Por: Àlex Guimerà
Diez años se cumplen ya desde que el de "Philly" publicara su primer disco. Por el camino ha dejado siete álbumes, sin contar los dos con The War On Drugs, en los que ha ido perfilando un sonido propio a base de folk-rock, psicodelia lenta, guitarras enmarañadas y una voz tan grave como displicente (¿Lou Reed?).
Acompañado por su banda habitual The Violators - son Jesse Trbovich (guitarra, bajo y saxo), Rob Laakso (guitarra y bajo) y Kyle Spence (bateria)- el disco, co-producido por el propio Kurt, alcanza una duración total de 78 minutos con tres temas que rondan los dos dígitos de minutaje.
Al parecer el disco se gestó de forma algo desordenado en unas sesiones de grabación repartidas entre Tarquin (Connecticut) y Beer Hole (Los Angeles). Las canciones por su parte fueron compuestas e ideadas por el propio Kurt a partir de una mala experiencia que tuvo en un vuelo en avión que le hizo reflexionar sobre la muerte y sobre el camino que es la vida. El resultado es un álbum producido con la ayuda de Rob Schnapf y con las participaciones especiales de la batería de Stella Mozwaga (Warpaint), los coros de Cass McCombs, el arpa clásico de Mary Lattimore y la acústica de la gran Kim Gordon (Sonic Youth) .
Un elepé acertado desde su portada retro -simulando el efecto de las portadas de vinilo desgastadas con el círculo marcado- en el que si bien su tono puede parecer aburrido en un primer vistazo, la realidad es que es un compendio de pequeñas piezas de orfebrería instrumental sembradas desde el fingerpicking de guitarra y donde adoptan una disparidad de colores y formas que consiguen que se deje escuchar bastante bien.
Hablamos, por ejemplo, de medio-tiempos tompettyanos ("Loading Zones"), de versiones acústicas de Lou Reed aletargadas e incluso ensoñadoras ("Hysteria"), de acordes tan inquietantes como pegadizos ("Yeah Bones"), banjos folk cristalinos ("Come Again") y de piezas pop naif con fondos dignos del mejor Brian Eno ("Multinies").
Luego están las piezas alargadas hasta el umbral de los diez minutos. Son "Bassackwards", perezosa y pegajosa, con su ritmo de guitarra monótono y su voz celestial; la titular "Bottle It In", más etérea y arrastrada, y "Skinny Mini", que no es más que un parafraseo acompañado por una maraña de efectos sonoros.
Mención aparte merece "One Trick Ponies", con un tono alegre, coros, guitarras y pianos de fondo que de buen seguro habrían comprado los Grateful Dead de 1970. Y qué decir de la versión de la pieza soft rock de Charlie Rich "Rollin With The Flow", la cual se acerca más bien al pop de cantautor de los John Lennon y Harry Nilsson más románticos, rompiendo en cierto modo con el tono del álbum.
Son algunos de los pasajes de este arriesgado trabajo con el que Kurt confirma su madurez y con el que es capaz de adentrarse en zonas turbulentas, aguas calmadas o desiertos solitarios, para a la fin, salir airoso.