Por: Javier Capapé
Hablar de Mark Knopfler es sinónimo de calidad y de trabajo bien hecho. El nuevo disco del escocés vuelve a terreno conocido y consigue convencer a propios y extraños a pesar de no presentar demasiadas novedades. Tal vez sea porque el bueno de Knopfler ya no lo necesita. Su nombre es garantía de éxito ganado por méritos propios, y este disco vuelve a demostrar que no conviene dejarlo al margen. "Down the Road Wherever" es el noveno álbum de estudio del músico británico al margen de sus numerosas bandas sonoras u otras colaboraciones. Grabado en los British Grove Studios de Londres, su particular mezcla de blues, rock y folk, sin olvidar sus toques de country, honky tonk y sonidos escoceses, vuelve a ser el hilo común de sus composiciones, que nos resultan familiares y nos evocan parajes sonoros conocidos pero igualmente irresistibles. Quien busque riesgo en estas dieciséis canciones (si nos hacemos con su versión deluxe) no va a encontrarlo, pero realmente quien persiga eso a estas alturas en la obra de este músico está muy confundido.
Mark Knopfler es un artesano de canciones, lo ha demostrado en multitud de ocasiones y sabe muy bien lo que quiere ofrecernos, así que no nos engañemos, éstas son sus nuevas criaturas, sin rastro de pompa o circunstancia, únicamente canciones de gran calidad, que no es poco. Lejos quedan los resquicios de la banda que capitaneó en los ochenta, aunque quizá en este disco está más presente el legado de esos Dire Straits que en muchos de sus otros discos en solitario. Su marca puede hacer referencia a un AOR depurado, pero no falta clase ni estilo inconfundible. Igualmente, su distinguido toque a las seis cuerdas no pierde un ápice de exquisitez y soberbia, sus formas ásperas de cantar nos siguen arrastrando a donde él quiere y los arreglos a los que nos tiene acostumbrados no empañan una producción sobria pero exigente. Si a todo esto añadimos que este "Down the Road Wherever" es probablemente su disco más accesible en concepto desde su lejano debut en solitario, tenemos garantizado un producto de gran calidad artística y a la vez cierto aura de atrayente misticismo, que para eso hablamos de una estrella universal plenamente consagrada.
En el disco vamos a encontrar los inconfundibles riffs del escocés como ocurre en su tema de apertura, el trotón "Trapper Man". También tenemos temas que se van hacia terrenos más acústicos como "Nobody’s Child", donde parece que estemos recorriendo el medio oeste americano. El blues y el rock de los años cincuenta asoman en "Just a Boy away from Home" donde aparecen los vientos, que recorrerán los surcos de este disco en alguna otra ocasión más, como sucede en "Nobody does That" donde estos vientos aportan el groove necesario para convertir este tema en uno de los más atrayentes de la colección. "Heavy Up" va en una línea más alegre con el protagonismo del saxo de Nigel Hitchcock en su inicio y del exquisito trombón a cargo de Trevor Mires en la parte final.
El swing y la nocturnidad también se hacen presentes en canciones como la delicada "When You Leave", con un Knopfler recitando entre el piano y las suaves guitarras acústicas, en "Floating Away", que cuenta con unos sugerentes coros de la mano de Imelda May, o en "Show Learner", donde destaca la trompeta de Tom Walsh que parece sacada de un club de New Orleans.
Si buscamos la vena más céltica también frecuentada por nuestro protagonista la encontraremos en la dupla de canciones compuesta por "Drover’s Road", con un inicio solemne en la línea de "Brothers in Arms", y en "One Song at a Time", que nos recuerda a "Darling Pretty", destacando la presencia del violín a cargo de John McCusker.
Antes señalaba que en este disco podíamos vislumbrar en alguna ocasión la sonoridad de los Dire Straits como tiempo atrás, así pues ésta viene de la mano de canciones como "Good on you Soon", más cercana al pop de la última etapa de la banda, o "My Bacon Roll", una balada que no habría desentonado nada en aquel lejano "On Every Street". El tema extra "Every Heart in the Room" también va en esa línea más pop, que incluso nos remite al mismísimo Paul McCartney, al igual que "Back on the Dance Floor", donde destacan los coros de Lance Ellington, Beverley Skeete y Katie Kissoon. Los sonidos Motown también se cuelan entre esta atractiva amalgama de estilos en "Rear View Mirror", y para el cierre recurre a la línea acústica y springsteeniana de "Matchstick Man".
En definitiva, un disco demasiado extenso en duración para los tiempos que corren pero que se disfruta ampliamente si lo que buscamos es serenidad y buen gusto, aportado por la sólida banda que acompaña a Knopfler, que sigue siendo la habitual en sus grabaciones solistas, donde destacan Richard Bennett y Robbie McIntosh a las guitarras, Jim Cox y Guy Fletcher a los teclados, Ian Thomas y Danny Cummings en batería y percusiones y Glenn Worf al bajo y contrabajo. Abramos pues la mirada a ese horizonte que nos ofrece el paisaje de la portada y disfrutemos de un disco que puede parecer convencional a primera vista pero que no deja de ofrecer multitud de espacios donde quedarnos, sea cual sea el camino escogido.