Sala Oasis, Zaragoza. Viernes, 29 de marzo del 2019
Texto y fotografías: Javier Capapé
Si alguien está buscando al definitivo grupo de rock entre el sinfín de ofertas musicales y no lo ha encontrado puede estar tranquilo, pues si escucha a Los Zigarros descubrirá quizá al grupo que mejor simboliza este paradigma de rock sin aditivos: riffs salvajes, una potencia inusual y un descaro incontestable, todo ello aderezado con una voz que bebe directamente de las fuentes más sólidas de nuestro rock patrio. Si es que aún hay alguien que no haya escuchado alguno de los discos de los hermanos Tormo que no dude en acercarse a uno de sus conciertos de presentación de su más reciente "Apaga la Radio" y descubrirá que no hay exceso en mis palabras. Ellos son "EL GRUPO" de rock por excelencia, el relevo definitivo de bandas como Tequila, M Clan o los más desafortunados Buenas Noches Rose. Atemporales, descarados, enérgicos. Y la mejor prueba para constatar esto es verles en directo. Su espectáculo es un derroche de decibelios que va más allá de la pose y engancha en una red tan clásica (como es este estilo manido desde los setenta) como presente. Porque del buen rock nunca nos cansamos. De ese que trasciende lo puramente estético, aunque aquí hay mucho de eso, y nos eleva hasta un espacio dominado por las guitarras Fender y Gibson además de las voces con deje familiar (¡¡cuánto le debe Ovidi Tormo a Carlos Tarque!!) sin olvidar una temática por momentos demasiado evidente y en otras ocasiones cercana a la reflexión trascendental con nuestro yo interno, pero sin pretender cambiar el mundo ni abusar de los ejercicios más sesudos. Los Zigarros son únicamente rock y eso es precisamente lo mejor de ellos. No van buscando su lado más acústico que contraste con la grasa del rock de garaje, no escoran hacia la moda del sonido "americana", ni siquiera necesitan adornos en forma de Hammond o pianos con aroma a honky tonk. Ellos son la esencia del sonido estrictamente guitarrero mamado de sus admirados The Who (cuyos guiños suenan desde la canción que da título a su último álbum) o los insustituibles AC/DC (de los que también hay sendas imitaciones de sus formas en algunas de sus canciones). Como decían los Rolling Stones en su época dorada "It’s only rock and roll (but I like it)". No necesitamos nada más. Cuando escuchamos, sobretodo en directo, a Los Zigarros todo lo demás desaparece, se convierte en superfluo, y deseamos haber nacido con un tatuaje en el que se lea "Sympathy for the Devil". Y es así como funciona a la perfección su espectáculo, tan sobrio como medido al milímetro, que hace las delicias de aquel que se olvida de modas y simplemente enarbola con el puño en alto su grito de guerra de "larga vida al Rock and Roll". Eso es todo. Pero es perfecto.
El viernes, la Sala Oasis se disponía a teletransportarse a los setenta de la mano de estos valencianos y en buena medida lo consiguió. Primero fuimos templando motores con las versiones desnudas pero efectivas de Ángel Wolf, que entretuvo al personal y consiguió una merecida ovación como respuesta a la ardua tarea de telonear a un grupo que iba a derrochar toda la electricidad del mundo mientras él se bastaba de una acústica, una pandereta en su zapato y una colección de armónicas para llevarnos desde el Mississipi hasta el Nervión, ya que no faltó un "Soldadito Marinero" bien coreado por todos los presentes. Con una puntualidad nada habitual en el mundillo (incluso un minuto antes de lo previsto) comenzó a sonar en playback y a modo de intro el único tema acústico de la banda, "La trampa", con el que abren su más reciente disco como si de un calentamiento se tratase. Ese sería el único momento de la noche en el que sonaría una canción a bajas revoluciones, porque una vez tomaron posiciones los cuatro músicos de la banda la electricidad se impuso y no bajó el ritmo en cada una de las siguientes veintiuna canciones que interpretaron. Ovidi Tormo salió con convicción y su hermano Álvaro como un torbellino, desbocado y crecido. Ambos increparon desde el primer momento al público y le invitaron a sumarse a su particular dial desde el comienzo con "Apaga la Radio", dejando bien plasmada su declaración de intenciones sin concesiones. Enlazaron canciones casi sin descanso, sin apenas tiempo para cambiar las guitarras y así sonaron "Espinas", con un solo apoteósico (de estos habría muchos durante toda la noche), y la versión de Flying Rebollos, "Mis amigos", donde se dejó claro que por encima de las letras estaba la actitud y el potente sonido, que no fue de lo mejor de la velada, pues una vez pasadas las primeras canciones siguió resintiéndose la voz sobre el resto de la maraña instrumental, por lo que esas carencias en el ajuste vocal quizá no fueron tanto un problema de equilibrar la mezcla en los primeros compases de la noche sino más bien una manera de reforzar su contundencia. Así quedó demostrado que el que quiera entender con claridad el mensaje que se escuche el disco en casa, porque aquí hemos venido más por las formas que por el fondo.
