Por: Jesús Elorriaga
Después de su regreso a los escenarios en 2016, José Ignacio Lapido, José Antonio García, Tacho González, Víctor Lapido y Jacinto Ríos vuelven a la carga con un nuevo disco, La otra vida, 25 años después del Todo lo que vendrá después, publicado allá por 1995. Este nuevo trabajo supone la vuelta a la actividad de la banda después de una larga trayectoria de proyectos en solitario bastante consolidados como en el caso de Lapido o de García (además de El hombre garabato). Este disco, además, se grabó en Granada bajo la batuta en la producción del músico francés Frandol, un viejo conocido de los granaínos desde sus primeras andanzas por el país vecino en los ochenta.
La otra vida no me parece tan suave como dicen en algunos foros de la banda. Los fans más incondicionales de los Cero pensaban que tendrían a los treintañeros de entonces, pero en realidad se ve a una banda entregada a un rock sin concesiones en canciones repletas de matices y con letras llenas de posos brillantes de amargura. Huyen de la autocomplacencia y los autohomenajes impostados dignos de Cine de barrio o revivals 80’s de fiestas patronales. Tienen algo nuevo que contar. Suenan actuales, pero con las marcas en la piel de unos veteranos de la escena.
Se nota mucho la presencia de la marca de Lapido al componer todos los temas del disco, incorporando a un colaborador de su banda, Raúl Bernal, teclista que aporta una sonoridad más consolidada en un rock que se siente más cómodo en sus raíces que en lo meramente comercial. Y así lo demuestran en el primer adelanto, “Vengo a terminar lo que empecé”, rock enérgico y directo, con esos teclados tan oldies que deja claro su mensaje: los chicos han vuelto a la ciudad por la puerta grande.
Las canciones están cargadas de introspección en lo narrativo y una clara apuesta por un rock más reposado en lo musical, pero no por ello menos vívido. Con “Naves que arden”, desde esa atalaya de la veteranía, ayuda a entender lo maduras que eran aquellas reflexiones de juventud y lo nítida que todavía permanece esa misma lente tantos años después. También sucede con este tema lo mismo que con la mayoría, se crecen en la segunda y tercera escucha, como en “Mañanas de niebla en el corazón”, con esa voz de García que se resiste a abandonar su Arcadia perenne.
“Leerme el pensamiento” y “Condenado” son dos de los temas más destacados, sonando más al Lapido en solitario que a los 091 de manual de instrucciones de antaño. El primero es una declaración de principios llena de emoción y belleza interpretativa (“vamos a quemar el pasado, vamos a nacer otra vez”, dicen) y la segunda empuja pegándole con fuerza a la batería con unos teclados que dirigen el tema hacia terrenos de un rhythm and blues animado de finales de los 70.
“Por el camino que vamos”, parece que se va a quedar en una simple referencia acústica, pero aparecen de nuevo los teclados y sintes de Bernal, y tiene pinta de que en directo puede funcionar a las mil maravillas. “Una sombra” me recuerda a otro tema de los andaluces, “Nubes con forma de pistola”, con un ritmo más lento y en los que los coros de Lapido lo hacen estar casi al mismo nivel que la voz de García.
El disco termina con tres temas que sacan el lado más intenso de la banda como son “Al final”, donde vuelve esa maravillosa armónica de “La canción del espantapájaros” con un estribillo constante y directo, que engancha, con ese aire tan nuevaolero. “Dejarlo morir” es una balada desencantada con enérgica pasión contenida y finiquita esta obra “Soy el rey”, un medio tiempo crepuscular del que se observa ramalazos de inspiración a lo "Americana".
Hay otros mundos, pero todos están en este. “La otra vida” enfrenta a los 091 con 25 años de hiato como banda, pero que demuestra sus ganas por encontrar un espacio personal en el panorama musical actual. Sin concesiones, pero con voluntad más que evidente de generar un disco que les vuelva a poner en primera línea.