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Rafael Berrio: "Niño futuro"

Por: Kepa Arbizu

La concesión en el 2016 del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, al margen de polémicas varias suscitadas , supuso, además del lógico y merecido reconocimiento artístico, la constatación de que la obra de unos muy determinados creadores supera con creces los límites del ámbito musical para alcanzar unos más complejos y globales. En lo referente a nuestro entorno, probablemente el que mejor, sino el único, que representa esa figura es el donostiarra Rafael Berrio, difícilmente catalogable obviando su personal y genial legado literario, fraguado desde sus inicios en bandas como Amor a Traición o Deriva hasta su actual estado en solitario. 

Hace ya casi cuatro años el guipuzcoano desempolvó las guitarras eléctricas, dejando atrás ambientaciones más cercanas a la de sobrio crooner presentes en "1971" o "Diarios", para dar forma a un álbum, "Paradoja", que bordeaba el sonido grunge y sus precedentes. Para su nuevo disco "El niño futuro", no guarda ni mucho menos en el armario dichos instrumentos, pero sí que les ofrece una salida diferente, todavía impregnada de espíritu rockero -también de uno más melódico- pero esta vez bajo un aspecto menos chirriante e incisivo.

Lo que, por suerte, se mantiene inmutable en las actuales canciones es la lírica tan reconocible y absorbente de la que siempre se acompaña al autor. Identificación que se puede extender hasta la propia dicción, el ritmo de su fraseo y por supuesto el impresionante calado reflexivo. Características cualidades que definen un sedimento poético que parece posar una mano en la denominada Generación del 50 (Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, Ángel González) y otra en el simbolismo francés. Así, la plasmación de su particular punto de vista vital, entre descreído, bohemio, irónico y fatalista, inundará las diez piezas de este trabajo.Una declaración de intenciones bien patente desde la inaugural "Dadme la vida que amo", donde recoge entre gustos y disgustos  todas esas aptitudes citadas moldeadas en lo que será un omnipresente -que no exclusivo- rock de elegancia callejera a lo Lou Reed.

Igual de persistente en todo el desarrollo del álbum va a ser un compartido protagonismo de las guitarras y las teclas, instrumentos que en la siempre exquisita búsqueda de un plantel de calidad del que rodearse, van a quedar asignadas respectivamente a Joseba Irazoki y Paul San Martín, quienes, como es obvio, ejecutan una sobresaliente tarea. Será precisamente en el caso de "Considerando" donde el piano alcance una primordial presencia debido, en parte, al juguetón lenguaje que utiliza. Sumado a la aparición de la cálida voz de Virginia Pina, el resultado, sin abandonar su agrio verbo ("Puedes ahorrarte el trance de morir matando, considerando que no estoy vivo del todo"), desprende un aroma bucólico y resplandeciente.  Esa faceta más pop a la que está sometida en parte el disco deja otros rastros igualmente destacados como "Las tornas cambian", que pese a la nostalgia que rebosa cuenta con un contagioso dibujo melódico que perfectamente podría estar extraído de la paleta de colores de José Ignacio Lapido

Pero allí por donde asoma el filósofo Emil Cioran no puede crecer terreno que no sea rico en desesperación. Por eso, y tomando como ejemplo la inicialmente lacrimógena pero resuelta entre una tensa explosión eléctrica "Abolir el alma", en la que se recopila expresamente los pensamientos del rumano, el disco también se instala sobre una atalaya clarividente pero angustiosa. Pese a que "Sísifo releva a Sísifo" se reproduce bajo un romántico estado y que "El truco era un resorte" se define por una amable enjundia, "Niño futuro" se ofrece como una desasosegante bienvenida a aquellos ojos que vendrán nuevos a este mundo.

No es fácil, ni gratificante, el espejo al que somete a la existencia, y de paso a todos nosotros, Rafael Berrio; describe su caos, su zozobra, pero también su paradoja, aquella que permite que entre ese árido entorno sobrevivan flores, quizás escasas en cantidad pero determinantes a la hora de confeccionar este recorrido. "El arte es largo, la vida es corta", desliza en uno de sus versos el donostiarra. No es tarea sencilla superar el ámbito más coyuntural, convirtiendo en secundario estilos, géneros, o manifestaciones concretas, y transformarse en un fascinante universo propio expresivo. Un reto del que solo salen triunfantes algunos privilegiados, y no cabe duda de que tenemos delante a uno de los casos más evidentes de ello.