Por: Javier Capapé
Rubén Nasville (Zaragoza, 1981) no es nuevo en estas lides. Lleva desfilando como músico por territorio aragonés desde su infancia, unido en un principio al mundo de las bandas, ya que es trompetista de carrera, y desde hace más de diez años al mundo del rock, militando en grupos como Pura Cepa o Don de Gentes. Funda el grupo Nasville junto a Carlos Isarch y Eduardo Lasuén hace algo más de cinco años y con ellos graba su primer EP “Revolución Polar”, en La Cafetera Atómica con el ex Huracán Ambulante Rafa Domínguez a los mandos. Tras varios años de esfuerzo apostando por un proyecto sólido y bien asentado en el rock de raíz consigue hacer realidad su puesta de largo definitiva con un LP de sugerente título que hizo público en los últimos días de 2018. “Éxtasis” es un disco compuesto por diez canciones con regusto clásico, con predominio del rock, pero también con toques épicos, country-folk y sonidos de los setenta. Todo ello bien aderezado con una voz cargada de empaque y personalidad.
Me cito con Rubén Garcés, o artísticamente hablando Rubén Nasville, en un céntrico bar zaragozano. Con ganas de conocernos ambos la charla se prevé distendida. Sin duda habrá mucho rock que desmenuzar y una amplia dosis de vivencias que se mezclarán con la difícil empresa de sacar adelante un disco que Rubén se cree de principio a fin, que no tiene nada de impostura y que lo presenta como una gran bocanada de realidad desde los primeros acordes más enérgicos de “Revolución Polar”, su primer single de presentación, hasta los aires más folkies que cierran filas con “La Música”.
“Éxtasis” ha sido grabado en los estudios Audio Feeling, en Zaragoza, y Cargo Music, en Madrid, bajo la producción de Diego García (Tako, Hotel, Despierta Mcfly, Mama Kin, Maria Confussion, La Niña Hilo, Voyeur…), que ha conseguido reunir en estas diez composiciones un compendio entre el rock setentero y el de estadio, así como el country folk más americano y de raíz. Hay ecos de Quique González, Leiva, o Más Birras en muchas de estas canciones, pero también se cuelan aires a Springsteen o U2. Un disco pretencioso por su propuesta ecléctica, pero hecho desde la honestidad del que sabe que esto es fruto de un trabajo constante, de muchas horas de dedicación y de una pasión irrefrenable.
Mientras hablo con Rubén el tiempo no pasa, las anécdotas de la grabación del disco se mezclan con su pasión por la música que bebe de multitud de fuentes, desde Ray Charles a Nina Simone, Arturo Sandoval o Tito Puente. En su cabeza hay aromas a blues y a soul mezclado con el rock que le hizo despertar cuando en su vida apareció Mark Knopfler y le cambió la forma de entender la música. Desde entonces aparcó temporalmente la trompeta, con la que se había formado y bregado como músico, y agarró la guitarra eléctrica para no soltarla hasta hoy. En sus primeros grupos ya había ecos del rock setentero, pero desde la aparición de Nasville, por sus venas no ha dejado de fluir música de raigambre americana pero con cierto toque castizo propio de esta tierra mecida entre polvo, niebla, viento y sol (la mejor imagen de Aragón que nos regaló nuestro querido José Antonio Labordeta).
Para Rubén Nasville, este disco no tiene un estilo muy definido, ya que ha intentado que cada canción nos cuente algo a nivel sonoro, abriendo así las puertas a matices que desde el rock, pero con una vista puesta más allá, nos hagan viajar por escenarios diversos y evocadores. Hay mucho fuego en “Éxtasis” y su elaboración le ha dejado con ganas de mucho más, hasta el punto de plantearse un nuevo disco en un futuro cercano, impulsado también por el feedback que está encontrando desde su lanzamiento hace poco más de medio año.
