Por: Javier Capapé
El último disco de Glen Hansard no es tarea fácil. Puede considerarse un reto para aquellos amantes de la música que no entienden de fronteras. Es un álbum abierto para mentes despiertas, que no temen enredarse en canciones exigentes y propuestas atrevidas separadas de lo que podemos esperar en un primer momento al oír el nombre del irlandés. Un trabajo que si no se desiste y se aguarda con fe encontraremos en él un mar de luz cálido, atrayente y necesario. En este tiempo de música consumida como píldoras instantáneas "This Wild Willing" requiere dedicación, pero su recompensa se obtiene con creces."
Grabado en los estudios Black Box de Francia y producido por David Oldum, “This Wild Willing" se nos presenta como una colección de temas largos y oscuros, lejos de la inmediatez y la clase de su anterior trabajo "Between two shores" presentado hace poco más de un año. Por lo tanto este disco nos llega apenas sin descanso para los seguidores del irlandés, pero en una línea casi opuesta a su anterior obra. El cuarto álbum en solitario del líder de The Frames, lejos ya de su etapa con Markéta Irglová, exige una intensa reflexión y detenimiento a quien lo quiera escuchar. No entra a la primera, pero deja exhausto y con ganas de volver a él en cuanto el plato deja de girar. Sin lugar a dudas nos presenta al Hansard más introspectivo con una clara inclinación hacia el detenimiento en uno mismo. Un disco cocinado a fuego lento que exige disposición y tiempo, por lo que es difícil que convenza a todo el mundo a la primera.
Las cuerdas son un elemento fundamental en este disco. Su uso de forma recurrente parece ser empleado más bien para crear un halo de misterio o tensión que para adornar las canciones. Si consigues dejar de compararlo con sus anteriores entregas y abres bien los oídos, puedes descubrir su magia deteniéndote en los pequeños detalles. De esa manera, dejas de pensar en que el disco es un capricho de su autor que pretende incomodar a sus oyentes, al contrario, con él intenta sugerir y hacernos descubrir que cada canción es capaz de encerrar un tesoro que puede estremecernos si estamos dispuestos a que éstas encuentren un lugar en nuestro interior. Ahí está su magia. De esta manera siguen resonando los ecos de la tradición irlandesa característicos en su obra, pero introduciendo leves toques de experimentación reposada. Sin duda, esta colección de doce canciones está más lejos de los ecos de Van Morrison que se escuchaban en sus discos anteriores y más cerca de Tom Waits o Leonard Cohen. Igualmente bello, pero con un punto algo más exclusivo, aunque nunca excluyente. Puede obedecer a una necesidad de evolución artística, siendo mucho más que un mero ejercicio de estilo que le permite alejarse del desgaste que se evidenciaba tras tres álbumes más lineales que tocaron techo con "Between two shores".
El álbum abre con la enigmática y tremendamente oscura "I'll be you, be me", el adelanto del mismo que nos desconcertó más de lo que había hecho ninguna otra de sus composiciones antes. Casi podemos considerarla como una rareza, lo más lejos de la canción de autor habitual en Hansard. Versos recitados entre susurros, bajos marcados y ritmo constante, pero sin acústicas. La tensión es sostenida por las cuerdas, que llegan a nuestros oídos como si de un thriller se tratase. Casi sin creernos que estamos ante el autor de "Falling Slowly", la canción nos sugiere al igual que nos asusta, pensando que podemos perder al bardo dublinés, pero nuestras dudas se disipan con la entrada del piano en "Don't Settle" y la vuelta de los fraseos habituales de nuestro protagonista, que nos sirve ahora una canción que va creciendo entre cuerdas y vientos y donde manda un piano que puede recordarnos al "Imagine" de Lennon. Casi al final la voz de Hansard grita y se quiebra, como nos tiene acostumbrados, en una pirueta intencionada que nos hace volver a creer en él, que nos resitúa y nos devuelve toda nuestra atención hacia el disco.
