Por: J.J. Caballero
Dar un paso de atrás hacia delante no es fácil si no se cree fervientemente en las propias posibilidades de progresar. En el caso de Herminia Martínez, una jiennense que decidió dejar los menesteres técnicos a un lado por una vez –y parece que con solución de continuidad- y ponerse al frente de un proyecto propio al que poner voz y música, el riesgo se aminora por las extraordinarias capacidades y el amplísimo bagaje que avalan un primer disco mínimo (solo cinco temas, formato EP) y sorprendentemente rico en influencias y contenido. Un conjunto cerrado de canciones en torno al amor y la muerte cuyo hilo conductor parece ser la propia vida. Paradójico, sí, pero emocionante a más no poder.
Un disco que se abre con una frase como "si hubiera dicho sí habría sido infeliz" bien merece una escucha pausada y una zambullida en los arreglos de piano, guitarras y percusiones, cuidados y pertinentes, que rodean las composiciones de María Guadaña, el nombre de guerra elegido por la jefa para escribir letras que se comen el corazón sin aderezo alguno, como bien muestra una de las excelentes fotografías del libreto interior del disco. Carlos Sosa (Fuel Fandango) a la batería, Gabri Casanova (Anaut y Vinila Von Bismark), Javi Geras (Sinouj y Anaut) y Pablo Pérez (Laredo) forman un equipo infalible que no da una nota de más pero tampoco de menos. La producción y el color sonoro apuntado por Tonio Martínez completan el atractivo de unos temas que basculan entre la nana explícitamente enferma que representa "La muerte", y el tono de cabaret oscuro, rock arrabalero y trasfondo de post punk en "Cuánta belleza" y "Oxitocina", en los que se transforma en una suerte de PJ Harvey racial con ínfulas latinas y perfil de femme fatale. El ritual emocional que comienza en "La no novia" culmina en el ritmo serpenteante de "El peregrino" donde acaba por confesar, entre otros perjurios de desamor, que "no, si puedo evitarlo, te tendré que matar" y reinterpreta el folk rock con unos códigos insospechados. Son, efectivamente, unos "Remedios paganos" que pronto deberían convertirse en prescripción médica.
Se echa de menos en este disco precisamente que no sea algo más. Habría de durar más, de dar más de sí, de nunca más parar. Deberíamos tener un poco más del alma de esta voz peculiar, deudora de la avidez sentimental del Berlín de los años treinta en la misma medida que portadora del coraje de la música negra que hizo derribar los prejuicios raciales a las primerizas estrellas del rock. Aquí no hay ni rastro de ellos. Más bien al contrario, esto es música libre, antojadiza y terrenal. Como una tarde de otoño con el viento soplando ahí afuera.