Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Domingo, 10 de marzo del 2019
Por: J.J. Caballero
Fotografías: Raisa McCartney
Una noche dedicada a escuchar y disfrutar en directo de un menú musical cocinado en los mejores fogones del rock and roll tradicional, el que derivó en el llamado rockabilly que arrasó listas y escenarios en los cincuenta y que proporcionó figuras inmortales para la eternidad es siempre una noche bien empleada. En Ambigú Axerquía, una sala ecléctica en programación, eficaz en sonido y normalmente devota en fidelizar a un público esta vez sorprendentemente atento a la oferta dominical, se subía al escenario una leyenda de la música americana reciente, autora de una discografía no demasiado nutrida pero brutalmente adictiva, además teloneada por otra aplicada discípula de las enseñanzas apuntadas. Como un aperitivo que en realidad es un primer plato con todas las especias en su sitio que abriera boca a la receta principal con la presentación adecuada y todos los aditivos dispuestos para una degustación perfecta. Acabar la semana así es empezar la siguiente con el mismo apetito.
Gladys Rockin es una cubana afincada en Córdoba que un buen día decidió embarcarse en un proyecto a cuatro manos con Paco Marín, uno de los mejores guitarristas salidos de esta ciudad (El Hombre Gancho o Pabellon Psiquiátrico son algunos de los grandes nombres en cuya formación anduvo embarcado) y músico de amplias miras y colaboraciones. Ambos se suelen patear los escenarios locales en formato acústico o reuniendo a una solvente banda cuando la ocasión lo requiere para dar buena cuenta de clásicos y no tan clásicos que en su momento hicieron grandes desde Ray Charles hasta Keb Mo’ pasando por Gene Vincent y toda la corte de pioneros que descubrieron hace tantas décadas que eso del rock and roll era algo que no solo se podía tocar sino que también se podría considerar una patria. Y así, con convencimiento y un sonido más que digno, abrieron la tarde noche con un ilusionante proyecto que ojalá se hiciera más prolífico en su encarnación de cuarteto bajo el pseudónimo de Los Supersónicos. Lo suyo es pura vocación y lo pueden demostrar con creces y el crédito que les da la experiencia.
A Kim Lenz, una pequeña gran estrella en lo suyo, la acompañan en esta gira parte de los músicos que acaban de grabar y girar con Loquillo por toda España y parte de Europa. Alfonso Alcalá, un contrabajista curtido en el pop indie al que el Loco fichó precisamente por eso, y Mario Cobo, guitarrista curtido y uno de los mejores productores, con proyecto propio además, de la nueva música “vieja” hecha en este país (a buen entendedor…) capitanean una banda que completan Blas Picón a la batería y Dani Álvarez al bajo, prestigiosos lugartenientes nacionales para una artista habituada a la complicidad y la cercanía. La gira que la trae a España sitúa a "Slowly speeding", su último trabajo, como la excusa perfecta para repasar las que probablemente sean las mejores canciones de su producción. Una mixtura rica en matices sonoros que revuelve el country con el blues y el folk con el rock de base en acometidas apasionadas en directo como "Bogeyman", "Guilty", "Bury me deep", "Find me" o "Room", tocadas casi sin respiro y con el aliento en continuo contraste de sabores, entre la suave entonación de la norteamericana y la desaforada furia instrumental del grupo, eso sí, sin pasarse de rosca en ni un solo acorde. Después de varios años de silencio, su nombre ha vuelto a la palestra no solo porque nunca olvidaremos que alguien dijo de ella una vez que si Elvis hubiera nacido mujer llevaría su nombre y su voz, sino porque escuchando "Percolate" o "Follow me" también reparas en que una buena parte de la música hecha al otro lado del charco desde tiempo inmemorial está condensada a la perfección en pequeños himnos de tres o cuatro minutos, y no es moco de pavo que una banda tan alejada geográficamente demuestre tanta empatía y conocimiento como para hacerla creíble. La emoción de "Follow me", el coqueteo melódico de "I’ll find you" y el desarme rítmico de "Let’s get wild" tienen claro sentido en manos de una señora de mediana edad armada con una guitarra personalizada y dirigiéndose en un precario español a una audiencia ya convencida de sus poderes. Como el título de uno de sus mejores temas, todos ya éramos "Zombies for your love", Miss Lenz.
No hace falta decir que la música no es una cuestión de modas ni prejuicios, sino más bien de todo lo contrario. El clasicismo más exacerbado puede encarnarse en miles de nuevos sonidos sin perder ni un gramo de su esencia, y saber llegar a nuevos caminos partiendo de los mismos de siempre no es algo fácil de apreciar en esencia. Con conciertos como este uno se reafirma en la firme creencia de que nada vuelve ni es cíclico, simplemente nunca dejó de estar ahí.