Rápidamente se adivinó que no iban a faltar los clásicos desplegados en los dos primeros discos del grupo. "No obstante lo cual" nos recordó que estos tipos no se olvidan del cabaret y tras el "buenas noches" de rigor y despojarse de la chaqueta para ponerse cómodos se sucedieron los riffs y el desparpajo en "Qué demonios hago yo aquí" o "Baila conmigo", con todo el mundo coreando el estribillo mientras las guitarras de Ovidi y Álvaro punteaban al unísono. Lo más cerca que estuvieron de la calma fue interpretando con profundidad "Con las manos rotas", un tema más sentido y con un trasfondo que sobrepasa el tópico de "sexo, drogas y rock & roll".
Una mezcla entre la ligereza de Tequila y la entereza de M Clan, eso es lo que venía a mi cabeza mientras escuchaba "Con un solo movimiento" o la más cruda "Resaca", con esa preponderancia por los temas banales y desenfrenados, que para ponernos serios siempre queda tiempo. Tras presentar a sus dos escuderos Adrián Rives y Nacho Tamarit, que soportan una base contundente muy medida y cuyos coros de este último aportan el perfecto contrapunto a las melodías de Ovidi, llegamos a la festiva "Voy a bailar encima de ti", que supuso algo así como el fin de la primera parte de la noche, que con la versión de "Wipe Out" de los Surfaris y su inconfundible riff aderezado aquí por una pegada brillante en la batería, nos condujo sin solución de continuidad a la segunda parte de un repertorio donde, ahora sí, iban a predominar sus pesos pesados por encima de sus más recientes creaciones. “Listos para el despegue” casi en una línea hard rock, la más dura de todas las que desfilaron por el escenario de la Oasis, nos llevó hasta "Desde que ya no eres mía", con Ovidi sembrado a manos del solo principal y con un final homenajeando a 007. Cerca de AC/DC estuvo "Malas decisiones", uno de los temas más acertados de su reciente disco, y el calor representado en el pedal del "Wah Wah" llegó con la sugerente "No sé lo que me pasa", última de las canciones que interpretarían del disco que habían venido a presentar. Ahora sólo quedaban coros enloquecidos, puños en alto y total entrega para darlo todo en "Cayendo por el agujero", en la que se les sumó Ángel Wolf con la armónica para hacer un blues acelerado que se saliese algo más del guión, ya que hasta ahora todas las canciones habían sonado como un reloj, casi sin desviarse ni un milímetro de lo trazado en el estudio, lo que da muestras de un directo impecable y un control absoluto de su obra, pero también se agradece en los directos algo más de improvisación, lo que, dicho sea de paso, mejoró desde este momento. "A todo que sí" sonó con mucho swing ayudado de nuevo por el "Wah Wah", cuyo final con un solo a dos guitarras dejó claro una vez más que estos dos hermanos se compenetran como pocos. El final lo anunciaron mientras templaban con un inicio suave las guitarras de "Tenía que probar", pero rápidamente este tema explotó con una batería aplastante y un bajo que marcó una nueva improvisación que se salía del guión para cerrar antes de los bises.
La tequilera "Hablar, hablar, hablar" fue la encargada de abrir la vuelta tras los dos minutos de rigor y el éxtasis heredero de Angus Young llegó con "Dispárame" para terminar definitivamente tras algo más de noventa minutos con el cañonazo histérico que supuso "Dentro de la Ley". Punto final a un concierto con grasa, de los que se disfruta en el barro, con sus pequeños defectos como el escaso espacio a la improvisación o los mejorables niveles de volumen en la voz, pero al que poco se le puede reprochar en el aspecto rítmico y sobretodo en el dominio de las seis cuerdas. Ya fuera acariciando la Les Paul o aporreando la Telecaster, los hermanos Tormo saben lo que es mimar las guitarras para sacarles su mejor brillo, su sonido más áspero o su efecto más desmedido, pero eso sí, todo desde el prisma de dos músicos que acarician su gran momento de inspiración, disfrutan en cada bolo y se encomiendan a Leviatán para no dejar nada al abrigo del más comedido, porque esto es exceso y revolución, porque esto es simplemente rock and roll y se escribe con Z, de Zigarros.