"Fool's Game" se apoya en la suavidad de una voz con un tratamiento vocal posmoderno que quizá pretende imprimir cierta profundidad o misterio a una canción donde el violín y la guitarra clásica se imponen. Aquí más bien se acarician los instrumentos, que aportan matices pero desde cierto tono meditabundo, haciendo de ésta una canción propicia para escuchar a oscuras. A mitad del tema explotan con fuerza la batería, las guitarras eléctricas y los múltiples efectos, para terminar de nuevo con la misma actitud de recogimiento con la que había empezado, rematando con una coda final en forma de solo vocal femenino que parece haberse sacado del lejano experimento de This Mortal Coil. Resulta épica y atrayente, con cambios de intensidad y efectos, pero en su conjunto quizá sea algo excesiva. En "Race to the Bottom" se adivinan aires orientales que vienen desde las guitarras, pero también con los vientos dibujando curiosos fraseos en momentos puntuales. La voz de nuevo vuelve a ser más bien un susurro, lejos de los matices acostumbrados de Hansard, algo que también sucede en "The closing door", donde además del susurro roto de su voz, un ritmo muy marcado y apoyado sobre el órgano dominan una pieza de nuevo misteriosa e introspectiva donde también destacan las cuerdas y flautas orientales sobre un Hansard que canta hacia adentro, dejando atrás aquel grito ronco al que nos tenía acostumbrados en muchas de sus composiciones.
Con "Brother's keeper" recupera su tono vocal habitual y se acerca a las canciones de tradición irlandesa que domina, sin embargo cuando esperas que el tema estalle te das cuenta de que eso no va a llegar y puede quedar algo aburrido, no llegando a conmover como se esperaba. "Mary" sigue la línea de la anterior siendo otra canción que se queda a medias y donde se impone definitivamente la calma, que nos acompañará sin remisión de aquí hasta el final. La emoción bien medida de "Threading water", apoyada en los arreglos de violín, sigue el sendero trazado por sus predecesoras, confirmando que la segunda mitad del largo busca la belleza minimalista de los arreglos pero sin alejarse del pasado del de Dublín. La experimentación de la primera mitad del álbum se pierde y se impone el sentimiento nostálgico y las raíces celtas, aunque todavía nos queda alguna sorpresa como "Weight of the World", una canción que se abre poco a poco con la voz quebrada y casi sin ganas de salir de Hansard. Este tema comienza a brotar de forma extremadamente delicada con una instrumentación mínima y deslavazada. Piano y contrabajo le van dando forma hasta que las cuerdas van entrando en el tercer minuto, pero sin perder ese aroma a canción en construcción, casi improvisada mientras se canta. Esto es lo que la hace más bella, mostrando todo su posible potencial por explorar, pero al final no llega a más y se mantiene como una canción de cadencia muy pausada y vocación mística, pudiendo recordar a algunos pasajes del proyecto "The Prayer Cycle" de Jonathan Elias. En los últimos minutos de esta larga canción sube la intensidad comandada por un piano cada vez más presente, pero es en su contención donde está su razón de ser. Aquí se comprende que la intención de Hansard con el disco no es provocar sino animar al disfrute contenido, a pararse en los detalles, a la exigencia para descubrir nuevos placeres, no para incomodar.
"Who's gonna be your baby now" es otra de las canciones del disco que recurre a una manera de cantar casi recitada mientras se apoya en la guitarra callejera habitual de Hansard junto a un piano doliente que busca el preciosismo en los detalles mínimos. En "Good Life of Song" encontramos nuevamente al folk singer que arrastra su voz despacio, sin pretender acelerarse. Sus más de siete minutos pueden llegar a cansar si tenemos en cuenta que en el estribillo se contiene, no aumenta la garra y mantiene ese estilo clásico del Hansard más irlandés y menos experimental, que recurre a un fade out final, con acordeón incluido, con el que llegamos al cierre de la mano de "Leave a Light", una canción con cierto aire crepuscular que mantiene la delicadeza que ha caracterizado al disco, o al menos a esta segunda parte del mismo. Este colofón sirve de perfecto contraste con el tema que abría el disco, ya que entre ambos podemos ver la unión hacia su línea más clásica que no termina de olvidar en este último y la vena experimental por explorar del primero. Aún recurriendo a una canción con tintes demasiado familiares en la carrera de este músico, consigue estremecer demostrándonos como ama a su tierra a la vez que ejemplifica mejor que ningún otro artista de su generación la fusión de la tradición celta y el folk con el rock.
"This Wild Willing" es un disco sin aspavientos, delicado, de belleza sugerente y sensual. Olvídense de excesos vocales y sonidos épicos. Quizá pueda parecer pretencioso y finalmente quedarse a medias, pues no se aleja como parecía en un primer momento del sonido más tradicional del líder de The Frames, pero no por eso deja de ser un disco valiente. Las distancias cortas se imponen y la actitud introspectiva gana haciendo del disco una anomalía serena a la que dedicarle todo el tiempo necesario en estos momentos de inmediatez y excesos.