Por: Sergio Camiña Martínez
Mucho se ha hecho de rogar el nuevo trabajo discográfico
de La Casa Azul. Finalmente y, tras casi ocho años, la
secuela de “"La Polinesia Meridonial" (2011), llegaba el
pasado viernes a todas las plataformas. Guille Milkyway,
alma y líder indiscutible del proyecto, afirmaba, con la
naturalidad que le caracteriza, haberse quitado "un peso
de encima" con la publicación del disco. Este dilatado
receso del grupo, responde a una serie de motivos
personales, pero tenemos que tener en cuenta que el
catalán no ha dejado de estar activo profesionalmente
durante este tiempo: su asociación con Fangoria, en las
labores de composición y producción de sus últimos tres
discos, le ha dado a la banda de Alaska y Nacho Canut
nuevos himnos generacionales (más de 30 años después
de "Ni tú ni nadie" o "¿A quién le importa?") y ha
propiciado su regreso a radiofórmulas. No menos
importantes han sido sus trabajos remasterizando
clásicos de Nino Bravo o Camilo Sesto, por los que el artista siempre ha confesado su
admiración, o su labor como profesor de cultura musical en Operación Triunfo, programa, en
parte, responsable de haber elevado su éxito "La revolución sexual" (2007) a la categoría de
clásico atemporal. Además, su espíritu independiente y desprejuiciado, a la postre uno de sus
mayores valores como artista, ha hecho que no haya tenido reparos en seguir trabajando en
música para jingles publicitarios o en regrabar sintonías para programas de televisión, por
políticamente incorrectos que resulten.
Milkyway explicaba que, a lo largo de este tiempo, ha habido varias versiones listas del álbum (la
primera de las cuales data de 2013) pero también largos parones, lo que, al regreso al estudio,
hacía complicado identificarse con el material anterior. Esto es algo que resulta comprensible,
teniendo en cuenta lo volátiles que son las tendencias musicales en la actualidad y que la
constante evolución, es algo idiosincrásico de La Casa Azul desde sus inicios. Lo cierto es que el
artista se ha visto obligado a aunar bajo el mismo concepto inicial (el de la gran esfera),
canciones técnica y estilísticamente muy distintas. Es por esto que estamos ante un disco de
“transición”, no porque sea una mezcla carente de dirección artística, como se podría pensar,
sino porque refleja el final de una etapa y el comienzo de otra. De esto da muestras "Podría ser
peor", primera pista en la secuencia del álbum; también lanzada como primer adelanto del
mismo, en el ya lejano 2016. Nada nuevo bajo el sol, podríamos pensar tras oírla. Sin embargo,
se trata de un tema "marca de la casa" (¿nadie más se la imagina grabada por Fangoria?), que
funciona perfectamente como final de la etapa anterior del grupo y, a la vez, sienta las bases
temáticas de este trabajo: presenta el amor desde la infelicidad y el fracaso. Tiene una gran carga
nostálgica, presente, por ejemplo, en la mención a Shangri-La (lugar utópico de la novela "Horizontes perdidos" de James Hilton) y presagia el final. Precisamente, este punto de inflexión
se trata en "El final del amor eterno", tema aún más nostálgico que el anterior y que ha sido
elegido como single para acompañar el lanzamiento del álbum.
En esta primera parte nos
encontramos con uno de los temas más novedosos del grupo en cuanto a sonido, "A T A R A X I
A", cuyo estilo fue definido por Milkyway como "trap-hael", ya que aúna los sonidos urbanos del
trap (género que, dicho sea, ha tomado completamente las listas de éxitos de nuestro país), con
elementos de la canción melódica de artistas como Raphael. El tema parece aludir a esos
primeros momentos de una relación (como bien refleja el videoclip protagonizado por Pol Monen
y Teresa Peiroten) y debe su nombre a ese estado de serenidad y calma en el que es imposible
que algo pueda afectarnos. Todo es un espejismo, o eso nos parece al oír "El colapso
gravitacional", cuya letra acepta abrazar el inevitable destino ("que caiga sobre mi la fuerza del
colapso gravitacional"), todo esto acompañado de un piano que recuerda directamente a ABBA. La primera parte se cierra con sabor a culpabilidad por no haber sabido aprovechar "el
momento". Precisamente, ese es el nombre del tema que acerca el sonido del grupo al "synth-
pop". Por su parte, "Nunca nadie pudo volar”", otro de los adelantos previamente conocidos por el
público, abre la segunda mitad del disco, a la vez que se convierte en el mayor placer culpable
del mismo (¿por que no podemos evitar bailar sin parar una letra con tanta carga emocional?) y
sirve de ¿prematuro? homenaje al EDM de principios de década. Este tema, se revela contra el
dogmatismo e incluye referencias mitológicas (como la leyenda de Ícaro) e históricas (como la
mención a Franz Reichelt). En su videoclip, cuya estética parece sacada en algunos momentos
de un cómic de X Men, se presenta por primera vez de forma explícita "la gran esfera", eje
conceptual del álbum. Tras esta canción, se precipita el tramo final del disco, donde destaca "Ivy
Mike", que compara el devastador final del amor con la primera bomba de hidrógeno y que
supone un resultón segundo giro hacia las tendencias comerciales del momento. "Hasta perder el
control", de ritmo festivo y toques dubstep en el preestribillo, y "Saturno (todo vuela)", con una de
las bases más contundentes y rockeras del disco, preceden a "Gran Esfera". Esta última, que
tanto recuerda a las producciones de Phil Spector para The Ronettes, hace las veces de epílogo y
supone una liberación.
Una de las mayores incógnitas de los fans era cómo sonaría un álbum de La Casa Azul en 2019.
Lo mejor de "La gran esfera" es que mantiene ese sonido efervescente que siempre ha
acompañado al grupo, sin perder un ápice de identidad, ni esencia: siguen aferrándose a la
efectiva contradicción de dotar a letras tristes de melodías bailables, optimistas y enérgicas.
También resulta un acierto que vuelvan a revisitar todas sus influencias musicales, a la vez que
añaden elementos contemporáneos. "Hace tanto que esperaba ver el sol", canta Milkyway
mientras, como si del protagonista de "El show de Truman" se tratase, se dispone a abandonar
ese lugar en el ha estado atrapado. Final redondo (¿o deberíamos decir esférico?) y nuevo
comienzo.