Por: Jesús Elorriaga
Hay algo místico en el aura espiritual que desprende Nick Cave estos últimos años que revela la búsqueda y el encuentro de una luz, la luz, en toda su plenitud al escuchar "Ghosteen", disco con el que cierra una trilogía que comenzó con las melodías pausadas de "Push the sky away" (2013), continuó en ese viaje contenido hacia el dolor de "Skeleton tree" (2016) y culmina con este trabajo en el que alcanza la cima de una riqueza contemplativa y empática con el sentimiento (y sufrimiento) ajeno. Si el anterior disco era un diario dentro de las entrañas de la tormenta, en este (ya desde la paradisíaca portada, que parece sacada un folleto de los Testigos de Jehová), Cave nos muestra un estado mental lúcido y relajado, desprendiéndose, en casi en su totalidad, de la sonoridad amplificada de su banda para dejarse guiar, sobre todo, por los synthes orgánicos y atmosféricos de Warren Ellis.
En esa pequeña maravilla de diseño escueto y contenido sorprendente como es “The Red Hand Files”, donde el músico australiano responde preguntas random de sus seguidores, se puede leer una descripción simbólica de este doble disco: Una primera parte, de ocho temas, a la que el propio músico denomina como “los niños” y una segunda, con sólo tres cortes (dos de unos 15 minutos aproximadamente, además de una pieza hablada) a la que llama “sus padres”. Una dualidad que no marca una contención de fuerzas sino una comunión estilística hacia algo superior. “Ghosteen es un espíritu migratorio”, resume de manera enigmática Cave, y no anda muy alejado: para conseguir ese ambiente de liturgia espectral el disco, al contrario que sus predecesores, se ha concebido y grabado lejos de su “oficina”, más cerca de su casa en Brighton (al menos las letras), y en diferentes estudios de otras ciudades como Malibu o Berlín.
Técnicamente, podríamos decir que entre la música etérea y ausente de baterías (o apenas audibles) se alza la poderosa presencia de Nick Cave cuyo talento vocal, como el mejor vino, se enriquece de matices con los años. La rugosidad de su timbre le dota de un dramatismo que suena más auténtico que nunca en sus momentos de fragilidad pero que cuando se viene arriba desarrolla con energía las melodías que parecen sostenerse en un prolongado atardecer. Estamos ante la selección de, posiblemente, las canciones más bellas de los últimos trabajos de Cave, donde alterna lo enigmático con lo brillante, lo elemental con lo detallista, y que en su conjunto podríamos decir que sería una evolución natural del espacio que ocupaba "Skeleton tree".
El disco empieza con la perturbadora calidez de “Spinning song”, con esos sintetizadores analógicos que hipnotizan la narración entrelazada de Cave y a la que, posteriormente, se suceden temas con una cromática similar. Van entrando pausadamente en escena coros, teclados y pianos cargados de minimalismo calmado, como en la proyección de un paisaje acogedor y lleno de esperanza que sugiere “Brigh horses” (“I can hear the whistle blowing, I can hear the mighty roar/ I can hear the horses prancing in the pastures of the Lord”) o la vaporosa “Sun forest” (“There is nothing more valuable than beauty/They say there is nothing more valuable than love”).
El resto del disco continúa en ese viaje repleto de figuras poliédricas y susurrantes, donde las escasas bases rítmicas se sugieren con elegancia y las guitarras parecen ajenas a la ferocidad de antaño, como el piano que se cuela discretamente en “Waiting for you”, y los coros sentidos de los Bad Seeds que empujan la barca que dirige Cave hacia las orillas de la segunda parte. Aquí, la canción homónima, “Ghosteen”, es un vuelo raso de reconocimiento topográfico de la dualidad fantasmal que define el nuevo disco de Cave. Los dos temas principales tienen una estructura reconocible y progresiva, como una banda sonora propia de dos episodios de la misma película, con sus respectivos inicios, nudos y desenlaces. El alma se hace carne y habita reflexiva en las palabras de Cave, donde alaba de la misma manera la capacidad de amar, la aceptación de la pérdida y los momentos de claridad ante el existencialismo vital (“Everybody's losing someone/It's a long way to find peace of mind, peace of mind … And I'm just waiting now, for my time to come/ And I'm just waiting now, for peace to come”) canta en “Hollywood” con temple y sabiduría, manteniendo el acompañamiento reposado y delicado que predomina en el conjunto del disco.
Posiblemente "Ghosteen" sea el colofón al momento más introspectivo de la carrera de Nick Cave. Musicalmente es un recorrido ambiental que no resulta del todo ajeno si seguimos sus últimos pasos, alejándose de recursos demasiado evidentes en los cánones habituales de una canción pop o rock, como si de una oración prolongada en la naturaleza se tratara y en la que, con los recursos mínimos, consigue atrapar al oyente que tenga capacidad de empatía afectiva hacia el momento vital y creativo del australiano.