Por: Pepe Nave
Tras sufrir cambios importantes en su vida, que incluyen irse a vivir sola por primera vez, y tras tres años sin grabar un disco nuevo desde "My Woman" (2016), Angel Olsen estaba registrando sus nuevas canciones en formato austero en el estudio Unknown en Anacortes, Washington. Las letras reflejaban su estado anímico actual, pero la música resultaba continuista, así que habló con algunos de sus colaboradores para grabar una segunda versión del disco con un sonido mucho más elaborado y diferente del que había utilizado hasta ahora. Prácticamente las guitarras eléctricas desaparecen y con ellas el sonido de banda rock que algunos echarán de menos, y de la mano de Jherek Bischoff introduce una nutrida orquesta de cuerdas en la gran mayoría de las canciones. Ben Babbit se encarga de los teclados e instrumentos electrónicos que comparten protagonismo y dotan a las canciones de un aire contemporáneo quizás influida por otras compañeras de generación de las que hablaremos en adelante. John Cogleton, productor de su disco de 2014 "Burn Your Fire For No Witness", vuelve a la mesa de mezclas.
Es importante señalar que este verano una colaboración de Olsen en el disco del productor de pop electrónico Mark Ronson, con una canción llamada "True Blue", era la primera muestra de su alejamiento del folk rock o el pop de guitarras para acercarse al pop comercial. El uso de instrumentación tan diferente a la habitual, confiere al conjunto de cierta homogeneidad en una primera escucha, pero posteriormente aparecen muchos matices y diferencias entre las canciones. "Lark" abre el disco, sobre una cama de violines comienza a cantar suavemente hasta que unos golpes demoledores de batería dan entrada al estribillo, en el que su voz se eleva sobre todo y ajusta las cuentas en tono épico con un ex posesivo con el que tuvo constantes discusiones a gritos. Los violines suenan inquietantes y el tono es oscuro, con ciertos toques góticos. Se nota que canta sobre algo que quería sacarse de dentro cuanto antes.
La canción que titula el disco, que habla de las múltiples imágenes que todos tenemos según con quién estemos, continúa con el tono angustioso. Ella confiesa que quería darle un toque a lo Scott Walker, con la orquesta y el resto de instrumentos en tensió, y un tono épico que, quizás en estas dos primeras, resulta un tanto excesivo dependiendo de paladares.
"Too Easy" es de las pocas canciones que no cuentan con los arreglos de cuerdas; los teclados y la guitarra tocada con arco electrónico (E-bow) le dan un sonido de pop neo-psicodélico a lo Tame Impala. Es una declaración de amor incondicional pero cantada con una voz susurrante, que suena un tanto amenazante.
Un bajo electrónico abre "New Love Cassette", en la que desea encontrar un amante que no esté con ella para sorberle la energía. Se podría situar en una gama de pop misterioso similar a Jupiter 5 de Sharon Van Etten.
Un medio tiempo abiertamente pop propulsado por el piano, "Spring", le hace acordarse de las amigas con las que compartió correrías en su juventud y que ahora al tener hijos llevan una vida muy diferente a la suya. Hablando de influencias, la sombra de St. Vincent es alargada en "What it is?", disco-pop con cierta reminiscencia ochentera, en la que medita sobre lo fácil que resulta saber en el plano teórico lo que deseas de una relación y lo difícil que resulta admitir que te has equivocado cuando estás en medio de ella y no funciona.
En "Impasse" vuelve la orquesta y el aire asfixiante, tomándose su tiempo para quejarse de cómo mucha gente cree que la vida de los artistas es un camino de rosas, con mucho éxito y poco trabajo.
Cantada con dulzura, mecida por los violines, los chelos y las violas que alzan el vuelo al final de la canción, "Tonight" celebra relajadamente que ya no está con ese alguien que fue una losa para ella, un “mejor sola que mal acompañada”. La guitarra acústica y una batería que crea ese ritmo de trote a caballo comandan "Summer", aquí es la PJ Harvey más pop la que nos viene a la memoria. Nos cuenta como un verano reciente en el que todo iba fatal, se despertó un día dispuesta a soltar lastre y dejarlo todo atrás.
En ese juego de todos los espejos que titula el álbum y que parece que refleje la imagen de algunas de las artistas que admira o de las que le gustaría incorporar algo, en las dos últimas le toca el turno a Lana Del Rey. A ella y, para ser justos, a las influencias compartidas de cantantes de los años sesenta. "Endgame", más sosegada, es un recuerdo a esas amistades que la abandonaron. "Chance", la canción más redonda del disco, es una balada atemporal con una melodía arrebatadora in crescendo, que invoca a grandes cantantes como Lesley Gore o Skeeter Davis. Es una toma de posición optimista respecto a la relación que venga, pide no pensar tanto en el futuro, en lo que puede llegar a ser y dedicarse a vivirla en presente, como una nueva oportunidad.
Así, el disco termina en todo lo alto. Es un trabajo un tanto arriesgado en el que se nota la avidez por buscar nuevas formas de sonar ayudada por diferentes influencias y en las que los resultados son notables, pero da la sensación escuchando el perfecto cierre que podría haber alcanzado cotas más altas melódicamente hablando en algunas de las canciones. Quizás lo consiga en el futuro.