Por: Jesús Elorriaga
Provocador, lenguaraz y políticamente vitriólico, Steven Patrick Morrissey se ha ganado a pulso el ser uno de los personajes británicos más atacados y notorios, a pesar de la intachable calidad artística de sus últimos trabajos y de haber sobrevivido a varios achaques que por poco destrozan su salud. Su última astracanada: aparecer con un pin del partido ultraderechista For Britain en la presentación de su último disco en el Tonight show de Jimmy Fallon. Morrissey, acostumbrado a vivir en el filo de la controversia permanente, sigue alimentando un personaje que atrae odio y admiración a partes iguales pero que se crece en los escenarios y en la capacidad creativa que la ha hecho ser un puntal insustituible en la cultura inglesa, a su pesar.
Por eso cabe preguntarse cómo un reaccionario confeso de ego tan robusto ha sido capaz de hacer un disco de versiones, con la colaboración de otros artistas y en el que incluye algunas canciones de marcado corte de protesta. La respuesta fácil es que todo cabe en el mundo de Morrissey. La más compleja es que en estos cuarenta años de carrera ha sabido adaptar cualquier discurso a su particularísima y personalísima interpretación, poniéndose esta vez en los zapatos de otros músicos que tanto influenciaron y moldearon su estilo en años venideros. La nostalgia no es un sentimientos que le sea ajeno (para muestra, basta con acercarnos a cualquier letra de su época en The Smiths), tanto a nivel musical como estético. En "California Son" le sirve para rendir homenaje a un país y a una música que han tenido un protagonismo relevante desde su más tierna juventud (dejando de lado a su venerado Elvis Presley).
Nos habíamos quedado con muy buen sabor de boca después de su último disco ("Low in High School", 2017), y cuando lanzó el año pasado la versión del "Back on the chain gang" de The Pretenders había una gran expectación por su anunciado (y primer) disco de versiones programado para la primavera de este mismo año. Para "California son" ha contado de nuevo con la producción de Joe Chicarrelli (Frank Zappa, The Shins), el mismo que le produjo los dos anteriores discos y con el que evita imitar a los trabajos originales, sino que se acerca a ellos imponiendo por goleada su marca de la casa a la hora de acercarse a un terreno ya abonado y labrado.
Por otro lado, el término “colaboradores” resulta fantasmal ya que ninguno de ellos le hace sombra. Su participación en la mayoría de los temas es anecdótica, cuando no indetectable, salvo los casos de Billie Joe Armstrong (Green Day) y de Laura Pergolizzi (LP) que al menos tienen un huequito para destacar más allá de los coros. Con o sin ellos, Morrissey hace un repaso de estilos que van desde el folk, pasando por el glam rock y el r’n’b. El resultado es un trabajo irregular pero atractivo, donde algunas canciones aguantan mejor que otras la nueva interpretación de las mismas, incluso superando en ocasiones a las originales, como por ejemplo "Only a pawn in their game", de Dylan, que suena poderosa y magistral, o "Wedding bell blues", de los Fifth Dimension (los de "The age of Aquarius"), apoyado tímidamente por el cantante de Green Day y Lydia Night, que suena más rockera que el hit soul del 69. Por el contrario, el disco flojea a la mitad con "Lady Willpower", de Gary Puckett, un tema destinado a reventar las pistas de baile Northern Soul inglesas de principios de los 70 y que en la versión de "Moz" peca de grandilocuente, al igual que "When you close your eyes", una bonita balada al piano con la voz melodiosa de Carly Simon, muy del agrado del primer Elton John, y cuya batería programada y un acabado algo marciano (Petra Halden y esos coros espaciales) pueden dejar al personal algo extrañado.
Entre medias hay un puñado de buenas canciones que si bien se alejan bastante del último Morrissey algunas suenan bastante bien y encajan de forma acertada con el carácter que les aporta el mancuniano. El disco arranca con "Motning Starship", una acertada deferencia hacia uno de sus ídolos de la adolescencia, el icono glam maldito Jobriath. Se pasea con descaro por la escena folk estadounidense de los 60 con "Some say I got devil", de Melanie, "Lenny’s tune", homenaje al malogrado humorista Lenny Bruce de Tim Hardin, que manteniendo el omnipresente y dramático piano le aporta más sentimiento en la ejecución vocal, o "Days of decision" del Phil Ochs, al que le da la vuelta el toque hippy antibelicista del genuino añadiendo más electricidad y color en el desarrollo del tema. Sorprende con la versión enérgica al estilo "La la land" del "Suffer the little children" de la canadiense Buffy St. Marie y toca el techo con "It’s over" de Roy Orbison, donde Laura Pergolizzi parece que va a comerle el terreno a Morrissey pero acaba sepultada por la increíble interpretación que hace el británico de una canción que parece hecha a su medida.
"California son" es un trabajo peculiar de Morrissey donde al final tampoco nos resulta extraño verle en temas que no son suyos, pero al que le falta la identidad y solidez a la que nos tenía acostumbrados desde "You are the Quarry". Algunas letras de esas canciones en la boca del Rey de la Controversia sí que pueden parecer irónicas, incluso para el propio personaje que ha ido creando. Pero al final ha conseguido un sentido homenaje a unos músicos y a una tierra donde se siente cada vez más cómodo, alejado del olor a pólvora constante que parece que levanta a cada paso que da en su Inglaterra natal. "England is mine, it owes me a living" cantaba en "Still ill". Una vida tal vez no, pero Morrissey sí que le debe una carrera a Norteamérica, y en este disco parece dejarlo bien claro.