Por: Javier Capapé
El más reciente disco de Miss Caffeina es un salto adelante, una declaración de intenciones, una manera de librarse de ataduras y comenzar con paso firme lo que puede ser su consagración definitiva. Para ello han decidido hacer valer sus dotes más pop, virando definitivamente hacia sonidos que ya apuntaban en su anterior largo, pero aquí de forma descarada, sin tapujos. El grupo madrileño se deshace casi por completo de las guitarras y dota a los once temas de esta colección de una pátina sintética elegante y sofisticada, que entronca directamente con el sonido más fresco del pop electrónico que en su día dominaron los británicos Depeche Mode, llenando de sintetizadores cada recodo de sus canciones. Podríamos decir que la jugada les ha salido redonda porque el sonido de los ochenta le va como anillo al dedo a esas letras cargadas del punto necesario de atrevimiento y complicidad con el oyente. El cuarteto madrileño se afianza en ese universo del pop y les hace desligarse en cierta medida de las etiquetas del indie, constatando el hecho de que el indie como corriente está virando hacia un terreno más accesible. Lo que importa es llegar y convencer a la gente, no tanto la clasificación dentro de una etiqueta estilística, que ha ayudado a impulsar carreras pero que a día de hoy es un maremágnum de sonidos y referencias donde quizá el único punto en común entre los músicos considerados indies sea compartir cartel en los múltiples festivales veraniegos que se dan cita en nuestro territorio.
En "Oh Long Johnson" se respira libertad, ganas de hacer las cosas a su manera, quitando de en medio etiquetas y lanzándose a la piscina. Miss Caffeina saben que arriesgando pueden perder fieles, pero a la vez sumar otros que no tengan prejuicios, porque sí, éste es su disco más completo y a la vez el más libre. Desde que coquetearan con la electrónica en "Detroit" los de Alberto Jiménez deseaban apropiarse de este estilo y hacerlo suyo. Conseguir un sello reconocible con el que asociarles más allá de la personal voz de su líder, aunque ese sello les alejase de sus inicios. Lo importante parecía ser no retroceder, a pesar de que ese avance les hiciera mirar hacia el pasado estilísticamente. Es en ese riesgo acertadísimo donde se consolidan como una banda de pop mayúsculo, sintético y brillante. Y además se permiten el lujo de jugar y descolocar a sus fieles con poses propias de una boyband de los noventa o con una clara incitación al baile sin reparos.
En estas canciones predomina el optimismo musical aunque sus letras por momentos sean derrotistas. El baile no está reñido con textos intimistas e incluso hirientes, y es que ésta puede ser la clave de la receta del éxito de este disco. Si no eres atraído por su rítmica lo harás por sus textos, que ya desde la apertura con la canción que da título al mismo pretenden poner los puntos sobre las "ies" haciendo una sana crítica a la desconcertante sociedad actual. Una vez has subido al expreso sonoro que forman estas once canciones no podrás apearte de él y así se irán sucediendo sugerentes paradas que sin dejar su marcado estilo electrónico irán calando en tu cabeza e irremediablemente te harán replantearte muchas posturas críticas a golpe de baile más que de sesuda reflexión de foro de debate. En definitiva, de lo que se trata es de hacernos pasar un buen rato, que más bien parece un suspiro, ya que estas once canciones no llegan ni a los cuarenta minutos, aunque quizá así el menú es más atractivo y no incluye apenas platos desechables. Porque en esta mezcla se suceden temas infalibles como el tecnopop de "Merlí", primer sencillo del disco, pasando por momentos íntimos como "Reina" y otros tremendamente pegadizos como "Prende". Y más allá de estos tres adelantos se esconden otros temas nada desdeñables como la ya señalada inmediatez de "Oh Long Jonson", las discotequeras "Fiesta Nacional" o "Cola de Pez - Fuego", el trip hop de "Calambre" o la sugerente "Planta de interior", que puede hacer sombra a cualquiera de los sencillos lanzados hasta la fecha. Indudablemente el sonido de Depeche Mode de su época comprendida entre "Some Great Reward" y "Music for the Masses" se funde con la densidad de New Order o la inmediatez de Pet Shop Boys por momentos y crean indudables aciertos como la luminosa "Prende" o el tema titular "Oh Long Jonson", soltando proclamas punzantes desde la primera frase y con un magnífico puente que por sí solo ya merece la pena para ganarse toda nuestra atención. Aunque también hay que señalar que el cuarteto sale peor parado cuando se escora hacia los ecos de Imagine Dragons o The Killers en canciones como "Bitácora" o "El gran temblor", a pesar de que en éstas también se pueden encontrar signos de clara inspiración por su parte.
Contando de nuevo con Max Dingel como productor, la banda madrileña se ha olvidado casi por completo de las seis cuerdas de Álvaro Navarro, que aporta algunos momentos puntuales estupendos como ocurre con los solos de "Merlí" o de "Fiesta Nacional", además de sostener la base de otras canciones como "Planta de interior" o "Bitácora", pero cuyo protagonismo ha quedado cedido hacia los múltiples teclados y sintetizadores a cargo de Sergio Sastre y la base potente de Antonio Poza al bajo. El tratamiento del sonido no deja atrás la parte vocal, que a pesar de la instrumentación casi de corte industrial deja a la voz en primer plano como buen producto pop, permitiéndonos no perder un ápice de los mensajes de Alberto Jiménez, que calan de forma casi instantánea en quien los escucha.
Sin lugar a dudas el camino emprendido por Miss Caffeina hace más de diez años ha encontrado la horma de su zapato en este sonido vital, limpio y con una pose quizá demasiado impostada pero igualmente sugerente y atrevida. El viaje que comenzó con "Detroit", que les llevó a consolidarlos con temas tan contagiosos como "Mira cómo vuelo", se ha terminado por definir hacia un terreno más pop pero sin perder calidad ni atracción y, con los tiempos que corren, mucho más valiente si cabe. No nos cansaremos de bailar con "Oh Long Johnson", pero igualmente podremos pararnos a pensar en que detrás de este aspecto urbano y aparentemente banal hay un suculento festín que no deberíamos pasar por alto. Un disco del que difícilmente podremos cansarnos.