuerca a su sonoridad aparecen los coros góspel de “Broken” y nuestra expresión se ilumina. Todo puede ser nuevo en este “Everyday Life”, todo puede renovarse cada día. Francamente, el experimento góspel les sienta fenomenal. “Daddy” va en una línea entroncada por las clásicas baladas al piano del grupo, aunque la historia que nos cuenta conmueve y la hace más especial si cabe. El latido del corazón que suena de fondo nos conecta con nuestro yo interno haciendo que la canción sea una de las más sentidas que haya interpretado nunca la banda.

Tras el interludio inacabado y prescindible “WOTW/POTP (Wonder of the World / Power of the People”) llega una de las canciones más viscerales que hayamos escuchado de manos del cuarteto, aunque en este caso rodeándose de Stromae, que recita la segunda estrofa del tema en francés, además de una potente sección de metales liderados por el saxofonista nigeriano Femi Kuti que le da un aire acid-funk adictivo. Las guitarras tampoco pierden protagonismo, aunque lo que más resalta y se convierte en uno de los zénits del disco (y por qué no decir también de la carrera global del grupo) es el solo de saxo de Kuti, que da rienda suelta a su versión más jazzística y en el que podríamos habernos quedado eternamente. Una auténtica maravilla, que todavía lo es más solo por estar integrada en un disco de Coldplay (si alguien me hubiera dicho que la banda integraría un arreglo como éste en uno de sus discos jamás le hubiera creído). Y no sólo queda ahí “Arabesque”, ya que su éxtasis final es una auténtica apisonadora que permite subir hasta el cielo y no bajar de allí gracias a la plegaria con la que cierra esta primera parte. Otro tema coral en una línea cuasi religiosa como es “When I need a Friend”, donde es muy difícil no derramar alguna lágrima. Ahora bien, cuando pensamos lo complicado que puede ser superar esta colección de ocho canciones aún tenemos por delante una segunda parte que mantendrá con creces el nivel adquirido. 

“Sunset” abre con una bala en la recámara cargada de provocación y mensajes ácidos. “Guns” es una bomba de dos minutos, directa e incisiva (no diré como tantos otros que recuerda al Dylan más combativo de los sesenta). La canción más colorida que entronca con su anterior LP es “Orphans”, pero lo más llamativo de ésta es que encierra un mensaje mucho más serio de lo que dibujan sus hechuras, que igualmente son poderosas gracias a un estribillo pegadizo y unos coros revienta-estadios marca de la casa. Los aromas africanos llegan con “Èkó”, en la que Jonny Buckland dibuja un fraseo colorista a la par que virtuoso a la guitarra. Recuerda a ambientes conseguidos por artistas de la talla de Salif Keita o Youssou N’Dour y se convierte así en otra de las grandes curiosidades de la colección por salirse claramente de su zona de confort. Pero este riesgo no termina aquí, porque “Cry Cry Cry” se recrea en los sonidos soul y vuelve a la senda iniciada antes con “Broken”, aunque esta vez acompañado de una segunda voz pasada por filtros de la mano de Jacob Collier que le da un toque ingenuo y más espontáneo a esta revisión del “Cry Baby” que en su día versionara Janis Joplin sobre el clásico de Garnett Mimms & The Enchanters

“Old Friends” es mi pequeño refugio. Una canción con guitarras acústicas que puede recordar a los primeros pasos de la banda (nos lleva directamente a las formas probadas con “See you Soon”) y que estremece por la melodía que dibuja la voz de Chris Martin, que canta de nuevo con absoluta convicción. La honestidad se cierne sobre sus palabras una vez más en este disco, que sin duda está cantado a corazón abierto. “Children of Adam” comienza con una intro de piano chopinesco antes de dar paso a los recitados en árabe de la mano de Sherry Sami extraídos del poema persa “Bani Adam”, obra de Saadi Shirazi, y a un final casi ambient donde sobrevuelan las guitarras infinitas al estilo del The Edge de los años de “Unforgettable Fire” (otra vez presente Brian Eno). Tras el receso semi instrumental llega la excelsa “Champion of the World”. En sus primeros compases podríamos pensar que estamos escuchando una nueva composición de los siempre inspirados Sigur Ròs, con esos coros sintéticos que parecen sacados de un paisaje islandés en boca de Jònsi, pero rápidamente se transforma en una delicada melodía pop, perfecta para corear en el clímax de un concierto de estadio. Y es que este disco también tiene canciones monumentales como ésta, pero no desentonan para nada con las más íntimas, con las que se mezclan en perfecta armonía. El cierre definitivo viene de la mano de la canción que titula el álbum. Suave, emocionante, sincera, poniendo la carne de gallina gracias, entre otras cosas, a unos arreglos de cuerda sobrecogedores y perfectamente integrados en la interpretación comedida del cuarteto. Cumple su papel de cerrar de manera magistral (con ¡Aleluyas! incluidos) una colección de canciones donde caben todo tipo de estilos, muchos de los cuáles no hubiéramos imaginado que afrontarían los británicos, pero que en el resultado final consiguen su cometido sin sonar impostados.

“Everyday Life” es un disco casi perfecto. Bajo la producción de Rick Simpson, Bill Rahko, Dan Green y Max Martin, además del recuerdo constante a Brian Eno, no encontraremos canciones sobrantes ni momentos vacuos. Probablemente se le criticará por ese odio incomprensible hacia las bandas que consiguen un reconocimiento masivo por sus logros, pero aquellos que no quieran acercarse a él se perderán una colección de canciones que pueden cambiarte la vida. También habrá algunos que se queden en lo anecdótico: en las afirmaciones de la banda acerca de no hacer más giras si no son sostenibles (soltando groserías sobre la alegría que esto les produce), en la presentación del disco en streaming en Jordania y en su repetición días después en el Museo de Historia Natural de Londres, o en cualquier otra apreciación de la que subyace evidentemente una envidia irrefrenable, pero “Everyday Life” siempre irá un paso más allá para los que quieran escuchar. Diversidad de culturas, idiomas, religiones, ritmos, instrumentación y temáticas, pero todo en perfecta comunión. Esa es la esencia del collage que forman estas canciones entre un sugerente amanecer y un atardecer épico. Un día en la vida y toda la vida en un día. Así de sencillo y así de mágico.