Por: Javier Capapé
El pasado mes de agosto, Justin Vernon, el artista que se esconde bajo el pseudonimo de Bon Iver, publicó su cuarto trabajo adelantando la fecha prevista, en lo que fue un giro inesperado para sus seguidores, pero que sin duda se convirtió en una sorpresa bien recibida en plena época estival donde son escasísimas las novedades de interés. El álbum, de extraño título, se nos presentó como el cuarto giro de la evolución del folk del siglo XXI que ha enarbolado el artista de Wisconsin ,comenzando con "For Enma, forever ago" para culminar con este "i,i", en una especie de síntesis de sus señas de identidad básicas.
Todo el disco está conducido por la voz de Vernon entre el ruidismo y las programaciones a las que ya nos tiene habituados, aunque aquí se intuye un intento de resumir todos sus logros y particulares tics empleados en sus tres discos anteriores, que giraban en torno al invierno, primavera y verano respectivamente, confluyendo en el terreno que mejor le sienta al norteamericano, los aires otoñales. Predominan una vez más los tempos ralentizados, aunque esta vez se impone más claramente el menos es más, con un minimalismo intencionado para establecer una comunicación más fluida con el oyente que no se pierda entre el ruidismo. El ensayo y la experimentación propios de Justin Vernon continúan presentes pero esta entrega es en la que estandariza más su sonido convirtiéndose en más previsible, aunque sin perder su lirismo y sensibilidad, que aquí llega incluso a rozar la espiritualidad. Por algo él mismo dice que es su disco más "completo y adulto".
No sabremos con certeza cuál es el significado de su misterioso título "i,i", pero sí quedaremos saciados si lo que buscamos es ese punto medio entre la melancolía y lo onírico, todo ello cargado de los toques microelectrónicos que inundan su obra entre clicks, loops y voces procesadas. Así, tras una intro prescindible, encontramos en "iMi" unas programaciones industriales que no llegan a ocultar, aunque lo intenten por momentos, la inconfundible voz de falsete de Vernon, fundiéndose al final con una sección de vientos casi jazzística. "We" posee una buena rítmica vocal bien construida, aunque se queda corta en duración, como nos ocurre con "Holyfields,", canción que hubiera necesitado un desarrollo mayor. Y es que el conjunto final adolece de presentarse por momentos como una compilación de esbozos, que bien podrían haberse convertido en canciones de más entidad, pero que algunas no llegan a desarrollarse por completo.
Con "Hey, Ma" recupera la magia de aquellas composiciones de su trabajo homónimo y se aleja en parte del más experimental "22, a Million". Parece dejar atrás el pesimismo, como ocurre con "U (Man like)", donde manda el piano con cierto toque AOR de las bandas clásicas de los ochenta y cuyo falsete se acerca al mejor Prince. "Naeem" va creciendo con una percusión propia de bateristas como Manu Katché, habitual en el universo de Peter Gabriel al que también admira el de Wisconsin. Su estribillo es directo y pegadizo, más comercial que muchas de sus anteriores composiciones, hasta que llega "Jelmore", con mucho más ruido, en la línea de su anterior disco, que empaña una canción de melodía vocal interesante.
El tema que mejor refleja el equilibrio entre los estilos que ha ido mostrando el norteamericano en sus discos es "Faith". Una composición alegre y más convencional en las formas que agradecemos dentro de su siempre exigente universo, convirtiéndose en una de las más acertadas del conjunto. Las guitarras acústicas y un sonido más orgánico, como de auténtico nuevo trovador del siglo XXI, llegan con "Marion", volviendo a la comercialidad una vez más con "Salem", que cuenta con un magnífico estribillo que busca la reflexión forzando un poco la épica. En "Sh'Diah" da color el saxo, recordando a los primeros discos de Sting, en el que se posiciona como el tema más otoñal, como pretende teñirse la esencia de todo el disco, con los colores de esa estación, rematando en esta línea con la desnudez de "RABi", donde manda la sinceridad y deja definitivamente atrás los excesos en la producción.
“i,i” es, en definitiva, un disco más abierto y comercial que los anteriores trabajos de Bon Iver, aunque no pierde sus ejes característicos que coquetean entre la canción de autor más íntimo y la electrónica, una suerte de trovador futurista que se acerca esta vez a un público más heterogéneo otorgando a sus canciones ecos de los ochenta y melodías algo más accesibles. Ahora que se cierra el círculo tras los cuatro primeros discos del norteamericano dedicados a las estaciones habrá que estar atentos para ver si continúa en esta línea que le ha convertido en la rara avis de los songwriters americanos o se lanza a nuevos caminos para los que quizá aún no haya nada escrito y sea él quien porte un folio totalmente en blanco para empezar de cero.