Por: Kepa Arbizu
Hay incluso algo de paradójico en cada uno de los lanzamientos efectuados por Neil Young. Por un lado significan la prueba irrefutable de la determinación por mantener en pie la carrera de, no nos olvidemos, uno de los últimos tótems del rock que quedan vivos; por otro, sin embargo, esa procacidad creativa que le empuja a ofrecer material de manera casi ininterrumpida le sitúa bajo una constante y actualizada evaluación. Porque a pesar de que ese status adquirido, con total merecimiento, por el canadiense no está bajo ningún concepto en juego, es igualmente cierto que en los -demasiados extensos- últimos años, no ha dado muestras de una especial capacidad para volver a erizar la piel del oyente, lo que le coloca, o nos coloca a sus admiradores, en un, a priori, escenario poco estimulante.
Es en este contexto cuando volvemos a tener noticias de la publicación de un nuevo álbum suyo, en esta ocasión recuperando la clásica hermandad entablada con los míticos Crazy Horse, formación en la que aparece Nils Lofgren a las guitarras -junto a los habituales Billy Talboy y Ralph Molina- en sustitución del jubilado Frank "Poncho" Sampedro. Dejadas atrás por lo tanto sus recientes colaboraciones con la joven banda Promise of the Real, sin que de momento hayan dejado en su haber grandes hitos remarcables, la intención del viejo Young parece evidente: reverdecer laureles retomando la comunión con aquellos con que mejor sintonía ha encontrado siempre, algo que no sucedía desde el "Psychedelic Pill" del 2012. En tal misión, y tras convencerles para continuar su relación más allá de las tablas, se los llevó a un paraje enclavado en plenas Montañas Rocosas, donde instaló un estudio construido de manera artesanal para juntos dar forma a estas nuevas diez canciones.
Dicho entorno geográfico no solo desvela la explicación que se esconde tras un título como “Colorado”, sino que también sirve para contagiar su salvaje y bello ambiente a la manifestación musical, capaz de alcanzar tanto su representación más áspera como de una alta emotividad, sensaciones contrapuestas que probablemente no estarían muy alejadas de lo ofrecido por el paisaje que se avistaba desde las ventanas del “reclutamiento” donde fueron registradas estas composiciones. Y es que volviendo al principio, Neil Young ha conseguido una de esas cimas que añora cualquier creador, ser el dueño de un sonido que sigue calando y siendo horizonte para generaciones de todo tipo y condición, y no solo eso, sino ser capaz de conseguirlo en las dos vertientes ya comentadas, la más ruda y otra más evocadora. Aceptando esa dicotomía, además muy palpable en este trabajo, la gran interrogante que queda por solventar es hasta qué punto dichas ejecuciones lograrán encontrar aquí su máxima -o una destacada- expresividad o si por el contrario se apilarán entre aquello más prescindible. Resolviendo tal incógnita y descartando por completo la segunda opción, es cierto que en este álbum hay momentos concretos, e incluso algunas intenciones globales, que alcanzan una calificación realmente alta, algo que sin ser extensible a todo el repertorio, cosa por otro lado casi imposible, no ensombrece una creación situada muy por encima de sus predecesoras más cercanas.
La primera toma de contacto con el disco llega de la mano de una impetuosa armónica que nos dirige hacia un un medio tiempo, “Think of Me”, que si es cierto que no tiene nada de excepcional, es precisamente su aparente ambición de no trascender y de mostrarse bajo cierta simplicidad, albergando sin embargo entre su ligero tono a boogie unos sutiles pero muy atinados detalles, lo que le hace poseedor de un pequeño tesoro en su interior. El siguiente paso, “She Showed Me Love”, sí conlleva una mayor relevancia en cuanto a definir parte del sonido que impera en el trabajo. El característico y majestuoso chirrido, de extenuante desarrollo, que desprenden las guitarras hará pronto acto de aparición, si bien es cierto que no de su manera más espectacular, sí allanando el camino para posibilitar más adelante envestir con una arrolladora y angustiosa “Help Me Lose My Mind”. Completa esa trilogía más encarnizada , de nuevo sin su nivel más espectacular pero dejando claro que todavía hay oxigeno suficiente para hacer relinchar a estos viejos caballos, “Shut It Down”, donde intercala intensidad recitativa con coros melódicos por los que colar proclamas incendiarias contra un poder incapaz de contener su afán por destruir La Tierra. Piezas todas ellas que nos invitan a poder trazar una línea temporal que las relacione con aquel “Sleeps With Angels” y, por extensión, y tirando algo más de imaginación, con aquel descomunal “Everybody Knows This Is Nowhere”.
Lo hasta aquí contado no recoge todo el bagaje eléctrico contenido en el trabajo, sí quizás el más punzante, pero si hay algo que agradecer a estas composiciones es su interés por alcanzar diversos estados sonoros, incluidos algunos donde el voltaje todavía persistirá pero orientado a territorios más sutiles, como los impregnados de melancolía en “Olden Days”; los óptimos para facilitar la construcción de un épico himno naturista ("Rainbow of Colors"), con todo lo bueno y lo malo que pueda significar eso, o bajo un discurrir sutil y de espacioso fluir en “Milky Way”. Un tono sensible que, ahora ya silenciado definitivamente el rugido de las seis cuerdas, se va a encomendar al piano para trazar con lánguido romanticismo una agradable “Green Is Blue” o una dulzona y juguetona “Eternity”. Mucho más empaque tendrá el emotivo final a través de la sobria y otoñal “I Do” .
No debería de existir impedimento alguno para poder reflejar con total sinceridad y objetividad el contenido que trasladan los nuevos trabajos de nuestras más insignes leyendas, principalmente porque nada podrá retirarles, como en el caso de Neil Young, su absoluto bastón de mando. Con "Colorado", su más reciente publicación, la situación resulta incluso más fácil, ya que por fin, en los últimos tiempos, nos posibilita decir que, cuanto menos, ha dado vida a un trabajo digno de su leyenda y que induce a ser escuchado con júbilo. Entre sus cortes nos encontraremos con buena parte de esos rasgos que le han definido como el genio que ha sido y es, por supuesto ofrecidos bajo el manto que todo lo tiñe del paso del tiempo, incluido su inquebrantable reivindicación medioambiental, eje discursivo del disco. Porque en este ya muy veterano canadiense siempre ha convivido el hosco gruñón con el fino estilista capaz de guiarnos hasta los pasajes más bellos y delicados. Y ambas versiones las tenemos aquí, la que nos sumerge en plena tormenta como la que nos encoje el alma, emociones complementarias de este universo particular que late otra vez vivo e intenso. Cabalgan, luego triunfan.