Por: Blanca Solà
Hay discos bellos y sinceros. De aquellos que escuchas, sientes y, aunque consideres más largos de lo normal y necesites robar tu tiempo al de la esquina, te hagan descubrir nuevos proyectos musicales más experienciales. Cuando ya no esperas que te sorprendan. Cuando te encuentras, de repente, con desconexiones de horas y horas y lo agradezcas. Y esto, es lo que ocurre, después de dos años, con el último disco de Lana Del Rey; “Norman Fucking Rockwell!”.
Junto al compositor y productor Jack Antonoff, la esencia de la cantautora se mantiene para recrear su madurez musical de manera fluida. Catorce canciones que van acercándose a una perfección lírica y musical como antes no había conseguido.
Ella, como imagen habitual de la cubierta de sus discos, esta vez, nos tiende la mano para adentrarnos a su océano y volver a revivir los setenta musicalmente hablando con letras de actualidad americana, desamores, tragedias, drogas y honestidad. Versos que reviven situaciones y nos acercan a una Lana del Rey más auténtica que nunca, sin olvidarnos, de su dulzura vocal que se clava para estar y nunca restar. Y si restamos, que sea con algunas de las canciones del disco, pero pocas, porque tiene tema y del bueno, para largo.
Con "Mariners Apartment Complex" el álbum nos adentra a nuevas escenas y baladas. Versos como "You lose your way, just take my hand. You're lost at sea, then I'll command your boat to me again" nos recuerdan la fotografía de la cubierta y de la facilidad que tiene Lana para crear poesía. El piano no falta cuando habla de amor y la intensidad vocal va in crescendo cuando realza la importancia de este. Pero si tenemos que hablar de la canción, en mayúsculas, esta es "Venice Bitch". Una brillantez de casi 10 minutos que te seduce des del primer instante; por su folk, por su psicodelia, por su letra y por su diferencia. No agota y, cuando se va acercando el fin, ya la echas de menos. Versos pegadizos, "Oh God, miss you on my lips. It's me, your little Venice bitch. On the stoop with the neighborhood kids. Callin' out, bang bang, kiss kiss", que retumban hasta el minuto 3 limpiamente y progresivamente se van ensuciando sin ninguna improvisación y brillantemente bien. Durante los minutos instrumentales persiste toda la oscuridad que consiguen con las guitarras eléctricas y sintetizadores. Una pieza mágica que gana el puesto número uno del disco.
Cantautores como Cohen y Dylan persisten en el estilo Del Rey que ayudan a unificar el álbum, aunque haya canciones como "Doin’ Time", compuesta como tema principal de "Sublime", el documental sobre la banda de reggae que triunfó en los 90, que no peguen nada y rompan con la equilibrada sintonía del nuevo trabajo. Una pena encontrarla en un proyecto tan personal y sedoso. Pero cuando la llegamos a olvidar, retomamos el magnífico disco con "The greatest" y "Bartender". "The greatest" es nostalgia pura hasta conseguir los pelos de punta con referencias a los Beach Boys y es tristeza a la cultura musical y situación actual con referencias al cambio climático. Con "Bartender "juega con el piano y remarca las tés del título de la canción haciéndola fresca y agradable para los oídos. "Norman Fucking Rockwell", abriendo las puertas del disco, es impresionante. Solo escuchar su voz acariciando las notas del piano y dirigiéndose, con letra desahogada, al hombre inmaduro, gana la batalla, en todos los sentidos.
Y cerrando las puertas, "hope is a dangerous thing for a woman like me to have - but i have it", frase prestada de la película "The Shawshank Redemption" (1994) y que la artista realza con seguridad y nunca mejor dicho, con esperanza. Una cita perfecta para terminar el disco y seguir sintiendo la maravillosa y frágil voz de Lana del Rey con un dream pop embriagador.
Catorce temas de los que podríamos destacar con sobresaliente más de la mitad, aunque el resto tampoco pasen desapercibidos porque remarcan su sello, su romanticismo y su crueldad. Es sin duda, más Lana del Rey que antaño y ha vuelto para renovarse sin morir.