Por: Jesús Elorriaga
Los arqueólogos y geólogos denominan "Doggerland" a una antigua extensión de tierra situada en el Mar del Norte que conectaba, hasta la Edad de Hielo, la isla de Gran Bretaña con el continente europeo. Después del último periodo glacial, y debido al aumento del nivel del mar, este territorio acabó por hundirse, aislando definitivamente la (entonces) península británica de Europa continental. Esa sensación de aislamiento, de nostalgia por aquel espacio de unión perdido (no sólo físico, también político debido al Brexit) ha sido el tema subyacente del segundo disco de The Good, The Bad & The Queen, "Merrie Land", once años después de su primer trabajo homónimo.
No estamos hablando de una banda convencional. A lo que en 2006 parecía un experimento en solitario de Damon Albarn (Blur, Gorillaz) se le fueron uniendo las energías de nombres tan respetados como Paul Simonon (The Clash) al bajo, Simon Tong (The Verbe, Gorillaz) a la guitarra y Tony Allen (compañero de viaje de Fela Kuti en Africa 70) a la batería. Cuatro músicos de diferentes generaciones con un talento sobresaliente que se han vuelto a reunir para reflejar, en palabras de Albarn, un sentimiento Anglo-Saxostencialista respecto a los valores, razones y posibles consecuencias que el referéndum va a ocasionar en las islas británicas, sobre todo a nivel cultural. Una búsqueda de su propia identidad a medio camino entre la melancolía y la resignación, la ironía y la decepción.
Para sacar adelante este proyecto han dejado que Tony Visconti maneje las riendas de la producción dotando de su característica elegancia al tono confesional de Albarn y al sonido ecléctico de la banda, alejado de los arquetipos convencionales del pop y que, sin embargo, resulta igualmente atractivo. El disco se enriquece de matices en segundas y terceras escuchas, dejando que el buen hacer de los músicos y la batuta de Visconti nos ofrezcan un collage a medio camino entre el music hall, el vodevil, los ritmos jazzísticos y las atmósferas que nos llevan desde la urbe hasta el interior del país, sin olvidar las esencias caribeñas o el afrobeat más comprometido de los 70. Una muestra de la compleja y siempre interesante diversidad cultural que conforma el ADN actual que redefine a una nueva generación de británicos.
Los cuatro miembros de The Good, The Bad & The Queen están cómodos en un terreno de juego sin esquemas encorsetados, jugando a no querer ser previsibles ni manidos. Esto lo consiguen gracias a los ritmos acompasados y atrevidos de Allen que gambetean entre la sugerencia de las líneas de bajo de Simonon y la gama cromática de las guitarras transparentes de Tong, acompañados por los teclados retozones y variados de Albarn (órganos, farfisas, melotrones, pianos) que, con su manera de cantar rozando el "speak-singing", expone en este escenario todas sus inquietudes musicales allende la marca Blur o incluso Gorillaz.
Salvo en los primeros temas, el resto de las canciones no se guían por los patrones de un single al uso, lo que refleja una riqueza que va más allá de la propia música; los videoclips de este disco siguen esa misma estética misteriosa y poco complaciente, con ese muñeco-ventrílocuo que ante la cámara interpreta los temas sobre un fondo que va cambiando según la canción. "Merrie Land", el tema que abre el disco, nos presenta a un Damon Albarn que recita, más que canta, una especie de carta con un estilo melodramático que recuerda a los speeches de algunos temas de Nick Cave. "Gun to the head", en cambio, empieza como un homenaje lejano al "Strawberry fields forever" de los Beatles. Parece el tema que más podría enganchar del disco aunque no es apto para una audiencia fácil. Allen vuela con su batería, más jazzy que nunca, por encima de un estribillo que nunca llega en "Nineteen Seventeen", con una melodía sacada de un cabaret de otra época, que nos lleva al recuerdo de la Gran Guerra ("dejé un poco de Inglaterra, en un campo de Francia") y nos sitúa en el epicentro del disco, donde se roza lo sublime sobre todo con dos canciones: "The great fire", oscura, con esos coros de Thorn y Simonon acompañando a Albarn transmutado en una especie de Bowie etéreo, y en "The Truce of Twilight", con esa crítica a las contradicciones sociales en las grandes urbes del país "los Leones y Unicornios (símbolos de Inglaterra y Escocia), duermen en las puertas de las tiendas" en un camino musical que trascurre por terrenos del afrobeat acentuado con las trompetas y guitarras ambientales que juegan a turnarse a costa de un órgano Farfisa juguetón.
También hay espacio para creaciones más finas como "Ribbons", sin necesidad de batería o percusión flota sobre un bosque de cuerdas que contrastan con la amargura de las letras, donde homenajea los colores de la bandera del país que contempla con tristeza una época a punto de desaparecer. Tras "Drifters & Trawlers", cuyos coros acompañan el alegre paseo de una melodía muy relajada, la épica autóctona inglesa queda presente no sólo en las diatribas internas que sugiere Albarn en sus letras o el minimalismo de las melodías del resto de temas, con el toque distinguido en la producción de Visconti, donde también destacan "Lady Boston", una especie de canción de funeral abrigada por un coro de voces masculinas del Côr Y Penrhyn de Bethesda, así como en "The poison tree", el tema que cierra este viaje interior hacia la esencia de un lugar casi imaginario en donde existía una unión cultural con el continente, más allá de las decisiones de políticos ávidos de respuestas simplonas a preguntas identitarias mucho más complejas.
Como diría Bertolt Brecht, "verdaderamente, vivo en tiempos sombríos. Es insensata la palabra ingenua". Tal y como aparece ante nuestros ojos este mundo, suena actual la afirmación del alemán y lejana, muy lejana queda aquella "Doggerland" que ya no podremos encontrar nunca más en los mapas. Pero mientras, en "Merrie Land", en "los estanques oscuros de Merrie England, el espacio profundo hace eco". The Good, The Bad & The Queen han creado una pequeña joya que esperemos no les deje otros once años fuera de combate.