Pero vayamos a lo que verdaderamente importa, a desmenuzar este disco hecho con tanto mimo y dedicación por parte de nuestro protagonista. Un disco que quizá ponga fin a la experiencia de Nasville entendido como grupo, ya que, aunque sus miembros originales (Eduardo Lasuén al bajo, Carlos Isarch a las guitarras, Ismael Moreno a los saxos y Óscar Gómez a la trompeta) han grabado el álbum, ellos mismos han dejado el proyecto en manos de su compositor Rubén Garcés, por lo que es bastante seguro que en un futuro éste pase a tener definitivamente un nombre propio, el de Rubén Nasville. No podía empezar de otra forma este largo que con “Revolución Polar”, una canción que ya tituló su pasado EP pero que no tuvo cabida en aquel. Para Rubén ésta es la canción más importante del disco, con la que arrancó todo, y por eso tiene un lugar tan especial en el mismo, abriéndolo con ímpetu y mucho carácter. La canción va de menos a más hasta estallar en el estribillo consiguiendo emocionarnos quizá también movidos por su significado, que hace referencia a la gente que perdemos pero que sin duda sigue viviendo en cada uno de nosotros. Mientras Rubén me aclara su significado esta canción cobra para mí una nueva vida, pues su carga emotiva tiene ahora todo el sentido. La épica en este mismo tema viene reforzada no solo por el crescendo vocal del estribillo sino también por los vientos, en un estilo cercano al de Leiva, al que admite que sigue de cerca, lo cual se nota en la manera de afrontar algunas de sus composiciones.
Una vez declarada mi debilidad por el tema que titula el álbum le confieso a Rubén que en parte es porque me recuerda mucho a grupos como U2, incorporando unos delays antes del estribillo que desde que los escuché me sonaron a The Edge y que el propio Rubén admite que algo de su estilo lo tuvo en mente desde el momento de su composición. El solo de guitarra a cargo de César Bueno, de La Niña Hilo, destaca por encima de todo y derrocha tanta potencia como su enorme estribillo. Una canción que seguro puede ganar mucho en directo, lo que nos lleva a hablar de las ganas de comprobar cómo sonarán en vivo estos temas. Rubén Nasville está confeccionando una nueva banda que le dé el empaque y la profesionalidad que requiere su propuesta y, aunque a distancia, comenta que está dando forma a un grupo muy sólido que se pondrá en marcha en un futuro cercano. Sin prisas, pero sabiendo que sus canciones merecen una vida en vivo que las haga ser más libres, aunque admite que la respuesta de la gente ante el disco va más allá de los directos, ya que está funcionando con pedidos que le llegan desde una geografía muy diversa, y es que en ese sentido las redes le han aportado un mercado a explorar, incluso en el extranjero, que en directo sería imposible cubrir, algo por lo que se siente muy agradecido.
Otra de las canciones más conocidas por sus seguidores es “Me moriría bailando”, y lo es en parte por ser la última de la que ha lanzado un videoclip, realizado por su colaborador habitual en la dirección de los mismos, Adrián Barcelona. Los vientos vuelven a reforzar este medio tiempo de estribillo pegadizo y estilo similar al del tema con el que abría el disco con ecos al indie-rock patrio. Con “Aprendiste a volar” bajan las revoluciones y entramos en otro tipo de canciones que destacan en el conjunto, las que juegan con el country-rock o el más puro estilo “americana”. El pedal steel de Eduardo Andrés destaca en una canción donde la clase la impone el personalísimo estilo de Gabriel Sopeña. Más Birras, así como aquel lejano disco de Sopeña “Mil kilómetros de sueños”, se nos representan mientras la escuchamos, pero no solo es un country con toque aragonés, sino que la canción está a la altura de los más recientes discos de Quique González o los M Clan más intimistas. Las voces de Garcés y Sopeña empastan a la perfección y el toque acústico nos hace estremecer, convirtiéndola en otra de las piedras angulares del disco. El propio Rubén admite que escuchar la voz de Gabriel Sopeña en su disco es un sueño hecho realidad. Lo acústico continúa en “Cuatro décimas de segundo”, donde ahora es el cello de Cristina Suey, del equipo de Ara Malikian, quien aporta el toque distintivo, aunque esta vez en una línea más británica que americana como ocurría en la anterior.
