Palacio de Vista Alegre, Madrid. Domingo, 17 de Febrero de 2019
Texto y fotografías: Jesús Elorriaga
Todavía retumbaban en las gradas del madrileño Palacio de Vistalegre los ecos del fiasco que supuso la cancelación del concierto que iban a dar en el pasado Mad Cool, sobre todo cuando salieron con casi veinte minutos de retraso ante más de seis mil almas dispuestas a (re)encontrarse con un punto de inflexión en la historia de la música, parido en una ciudad costera al sudoeste de Inglaterra: Bristol, y al que todos bautizaron con la etiqueta de trip hop. Un estilo que recuperaba los sonidos hipnóticos de aquellos bailes lejanos en el tiempo y el espacio, sacados de oscuros rituales imposibles de encontrar en los mapas, pero contenidos de energía y mucho más calmados de revoluciones que las frenéticas amalgamas químicas y sonoras de gentes, estilos y BPMs acelerados que ofrecían las coloridas raves de principios de los noventa.
"Mezzanine" fue el disco que, en la primavera de 1998, situó a Massive Attack en los altares de la música electrónica, vendiendo más de dos millones de copias por todo el planeta. Los de Bristol ya llevaban unos cuantos años en la escena (desde el 90) y este era ya su tercer disco. Aún así, supieron darle una vuelta a la etiqueta con la que les habían marcado y quisieron reivindicarse como una banda de rock experimental con una manera muy particular de entender los sonidos sintéticos, las guitarras distorsionadas y las bases rítmicas minimalistas y pesadas, juntándolas con melodías repletas de luz y delicadeza dentro de esa oscuridad de la que emergían. En el concierto que dieron en Madrid, dentro de la gira que celebraba el 21 aniversario del lanzamiento de "Mezzanine", quedó bastante claro desde el principio que el concepto de banda de rock estaba más que presente y supieron transmitir a un público devoto (nueve años después de su última visita a la capital) en condiciones técnicas actuales aquellas mismas atmósferas del 98, acompañadas de un espectáculo audiovisual reivindicativo cuyos mensajes y estética bien podían haber firmado un tal Bansky, al que más de uno hizo mención apócrifa aquella noche.
En Vistalegre aparecieron dos componentes del trío original, Grant Marshall y (sobre todo) Robert del Naja, junto a seis músicos más (con doble ración de guitarras y baterías/percusión además de un omnipresente bajo que marcaba el camino rítmico de cada tema). En el escenario también entraban y salían dos voces que participaron en aquel disco, el venerable cantante jamaicano Horace Andy, brillante en "Man next door" o "Angel", y la vocalista de Cocteau Twins, Elizabeth Fraser, provocando la excitación del público en su primera intervención, "Black milk" y, cómo no, en la conocida "Teardrop", entre otras. El dominio escénico de Marshall y Del Naja fue absoluto y, a pesar de la imagen fría y el gesto distante que saben cuidadosamente administrar, hasta se les pudo ver disfrutar en algunas versiones que hicieron como "Rockwork" de Ultravox o "Bela Lugosi’s dead", de Bauhaus (apoteósica).
No fueron las únicas versiones de la noche, también cayeron "I found a reason", de la Velvet, con la que arrancaron el concierto y ya nos dejaron boquiabiertos, "See a man's face", del propio Horace Andy, "10:15 Saturday Night" de The Cure y "Where have all the flowers gone?", de Pete Seeger (contrastando la belleza e intimismo de la voz de Fraser con una sucesión de imágenes emocionalmente explícitas de los horrores de la guerra). El resto de los temas fueron exclusivamente de "Mezzanine", como"Risingson", "Dissolved girl" (con la voz de Sara Jay sampleada y sincronizada perfectamente en un video proyectado), "Exchange" o "Inertia Creeps", una de las que mejor ha aguantado el paso del tiempo, mientras Robert Del Naja se venía arriba, contagiado por la energía penetrante que trasmitía entre sus susurros ("She comes, moving up slowly / Inertia creeps, moving up slowly") y el contundente acompañamiento musical que hechizaba a los presentes.
Mientras la música que sonaba en el escenario expandía progresivamente esa atmósfera hipnótica, en una especie de "efecto de distanciamiento", bombardeaban en las pantallas mensajes continuos en varios idiomas con imágenes icónicas de estos últimos veinte años, desde un Tony Blair tocando la guitarra, Sadam Husein saludando a niños o una Britney Sprears perdida ante el acoso de fotógrafos, hasta otras más actuales de Putin o Donald Trump. Quizás el gran mérito de esta banda reside en que, veintiún años después, le habría bastado tan solo con su música para atraparnos desde el primer minuto hasta los coletazos finales, como sucedió con las mencionadas "Angel", "Teardrop", con Elisabeth Fraiser repitiendo al micrófono, y "Group four", con la que dejaron caer el telón en un concierto inolvidable cuya espera, esta vez, no fue en vano.