Por: Javier Capapé
Mumford & Sons han vuelto a la palestra. Un grupo al que todo el mundo quiere analizar con lupa tras convertirse en el referente del nuevo folk a finales de la pasada década y trasmutar hacia el rock de estadio y la experimentación en su anterior LP "Wilder Mind". Esta vez, el grupo formado por Marcus Mumford, Ben Lovett, Winston Marshall y Ted Dwane dice querer volver a sus raíces, a canciones más introspectivas y con tintes de nuevo cercanos a sonoridades acústicas. Hasta el título del disco, "Delta", parece hacer referencia a esas raíces americanas y costumbristas. Pero no es algo tan evidente como se venía anunciando. "Delta" es claramente más reflexivo que el anterior trabajo de los británicos, pero no es un pleno regreso a sus raíces, ni mucho menos, es más bien un compendio entre el acercamiento a la épica de sus primeros discos utilizando elementos técnicos más cercanos al ya mencionado "Wilder Mind". Sinceramente está más cerca de éste que de "Sigh No More" o "Babel", pero el resultado vuelve a ser sobresaliente a pesar de que ahora priman más los ambientes y las programaciones que en discos anteriores. Bajo la producción de Paul Epworth, Mumford & Sons nos muestran que este sonido a medio camino entre The Band y Coldplay ha venido para quedarse, que éste es el lugar en el que parece disfrutar el cuarteto. El banjo ha sido casi plenamente sustituido por las guitarras eléctricas y los pianos por los sintetizadores. La percusión a base de bombo y pandereta es ahora una caja de ritmos y el contrabajo tan solo se intuye en un par de temas, pero la esencia, la fuerza y la épica del conjunto no han resultado dañadas en exceso.
El grupo grabó en los estudios londinenses The Church para intentar recrear unas atmósferas más cercanas y emotivas. Los cuatro miembros suenan como si estuvieran a corta distancia, confesando en primera persona con el oyente sus motivaciones y sentimientos, sus dudas, reflexiones y aciertos, pero indudablemente su paleta sonora ha cambiado, se ha desligado parcialmente de su vena costumbrista para acercarnos a un pop adulto, por momentos conmovedor y desgarrado y en ocasiones queriendo volver a sus líneas iniciales, pero claramente más seducidos por lo eléctrico que por lo acústico.
"42" abre los catorce cortes del disco como un lamento suave sostenido sobre una base programada y la voz de Marcus en absoluto primer plano. No recurren a las guitarras acústicas para generar su particular emotividad, pero muestran sus cartas claras desde el minuto uno, más cerca de lo electrónico, donde se percibe el barniz que ha impreso su productor. "Guiding Light" fue el primer adelanto del disco y se vendió como un retorno a sus orígenes. Quizá en una primera escucha parecía que así fuera, pero en realidad están sonando en la línea de "Babel" aunque mucho más "enchufados" que entonces, donde la acústica habitual pierde protagonismo en favor del piano y los efectos programados. "Woman" continúa destacando por su ritmo arrastrado y su programación predominante hasta llegar a "Beloved" y recuperar los sonidos folkies que aporta el banjo, aunque sin desprenderse de la base electrónica imperante. Esta canción puede servirnos como ejemplo de la transición del grupo entre sus primeros dos discos y la electricidad que se impuso en el tercero. No pierden la sonoridad característica de sus orígenes pero ésta se consigue con ambientes en lugar de con instrumentos tradicionales, terminando por dar más peso a la guitarra eléctrica que al banjo con el que el tema comenzaba.
"The Wild" derrocha emotividad gracias a la delicadeza de las cuerdas. Su minimalismo puede recordar a Sigur Ròs y en la parte final recurren también a los vientos que estremecen junto a las características líneas vocales del grupo. Los aires de tormenta y otoño aparecen en otra canción reposada, "October Skies", que no necesita de la clásica guitarra de palo para rememorar el espíritu de los inicios del cuarteto. Las estrofas nos remiten directamente a "Lover of the Light" para después utilizar casi exclusivamente las armonías vocales en su estribillo. Su final abrupto nos conduce a la rítmica "Slip Away", entroncando con su anterior larga duración y mostrando más garra que los temas predecesores. "Rose of Sharon" es una canción totalmente programada con sintetizadores y un riff de guitarra eléctrica que nos lleva a un estribillo que adquiere su fuerza gracias a los coros maquillados por multitud de efectos.
Lo que sigue quizá esté fuera de lugar para los cuatro músicos londinenses incluso en un disco marcado por el cambio como es éste. "Picture You" está cerca del sonido Bristol en su arranque y en ella se atreven a jugar incluso con el R&B. Es el corte más sintético de todo el conjunto, manteniendo únicamente su dignidad por la voz de Marcus, ya que nada del resto parece que salga del mismo grupo, incluso la forma de utilizar los efectos vocales puede recordarnos al "Ya Hey" de Vampire Weekend. Pero esto no acaba aquí, pues este experimento se funde con "Darkness Visible", un recitado sobre un latido programado que desemboca en un final que parece sacado de una película futurista, como queriendo convertirse por un momento en una versión alternativa de los más recientes Muse. En sí, este tema no es una canción al uso, sino más bien el colofón a la desconcertante y prescindible canción anterior, dejándonos con este tándem totalmente descolocados. Menos mal que con "If I say" recuperan el orden sin dejar de lado las ya habituales programaciones. El estribillo vuelve a conmovernos y las cuerdas juegan un papel fundamental para llevar la canción a un terreno más orgánico acaparando todo el protagonismo en el clímax final.
"Wild Heart" es la más cercana al debut del cuarteto por el uso de una instrumentación más simple y acústica, utilizando un órgano junto a una guitarra y el pulsar de un contrabajo, que aportan nostalgia y cierto aire de nocturnidad necesario a estas alturas si no queremos perder el interés por el disco. Siguiendo en esta misma línea, y para no perder más público, "Forever" se centra también en lo básico, con el uso de las cuerdas y el contrabajo que hacen que todo vuelva a funcionar, antes de llegar a la suite final, la que pone título a esta particular colección de canciones. "Delta" se divide en dos partes: la primera más árida (como muestra la sugerente portada), solo a guitarra y voz bajo un suave colchón de sintes, y la segunda mantenida con un riff persistente junto a golpes secos de guitarra eléctrica que refuerzan un final apoteósico entre los coros y las seis cuerdas.
Mumford & Sons no pierden por completo su sonido con este "Delta", pero se han renovado. No necesitan recurrir tanto al folk para ponernos en pie y utilizan los ambientes y la experimentación como base sobre la que sustentar su discurso. Las experiencias como la reflejada en su EP "Johannesburg" se han convertido en todo un aprendizaje para llegar ahora a prescindir de recursos más orgánicos y generar igualmente el mismo efecto con las programaciones y las omnipresentes guitarras eléctricas de las que ya no podrán desligarse.