Otra de las canciones más conocidas por sus seguidores es “Me moriría bailando”, y lo es en parte por ser la última de la que ha lanzado un videoclip, realizado por su colaborador habitual en la dirección de los mismos, Adrián Barcelona. Los vientos vuelven a reforzar este medio tiempo de estribillo pegadizo y estilo similar al del tema con el que abría el disco con ecos al indie-rock patrio. Con “Aprendiste a volar” bajan las revoluciones y entramos en otro tipo de canciones que destacan en el conjunto, las que juegan con el country-rock o el más puro estilo “americana”. El pedal steel de Eduardo Andrés destaca en una canción donde la clase la impone el personalísimo estilo de Gabriel Sopeña. Más Birras, así como aquel lejano disco de Sopeña “Mil kilómetros de sueños”, se nos representan mientras la escuchamos, pero no solo es un country con toque aragonés, sino que la canción está a la altura de los más recientes discos de Quique González o los M Clan más intimistas. Las voces de Garcés y Sopeña empastan a la perfección y el toque acústico nos hace estremecer, convirtiéndola en otra de las piedras angulares del disco. El propio Rubén admite que escuchar la voz de Gabriel Sopeña en su disco es un sueño hecho realidad. Lo acústico continúa en “Cuatro décimas de segundo”, donde ahora es el cello de Cristina Suey, del equipo de Ara Malikian, quien aporta el toque distintivo, aunque esta vez en una línea más británica que americana como ocurría en la anterior.
“Depredador” vuelve a subir los potenciómetros y a centrarse en ese rock apoyado en los vientos para darle más color, acompañados aquí por algún guiño fronterizo en los aires del puente. También me detengo en “Estaré” durante nuestra charla. Otro medio tiempo que cuenta con un estribillo clásico y melódico que contrasta con unas guitarras más ásperas y el órgano Hammond del que se hace cargo Óscar Carreras, como en el resto del disco, casi tan protagonista como las guitarras arpegiadas de las estrofas. Es una canción con muchos matices, para lo que no necesita adornarse con metales, ya que esta vez se basta con una voz más profunda y desgarrada que nos regala en su tramo final. El rock de carretera se abre paso en “Bye Bye Adiós”, que cuenta con la colaboración de Cuti Vericad en la voz. El pedal steel la lleva hacia el terreno ya explorado anteriormente en canciones como “Aprendiste a volar”, aunque aquí destaca, junto a los colchones de Hammond, el wurlitzer (también de la mano de Cuti) y esa trompeta castiza que la acercan más al Ebro que al delta del Mississippi. Y con canciones como ésta nuestra charla deriva a hablar de discos como “La Noche Americana” del ya citado Quique González o el más reciente “Capitol” de Revólver, en los que encajaría como un guante.
“Grita” es una canción oscura, me atrevería a decir que por momentos es casi gótica. En el estribillo llega la luz con los vientos y unas guitarras más cristalinas, aunque sin perder su garra. Carlos Isarch, J. Manuel Joma Rubira, Raúl Zeta y el productor Diego García, muchos guitarristas juntos en una canción donde éstas suenan afiladas, dejando un poso turbio, pero que nos abre un nuevo camino por explorar para este músico inquieto. Finalmente llega “La Música”, una canción de título entre inocente y prepotente, pero que se nos muestra como una filosofía de vida, como la mejor forma que tiene nuestro protagonista de enfrentarse al día a día, pidiéndole a esa música que “no pare de sonar”. El cierre vuelve a esa línea country que ha ido salpicando esta selección de canciones intercalándose entre cortes más pesados y guitarreros. Las tonalidades menores le confieren dramatismo, que se refuerza también por el banjo de Roberto Artigas y el saxo de Ismael Moreno al estilo de Los Rebeldes, pero lo que de verdad le da otro punto extra de personalidad es la voz de Raúl Velilla “Bandido”, la tercera colaboración de un disco donde las voces de los invitados adornan las canciones más aterciopeladas y acústicas en contraste con los sonidos más eléctricos que son adornados por los vientos. Y es que, como le señalo a Rubén, podemos destacar dos tipos de canciones en “Éxtasis”, todas sin abandonar el amplio espectro del rock, desde Springsteen hasta los Rolling Stones, sin olvidarse de los ecos de Dylan o The Band. Sonidos complementarios, que mezclan potencia y sutilidad desde el espectro de los amantes de las seis cuerdas.
Rubén Nasville sabe bien en dónde se mueve. No reniega de sus fuentes, sino que las exhibe sin pudor. Y eso es lo bueno de “Éxtasis” y de su autor, su honestidad y franqueza, lo que nos asegura que si somos de los que gustamos de un rock eterno bien facturado, a buen seguro encontraremos cobijo en alguna de estas canciones. En unas quizá nos resulte más cómodo viajar por su calidez, otras tal vez nos lleguen a incomodar por su crudeza e incluso alguna podremos pasarla de largo, pero no lo dudéis, entre estas diez canciones con corazón encontraremos un sitio convincente donde quedarnos.