Por: Kepa Arbizu
Uno de los aspectos distintivos, o característicos, de la denominada cultura popular y sus diversas manifestaciones es la capacidad para subvertir y difuminar las fronteras establecidas entre las diferentes representaciones artísticas. A pesar de ello, no es fácil encontrarse, ya centrándonos en el ámbito musical, con propuestas que rompan explícitamente esa esclavitud respecto a las coordenadas que se les presuponen afines. Precisamente ejercitar esa liberación de cualquier signo de identidad predeterminada resulta ser la máxima que rige en Tropical Fuck Storm, banda de contundente nombre bajo el que se esconden dos integrantes de los abrasivos y emocionantes The Drones (Gareth Liddiard, y Fiona Kitschin) acompañados por la presencia de Lauren Hammel y Erica Dunn.
Un cuarteto australiano que ya dejó claras sus intenciones en un debut fechado hace poco más de un año (“A Laughing Death in Meatspace”) que encuentra en este actual “Braindrops”, más allá de la continuación de aquellos preceptos, un incremento en dicha naturaleza por derribar cualquier dique estilísitico que suponga un freno a su desinhibido impulso creativo. Dicha fórmula tiene como consecuencia un encuentro entre referencias que resulta imposible de catalogar bajo ningún término que englobe esa complejidad. Para esta ocasión, la caústica electricidad de dramatizada ejecución, visible en las pasadas experiencias de los miembros del actual combo, se diluye en una marmita en la que igual se junta con ritmos africanos que con el hip-hop, por citar dos ejemplos que resalten esa incontestable diversidad. Todo ello quedará plasmado, como refleja su casi psicótica portada, en un despiece de elementos variopintos que tienen en esa salvaje heterogeneidad, y en su impactante forma, su más potente seña de identidad. Una constante aplicable igualmente a unos textos, prolongación del talento ya (de)mostrado por su cantante, que se manifiestan indistintamente a través de historias que bucean en las relaciones afectivas, suben al escenario oníricos encuentros entre Brian Wilson y su psicoterapeuta, exponen el carácter destructivo del ser humano o construyen un relato de ficción alrededor del enigmático personaje de Maria Orsic, esotérica inspiradora nazi.
La siempre difícil -y no pocas veces baldía- tarea por buscar palabras con el fin de intentar explicar de alguna forma el contenido de un álbum, cuando éste está hecho a base de tal amasijo de ideas como es el caso, se convierte en una misión sabida de antemano imposible. Y eso a pesar de que este “Briandrops” se inicia con un tema como “Paradise”, que en su esencia no está demasiado alejado de los postulados mostrados por The Drones, definidos por un rock desértico y crudo -vástago natural de la estirpe formada por Nick Cave, The Scientists o Beasts of Bourbon- repleto de andanadas guitarreras y epopéyica rabia interpretada por la reconocible y recitativa entonación de Liddiard. Unas características que encontrarán en “Maria 62” un escenario susurrante marcado por un lúgubre romanticismo que derivará en algo similar a una banda sonora de una película de terror.
Los retazos de fiera electricidad, pese a que seguirán siendo constantes a lo largo de todo el álbum, se irán incrustando entre ambientes inesperados pero finalmente sugerentes e incendiarios. Las bases funkys y los cortantes riffs de “The Planet of Straw Men”, todavía vinculados a la tradición marcada por Gang of Four, dejarán paso a unas formas decididamente emparentadas a los sonidos urbanos actuales en "Who's My Eugene?", cercanos incluso a los manejados por M.I.A. o Missy Elliot , algo plausible en parte por el protagonismo asumido por Erica Dunn, o un tema homónimo, lanzado con irónica pero ácida intención a los actores de la gentrificación, en la que se impone una cadencia más “hiphopera”. La entrada en escena de un compás tribal, ya palpable en la sobria “Aspirin”, confluye en un ambiente casi desquiciante en “The Happiest Guy Around”, donde el juego establecido entre las voces masculinas y femeninas agudizan las resonancias al afrobeat. El final a tanto frenesí llegará con la desnuda y descarnada “Maria 63”, que pese a que en las lineas de su guitarra se avistan giros arabescos e incluso flamencos incide y sublima la parte más épica y emocionante de la banda.
Puede que la afirmación acerca de la imposibilidad de inventar nada nuevo en el mundo del rock and roll sea del todo cierta, o quizás, viendo la apuesta de este grupo australiano, sea solo una excusa para no arriesgarse y enfrentarse a los miedos y limitaciones. “Braindrops” no es un disco fácil, pero tampoco lo son unos tiempos presentes que no pueden ser desentrañados con un lenguaje inocuo; esta realidad caótica y salvaje demanda una expresividad acorde, que sepa manejar desde registros intimistas a delirantes. Así, un álbum como éste puede resultar incómodo, igual que lo es el desinfectante al caer sobre la herida, e incluso descolocar por igual a los fieles del dogma rockero como a los consumidores de discursos melifluos. Ahí reside precisamente el rotundo éxito logrado por estas canciones, en su determinación por dirigirse sin miedo alguno hasta el mismo borde del abismo.