Por: Kepa Arbizu
Descubrimos a Michael Kiwanuka allá por el 2012 agazapado tras un gran disco debut (“Home Again”) en el que se nos mostraba como un certero conocedor, y mejor ejecutor, de los preceptos clásicos del soul, principalmente los surgidos alrededor de figuras como Sam Cooke, Bill Withers o Van Morrison. Como buen músico, y no solo intérprete, no pudo evitar la tentación de dirigir esa tradición aprendida bajo una mirada singular, una en la que se pudiera descifrar con nitidez su mundo y su época. Un reto ampliamente logrado con un trabajo, “Love & Hate”, que reforzó y amplió su perfil creativo y el merecido posicionamiento como una de las estrellas de ese firmamento tiznado de negro al que llegaba envuelto bajo un manto onírico y confesional. Con esas bases claramente aceptadas y perfeccionadas, presenta un nuevo disco de expedito título, “KIWANUKA”.
El somero repaso realizado a la vida discográfica de este inglés de origen senegalés, más allá de contextualizar su carrera, pretende a su vez dar pistas sobre el reto conceptual que esconde su actual grabación, en la que repite, además de intenciones artísticas, tándem de productores (Danger Mouse e Inflo), a los que dejar fuera de la cota de responsabilidad en el resultado definitivo seria del todo injusto. Porque a nadie se le puede escapar que nombrar a un tercer álbum con tu propio apellido denota algún propósito, más todavía si se acompaña de una portada donde te presentas ataviado con ropajes regios. Las intenciones en esta ocasión no son otras que trasladar todo ese difícil proceso por defender y saber manejar la construcción de una propia identidad, cuestión que revoloteará constantemente a lo largo de estas catorce composiciones. Un dilema existencial, y moral, que se viste con unas canciones que mantendrán de su predecesor ese tono espiritual -casi místico a veces- y atmosférico al que paseará por diversos escenarios, haciéndose palpable toda la influencia y admiración musical que acumula así como una descomunal destreza para procesarla y entregarla bajo el membrete ya imborrable de su firma.
“You Ain’t the Problem”, a modo de mensaje de autoconfianza, pone a girar el disco bajo un soniquete tribalista y colorido a lo Nina Simone que rápidamente mudará hacia una densidad sonora -tratada con escrupulosa elegancia- por la que asomará un trepidante pero delicado ritmo en el que se reflejan nombres que más que meras referencias ejercen de auténtico sustrato. Así, Curtis Mayfield, The Delfonics o Isaac Hayes se erigen en parte decisiva y consustancial de ese embrión que irá modificándose convenientemente para dar forma a temas como "Rolling", donde ya hacen aparición unas afiladas y distorsionadas guitarras, procedentes igualmente de la psicodelia que de genios como Jimi Hendrix o Eddie Hazel (Funkadelic), que precipitan la construcción de un descarnado tono. Unas seis cuerdas que volverán a tomar el protagonismo en la reflexiva "Hero", que aupada por la iconcolastia de Terry Callier deriva en un rock embriagador para, partiendo del asesinato del "pantera negra" Fred Hampton, plantease la capacidad y/o necesidad de trascender.
Una de las características que la música de Kiwanuka ha ido colonizando paulatinamente es la de recrear un entorno apto para que su presencia se perciba casi como la de un introspectivo Mesías -sin las estridencias que harían de ese un concepto peyorativo- instalado en un plano superior sobre el que lanzar su mensaje.
Una percepción más etérea que se vislumbrará en toda su extensión por medio de piezas como “I’ve Been Dazed”, envolvente y de gran sensibilidad. Un contexto como el citado resulta el idóneo para asimilar el humeante romanticismo de Marvin Gaye, que en “Piano Joint (This Kind Of Love)”, y tras un inicio desprovisto de adornos, tomará presencia, al igual que lo hará en “Living In Denial” o en “Solid Ground”, de nuevo capitaneada por los teclados en una exquisita desnudez y emotividad. Una pieza que se interroga sobre esa siempre anhelada tierra firme, símbolo de una estabilidad que quizás resulte inalcanzable para aquellos, como es el caso, empeñados en actuar desde un constante replanteamiento personal. Una asumida incertidumbre que sin embargo ha obsequiado, a modo de contraprestación, a este joven británico con la virtud de interpretar la tradición sonora desde la sofistificación y vertiendo toda la belleza, intensidad y espiritualidad imaginable en su música, una para más señas rubricada con el apellido de KIWANUKA, así, en mayúsculas.