Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Viernes, 21 de Junio del 2019
Texto y fotografías: J.J. Caballero
Cuatro años, cuatro, son los que lleva El Colectivo cordobés, conformado por un par de mentes lúcidas musicalmente que además tienen bien orientado el radar para captar las ondas de bandas alejadas del circuito habitual de salas, organizando un festival humilde, de aforo limitado y que en esta ocasión sirvió para inaugurar la temporada de conciertos en la terraza de la sala Ambigú Axerquía. Tan escaso en ambiciones como efectivo en resultados, cada vez que el cartel oficial sale a la palestra la sorpresa suele ser mayúscula aunque plenamente satisfactoria. Los elegidos para amenizar la fiesta esta vez tenían idéntica procedencia regional –Granada y Sevilla- y dispar sintonía musical –neo psicodelia pop los primeros y blues con arraigo latino los segundos-. El mismo escenario y un sonido casi perfecto para dos pequeños shows con diferente sabor de boca, pero siempre con el objetivo bien claro, que no era otro que el de entretener la primera noche del verano con canciones desplegadas en su máximo esplendor. En ese sentido, la misión fue convenientemente cumplida y mejor disfrutada.
Valparaíso no es solo el nombre del valle sobre el que se erige el histórico barrio del Sacromonte, cuna granadina del flamenco y soporte universal de arte y misticismo. Desde hace poco también denomina a una banda de pop, un grupo de músicos procedentes de tradiciones diversas, de la militancia poético-roquera de Juan Codorniú con Lagartija Nick hasta la pasión por las melodías de los sesenta de José A. Sánchez, productor de prestigio en la escena local y responsable del sonido en directo de bandas como Niños Mutantes entre muchos otros. El trío creativo lo acaba de conformar José Uribe, ex batería de Elastic Band y habitual de las baquetas en Eskorzo, con lo que la combinación resulta cuanto menos estimulante. La traslación al directo de las canciones de su álbum "Canciones desde el segundo piso" resulta irregular, con picos de intensidad bastante acusados y la sensación genérica de que estos son unos grandísimos músicos embarcados en una aventura quizá aún demasiado inconcreta. El power pop asoma la cara en "Estamos solos", con protagonismo de la guitarra incluido, pero contrasta con la poesía musicada de Juan García Conesa en "Opaco natural", con mucho más pábulo para los teclados. "Valentina", el tema con el que abren, bebe de varias fuentes, siendo la más evidente las "Nanas de la cebolla" de Miguel Hernández, y es el perfecto ejemplo del medio tiempo en que se mueve el tono general del concierto, acentuado puntualmente por la voz de Codorniú en "Visión fugaz" y la ráfaga new wave de “Era de noche y sin embargo llovía”. Episodios radiantes de velocidad que completan recuperando algún tema de su etapa anterior, cuando cantante y guitarrista formaban parte de Hareh Lareh (ojo a la maravilla de disco que grabaron bajo el título "Cuando los vetegales piensen") y Matilda, sendas bandas semiolvidadas en el proceloso océano del pop que todo lo engulle. El grueso de los allí convocados apenas era consciente de que en escena había un pedazo importante de la historia de la música de la ciudad hermana, y puede que con siguientes entregas y una mayor difusión su prestigio quede definitivamente a salvo.
El dúo chileno afincado en Sevilla, y parece que su amor por esta tierra va cada vez en aumento, ha estado tocando recientemente escudado por Martín Benavides, un pequeño genio y emergente estrella en su país, que le da a la guitarra y al theremin en las dosis necesarias para apuntalar la propuesta de La BIG Rabia. En esta ocasión prescindieron de su presencia y se dedicaron a lo que ya sabemos que saben hacer de forma excelente, que no es otra cosa –y qué cosa- que latinizar los sonidos primarios del rock o, si se quiere, vampirizar la tradición latina del bolero y la cumbia hasta traerla a territorios contemporáneos donde pueda ser deconstruida. Los comparan con los White Stripes y otras bandas de alineación guitarra-batería empeñadas en demostrar que el famoso "menos es más" es una realidad palmaria, pero poco tienen que ver los arrebatos sentimentales de “El arrebatado” o "Mi compromiso" con la furia primitiva de los de Detroit. Desde que sorprendieran en 2011 con el mini LP "La bestia" su carrera no ha hecho sino dar pequeños pasos de gigante, apoyándose en el boca a oreja y a que cada uno de sus trabajos ha sido superior al previo. Con "Boda negra" Iván Molina (batería) y Sebastián Orellana (guitarra y voz) acicalan su propuesta y la expanden, puesto que sus servicios son solicitados por doquier y andan inmersos en varios proyectos paralelos que se reflejan de alguna manera en su forma actual de tocar. Casi se acercan a la música surf en algunos pasajes y ese peculiar sonido que proporcionan las guitarras dobladas para que suenen como un bajo les da otro fondo a grandes odas al desamor como “Mujer sin alma” o arrastrados cánticos de desengaño, que no otra cosa es en su base “Será mejor”. Una nueva revelación que ya confirmábamos incluso antes de empezar a escucharlos, y hoy por hoy una de las bandas más atractivas con las que nos podemos topar en festivales y saraos de cualquier condición.
Larga vida a las sabias gentes de El Colectivo, y también a quienes contribuyen con su presencia e implicación al cada vez más dificultoso movimiento de la escena rock en una ciudad con serios problemas de salud auditiva. El año que viene, y prometemos seguir en la brecha de una manera u otra, será mucho mejor, por muy difícil que lo pongan para superarse.