Joy Eslava, Madrid. Jueves, 7 de noviembre del 2019
Texto y fotografías: Oky Aguirre
Texto y fotografías: Oky Aguirre
Después de las fantásticas referencias que desde hace algunos años venimos observando de este dúo de australianos afincados en Londres, acudimos con cierta impaciencia al final de la gira europea de Monarchy en la Joy Eslava de Madrid, con el ánimo y las ganas de poder recuperar un género algo alicaído como el Synth-Pop, que no es más que otra etiqueta que ha evolucionado con esta denominación, pero que no ha dejado de beber de un “the river” que siempre ha sido el claro y llamado techno.
Avisados estábamos sobre la habilidad de estos muchachos a la hora de confeccionar estribillos, esa parte musical que conforma el todo o nada en una canción, lo que te hace huir o aferrarte a ella, y cuyo éxito en uno mismo siempre penderá de ese hilo que es tu opinión o gusto. Otra cosa es la importancia o actitud que el músico quiera darle a cada una de sus creaciones, sacrificando esencias musicales para llegar a lo fácil, que en el caso de Monarchy se traduce en ese estribillo impecable, para mayor gloria de los amantes del baile más saltimbanqui.
En esto del techno es imposible no buscar referencias a mejores épocas pasadas, con los Kratwerk, New Order, DEVO y sobre todo OMD, ya que Andrew Kornweibel (teclado y voces) y Ra Khahn (voces y guitarra) conforman una pareja que no funcionarían como uno, algo que en este género sabemos que pocas veces sale triunfante, a no ser que te llames Brian (como Wilson) o te apellides Eno.
Con un comienzo oscuro, como mandan los cánones, y con ambos ataviados con bandanas que tapaban sus ojos, comenzaron con temas ya reconocibles de su primera época del "Around The Sun”. Canciones tan destacadas como “Dancing In The Corner”, “The Phoenix Alive” o “Love Get Out Of My Way”, dándose un aire místico y minimalista, conjuntando la preciosa voz de Ra (y su traje holográfico) con la de Andrew robotizada, de la que nos quedamos enamorados durante toda la noche, apreciando el verdadero esfuerzo que le impregnó a cada una de sus composiciones con este recurso tan fácil pero siempre infalible.
Sin presentaciones hacia su última creación, siguieron con "Mid:Night", que supuso un bloque que bien podría haber sido como esos enlatados de “La Década Prodigiosa”, con canciones que presentadas con el rigor y cariño podrían haber pasado con nota para un simple escritor de crónicas de conciertos, ávido buscador de carnaza sensitiva, pero que nada tienen que hacer ante un arrebatado fan, más dado a mover el esqueleto que a mirar en su interior. “Hula Hoop 8000”, “Deep Cut”, “Deadset Lust” y “Back to the Start” pasaron como minutos sin más, a no ser por la refrescante colaboración de Sandra Delaporte en una destacable versión del título que da nombre a este último trabajo, que podría haber dado mucho más en directo de lo que ofrece en su último disco.
De lo que no cabe ninguna duda es que estos chavales lo tienen; se vislumbra que han chupado música desde pequeñitos, pero lo que quizás no saben es que se les nota un deje hacia lo comercial que seguramente ellos no hayan buscado, sino que les habrá sido impuesto por una discográfica que al final les encasille, aunque ellos no quieran y que ojalá sean capaces de percibir. De otra forma, no se puede entender que encadenen tantas buenas canciones sin darle ese espacio que un artista o creador sabría dosificar en su mejor medida. Y eso pasó en la justita hora y media que dedicaron a finalizar una gira europea que no hace justicia a canciones tan brillantes. Uno puede vivir toda una vida con hits siendo un desgraciado; pero el artista verdadero lleva su canción hasta las últimas consecuencias.
Aunque lo ya mencionado pueda parecer un menosprecio hacia la propuesta de este synth power trío (matrícula de honor al excelente batería de Quintanar de la Orden, Carlos Coronado Nieto), conviene destacar una segunda parte de concierto más dedicada a recoger esencias dejadas en forma de colaboración con otros artistas, como aquel “Desintegration” con Dita Von Teese o su peculiar versión del “Lithium” de Nirvana, en donde uno no tiene más que apreciar el auténtico carisma de este par de jovenzuelos, claramente demostrado cuando Andrew bajó a juntarse con el público con su más preciado tesoro, para compartir lo que es su música en directo, donde casi tuvimos el placer de tocar ese teclado intocable (una especie de Casiotone), que da valor a lo que reclamamos desde aquí: la importancia de creer en una simple y llana canción. “You Don´t Want To Dance With Me” aunó a público y músicos en lo que supuso un final de concierto que no pudo tener mejor desenlace que un “Video Games” que podría haber sido de sobresaliente con Lana Del Rey entre nosotros.