Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Viernes, 15 de noviembre del 2019
Texto y fotografías: J.J. Caballero
Eso del rock and roll, el de verdad. Ese invento del diablo que cambió el mundo a mediados de los cincuenta y lo pobló de una buena legión de genios que deberían estar considerados a la misma altura que la de los grandes músicos clásicos que nos tocó estudiar, y en algún caso incluso disfrutar, cuando apenas sabíamos que habían existido. El puñetero rock and roll, filtrado hasta su esencia en eso que se llamó rockabilly y casado con el posterior sonido polirrítmico del rhythm and blues, hermanado con la autenticidad del country y mojado por la elasticidad del swing. Ramificaciones hay mil y todas exprimidas hasta la saciedad por bandas y artistas que lo hicieron el género imperfecto que aún es. Afortunadamente, recordar cada cierto tiempo dónde estuvo y sigue estando la esencia es casi una obligación que a muchos nos encanta cumplir. Hay en España un nutrido grupo de representantes de la escena, que al final no es nada más ni nada menos que eso, que entienden la tradición a su manera y la intentan perpetuar en mil y una encarnaciones liberadas del lastre del mimetismo. Es un lujo ver cómo sobreviven –triste verbo para conjugar la frustración colectiva de un sector, el de la música en directo, en perenne peligro de muerte- y plasman las enseñanzas de sus maestros con la misma ilusión que acierto. En la sala Ambigú Axerquía de Córdoba conocen a varios de ellos, y gracias al empeño de ciertos promotores los plantan ante nuestras narices y oídos para deleite mutuo. El ejemplo palpable de ello es la espléndida dupla que arrasó su escenario una desapacible noche de viernes ante una audiencia mucho más abundante de la habitual en plazas similares. Un síntoma de buena salud y de que el futuro definitivamente sí existe.
“Oxidado” es el nombre del primer disco de los excelsos Border Caballero, una formación madrileña que desde su propio nombre abogan por los sonidos fronterizos con la causa antes apuntada, de estética y disposición peculiares y autora de temas salvajes como “Hang’em high”, “Stories”, “Baby blue eyes”, “Your dirty ways” y títulos mestizos como “Where is my mechero?” que los convierten en irresistibles. Ayuda la aportación de saxo y trompeta y el piano eléctrico que les confiere un aire de banda de saloon de western crepuscular, de esos en los que la acción se acelera con la actuación del grupo local y el despendole de los oriundos cada fin de semana.Capitaneados por Harry Palmer, actual guitarrista de La Frontera, y formados por músicos inmersos en distintos proyectos en la misma órbita (el espectacular contrabajista es el titular de Lucky Dados, unos capos de esta cosa), abruman instrumentalmente con sintonías tan reconocibles como el “Burning love” que inmortalizó Elvis o el “S.O.S. sotano callin’” de Mike Barbwire & The Blue Ocean Orchestra que suena cada tarde como cortina de entrada en el maravilloso espacio radiofónico dirigido por Diego RJ, expanden las esencias primitivas de “Powder room” y parece que podrían estar tocando una hora más sin que su efecto devastador remitiese ni un minuto. Tienen un poder escénico envidiable y una no menos efectiva capacidad de convicción, así que el primer toro de la noche fue lidiado con maestría y perfectos quites desde la arena, que en este caso era el pie de escenario. Después vendría el segundo, de menos peso pero superior agilidad, y a este sí que parece imposible que pueda engatusar capote alguno.
Se llama Alba Blanco, hace rock con rastas y pese a su aspecto tiene poco que ver con Amy Winehouse. Esta viene de La Línea, tiene una guitarra poderosa, la toca con tremendo tino y se hace acompañar de un tremendo contrabajista llamado Guillermo González y un no menos intenso Juan Andújar, miembro a su vez de Johnny Moon and The Selenites. Forman un trío que bajo el nombre de La Perra Blanco –un curioso apelativo auto adjudicado casi de forma accidental- lleva girando por España y pateándose festivales internacionales durante el tiempo suficiente para afianzar un sonido fundamentalmente reconocible por la voz de la protagonista y la aceleración de clásicos atemporales como “Shake, rattle & roll”, “Misery”, “Well well” o “Go go go (down the line)” que sitúan a Carl Perkins, Merle Travis, John Lee Hooker y Roy Orbison en su coctelera de principales influencias. La chica y su grupo disfrutan de lo lindo y se pueden escuchar grandes hechuras en el tema que les dio a conocer, el divertido “Bop and shake”, y en otros que se convierten en toda una fiesta en directo como “Doggy rack”. Ya en su primera incursión musical como miembro de Howlin Ramblers, una agrupación que sigue pasando prácticamente inadvertida, desarrolló la personalidad que hoy atesora y ha ido asentando con el tiempo hasta hacerla un nombre habitual en los eventos más granados del gremio. Solo le falta grabar un trabajo a la altura de su prestigio en vivo y cruzar los dedos para que la promoción y el boca a boca le proporcione el alcance que sin duda merece. De momento le sirve, y con creces, para cerrar noches reconfortantes como la aquí narrada, cuando hablar de rock and roll es el punto principal del orden del día, que es como siempre debería ser. Escucharlo y vivirlo de forma tan apasionada es, directamente, un lujo que no podemos permitirnos perder.