Por: Àlex Guimerà
Con una carrera musical que arrancó en 1996 y que ha arrojado 17 discos de estudio, ha tenido que llegar a este año para publicar, como indica su título, su mejor trabajo. Para muchos Andrew Bird es un auténtico desconocido, para otros es un músico de culto y una referencia a tener en cuenta que comenzó como violinista de jazz pero que con el tiempo ha ido experimentando y entrando en los terrenos del pop, culminando su camino con dos excelsos trabajos como son "The Mysterious Production Of Eggs" (2005) y "Armchair Apocrypha" (2007) en los que demostraba la belleza de las composiciones sencillas, sus aptitudes instrumentales y la facilidad de crear ambientes evasivos.
El nuevo álbum ha sido editado por Loma Vista Recordings, con una portada llamativa en la que se reproduce el cuadro neorrealista de Jaques-Louis David "La Muerte de Marat" de 1793 con Bird exhausto en el mausoleo papel en mano.
A pesar de que los instrumentos fueron grabados conjuntamente y en directo sin uso de pistas separadas, el sonido aparece compacto y trabajado, demostrando los buenos músicos que son Bird, a las cuerdas rasgadas (excelentes sus pizzicatos), y Tyler Chester, en unos teclados omnipresentes y perfectos.
Muestra de ello es la apertura (y por el momento exitoso single) "Sisyphus", que viene embellecida por un silbido que se ha convertido en marca de la casa del cantautor, al igual que su mezcla entre el folk y el soft-rock, que le emparejan con Gilvert O ' Sullivan pero también, tomando referencias más actuales, con el Father John Misty más melódico y racional.
Otra que destaca del paquete es "Manifest", una tierna pieza pop-folk con un piano que marca el ritmo como nunca y con una letra que reflexiona sobre la muerte. "Bloodless", en cambio, nos trae los aromas del blues, aunque su desarrollo instrumental sea bastante sofisticado, con unos sensacionales punteos y rasgueos de violín junto a un órgano de ambiente. Por cierto, su letra es una crítica a la situación política actual comparándola a la Catalunya de 1936 y a lo que él llama "uncivil war". "Archipielago" es jazz vocal envuelto en violines de celofán, y una voz de Bird más cálida que nunca cantando al humanismo . Con "Olympians" llega el indie de corte más clásico, y con él los gritos épicos, la energía y las guitarras; mientras en "Cracking Codes" el sentimentalismo se deja fluir entre silbidos lejanos y "Fallorum" es dream pop con brillantes y armonizadas voces y ritmos étnicos. "Proxy War" arranca de forma funkie, "Don The Strugge" trae unos interesantes cambios de ritmo y "Bellevue Bridge Club" cierra el disco a lo grande con una pieza folk pop deliciosa.
Un disco con el que esperemos crítica y público hagan por fin justicia y abracen la música de este estiloso y prolífico músico de Illinois, capaz de ofrecer trabajos como este que se esconde en una funda con imagen de obra de arte pero que en su interior también lo es.