Por: Albert Barrios
No seguir las normas del mainstream tiene sus consecuencias, y el peaje por no pasar por el aro de los dictados de lo comercial es tan duro económica como física y mentalmente. Giras de excelsa calidad pero poca presencia de público, nulo apoyo de las discográficas y un reconocimiento monetario a años luz de lo merecido hacen flaquear a las mentes más brillantes a través de los años. No es el caso de Ethan Miller y esa máquina de matar hipsters que es Howlin Rain.
Después de una ejemplar y larga carrera, Miller se ha ganado el derecho de hacer lo que le venga en gana. Funcionando cada vez más al margen de la gran industria, ha editado una primera entrega (en otoño saldrá el segundo volumen) de canciones grabadas en directo entre 2018 y 2019 con la que intenta trasladar a sus seguidores la incandescencia y sentimiento de libertad que supone asistir a un concierto del combo californiano. Las notas que el propio Ethan ha escrito para acompañar la publicación del nuevo disco son toda una declaración de intenciones, una reafirmación de su amor por la música más espontánea y pura: si tenéis la oportunidad, leedlas.
“...To the Wind” abre majestuosamente el disco: los Pink Floyd más psicodélicos se abrazan con los Grateful Dead más lisérgicos y los James Gang más desatados de una forma tan natural como fluida. Miller se siente muy a gusto con la actual formación de la banda, y gracias a su (imprescindible) respaldo puede desatar una tormenta sónica en busca de la emoción más auténtica. Con “Missouri” dobla guitarras con Dan Cervantes a la manera de Steve Hunter y Dick Wagner en el legendario “Rock & Roll Animal” de Lou Reed. Personalidad propia e intransferible de Miller y Cervantes , pero con aromas añejos.
“Death Prayer in Heaven's Orchard”, la canción que abría el primer trabajo de la banda en 2006, es enlazada de forma sutil con la anterior. La sección rítmica formada por Jeff McElroy al bajo y Justin Smith a la batería dota al conjunto de un groove espectacular , y la canción trota a lomos de una interpretación vocal de Miller donde lo importante es la entrega y el sentimiento, dejando la perfección formal como víctima colateral. Podríamos decir que “Goodbye Ruby” es la más directa de todo el disco: el ramalzo inicial a lo Grand Funk se va tornando en un viaje al Sur con una slide que nos recuerda que la imborrable huella de los Allman Brothers está insertada en el ADN de la mayoría de bandas americanas.
“Coming Down”, sobrepasando los 13 minutos de duración, es el auténtico tour de force de la banda encima de las tablas. Una auténtica coctelera sonora donde Miller da salida a varias de las influencias que pueblan su mente y corazón. Comienza relajadamente a la manera de los Traffic de “On the road”, continuando con un estribillo digno de sus colegas en mil batallas, The Black Crowes. Un cósmico interludio nos recuerda que con Hendrix comenzó (casi) todo, y un final Zeppeliano nos deja con la sensación de que nunca abandonaremos nuestro amor por la música mientras existan bandas como esta.