Sala Multiusos del Auditorio, Zaragoza. Viernes 22 de noviembre de 2019
Texto y fotografía: Javier Capapé
La edición número 36 del festival de Jazz celebrado en Zaragoza entre el 8 y el 24 de noviembre ha tenido grandes figuras en su cartel, desde Sara McKenzie a los Yellowjackets o Andrea Motis, pero sin duda el artista más esperado esta vez era el portugués Salvador Sobral, que inundó de un exquisito jazz vocal la Sala Multiusos del auditorio de la capital aragonesa. El artista luso venía por primera vez a este festival a presentar su más reciente disco “París, Lisboa”, con el que ha conseguido unir el jazz con la música latinoamericana, la chanson francesa, el fado o la bossa nova. El público que llenaba la sala acomodado en las mesitas con las que se viste elegantemente el festival zaragozano para dar un aire más glamuroso a este espacio más bien desapacible, esperaba ansioso no sólo la canción con la que Salvador Sobral consiguió triunfar en el festival de Eurovisión hace algo más de dos años, sino también las múltiples sorpresas que nos depararía la velada, que si pecó de algo fue de breve, aunque sin bajar la intensidad y el buen gusto.
Sobral se presentó con sus tres magníficos escuderos con los que lleva recorriendo Europa los últimos dos años: Julio Resende al piano, André Rosinha al contrabajo y Bruno Pedroso en la batería. Unos auténticos virtuosos en sus respectivos instrumentos que saben arropar los juegos vocales de Sobral con gran acierto y se adaptan como un guante a sus atrevidas improvisaciones.
El repertorio estuvo lleno de lugares comunes jazzísticos, como el elegante aunque crudo solo de contrabajo antes de que arrancara “Ela disse-me assim”. No faltaron los desarrollos libres con el piano en “Benjamin” o “Ready for love again” y el inconmensurable solo de batería con el que nos dejó atónitos Bruno Pedroso antes de afrontar “Cerca del Mar”. Uno de los solos de batería más increíbles que he podido escuchar. Los juegos vocales que caracterizan los conciertos de Salvador Sobral, donde da rienda suelta verdaderamente a su tesitura (más comedida en sus grabaciones), se dejaron ver en la parte central de “Benjamin”, donde se lució con su trompeta vocal, en la introducción rapeada de “París, Tokio II”, o en los aullidos finales de “Anda estragar-me os planos”, así como en los gorgoritos sobre la caja del piano que le encanta hacer al portugués, que aparecieron en el inicio de “Ready for love again”.
El músico se manejó perfectamente en inglés, francés, portugués y español. Usó nuestro idioma no solo para afrontar hasta cinco canciones en el mismo, sino también para meterse al público en el bolsillo con sus provocadoras presentaciones cargadas de humor inteligente y cierto sarcasmo, una característica de los conciertos de Sobral: música de calidad y humor para afrontarla. Ya que el lisboeta sabe darnos mejor que nadie una buena lección de cómo vivir la vida intensamente desde su lado más amable. Las malas caras quedan fuera y la magia fluye en un espectáculo armado con unas canciones poderosas que crecen dejando atrás los esbozos que nos presentaba en el disco mientras da rienda suelta al espíritu que éstas mismas poseen y que se nos muestra realmente en su interpretación en directo, que vuela libre, como el propio Sobral. Sin complejos para afrontar un monólogo en francés antes de interpretar “La Souffleuse”, ni para modular su voz de arriba abajo y volver a darle la vuelta en “Ela disse-me assim” o para meter la cabeza dentro del piano y dejar que vibre con su voz en “Ready for love again”. A pesar de que puedan sobresalir estos momentos más desbocados de Sobral también demuestra saber afrontar con la maestría del pop el arranque de la velada de la mano de “Playing with the Wind”, con la intimidad necesaria “Mano a mano” (aunque después en su explicación consiguiera que muchos soltásemos alguna carcajada), con la elegancia justa “Grandes ilusiones” y con el respeto que se merece la versión de “Ay Amor” de Bola de Nieve a ritmo de bolero.
Aunque destacó con cierto aire solemne “Cerca del Mar”, la verdadera sorpresa vino en los bises, cuando tras afrontar él solo al piano la esperada “Amar pelos dois” se atrevió con una versión libre del “Somos” de nuestro querido José Antonio Labordeta, que sorprendió a propios y extraños. Un sentido tributo a uno de los aragoneses más queridos por todos. Su canción en boca de Salvador Sobral sonó fresca y creíble. Un homenaje que realmente nos sorprendió por lo inesperado y con el que consiguió atraparnos definitivamente a todos, si es que alguno no había caído rendido a sus encantos vocales todavía. Y eso que aún quedaba la gran despedida con “Anda estragar-me os planos”, donde dio rienda suelta a todos sus tics característicos levantando a todo el auditorio, que estalló en una calurosa ovación como despedida.
Salvador Sobral canta con un dominio vocal apabullante, como demostró una vez más la noche del viernes en Zaragoza. No se le resisten ni graves ni agudos, dándonos cada vez justo lo que necesitamos: profundidad, calidez, desgarro, dulzura, pero sobretodo carácter. No sólo sabe redefinir el jazz y acercarlo a todos los públicos, sino que demuestra tener un don en esas cuerdas vocales que se atreven con todo y que nos seducen en directo gracias a su infalible magnetismo. Sin duda, la magia del portugués puso el nivel muy alto para futuras ediciones de este maduro festival que tiñe de exigente y buen jazz el otoño zaragozano.