Por: Kepa Arbizu
Ocultarse la luz para ceder paso a la oscuridad. Esa sería, en resumen, la manifestación más palmaria de lo que significa un eclipse solar. Un proceso, entendido en un plano simbólico, que se le puede atribuir también al paso del tiempo. Precisamente ambos son conceptos que se relacionan en el nuevo disco, el número 23 de su producción, de John Hiatt, coincidiendo durante su elaboración con el citado fenómeno meteorológico. Grabado en los estudios de Tennessee propiedad de Kevin McKendree, será él y la esporádica aportación de la guitarra de su propio hijo los únicos invitados de la reducida plantilla -constituida por Kenneth Blevins y Patrick O’Hearn- con la que el veterano músico estadounidense ha contado para esta ocasión, prescindiendo incluso de su mano derecha Doug Lancio.
"The Eclipse Sessions" llega tras un lapso de tiempo respecto a su predecesor, concretamente cuatro años, más amplio de lo que ha sido habitual en esta última época. Un tramo de carrera en el que el goteo de publicaciones ha sido tan constante en su periodicidad que ha podido difuminar la constatación de que su estilo ha adoptado, en paralelo al cada vez mayor tono cavernoso y emotivo de su siempre particular timbre de voz , una representación más crepuscular. Cualidades que destacan en un álbum que sin embargo no renuncia a expresarse rico en matices en cuanto a colorido e incluso estados de ánimo. Algo relacionado directamente con el contenido de unas canciones surgidas a raíz de la reformulación a la que ha sometido su vida artística y personal, empujándole a echar la vista hacia atrás, a modo reflexivo, pero también a levantar la vista en busca de un suelo sobre el que depositar el paso siguiente.
Esa hondura que habita en el concepto global del disco es algo que irremediablemente cala en la forma musical de las canciones, lo que no impide por otra parte que algunas de ellas nazcan con un espíritu envalentonado. Y quizás la inicial "Cry to Me" no sea el ejemplo más certero, a pesar de ese folk-blues rockeado -denominación de origen ya íntimamente ligado a Hiatt- de fraseos ágiles que aporten cierto punto centelleante, pero desde luego sí lo son los arranques hiperelectrizados y por momentos desmelenados de "One Stiff Breeze" , el sofisticado rock pero de melodía pegadiza y casi juvenil de "Outrunning My Soul" , o la cadencia "cool" de "Over the Hill". Tema en el que ya asoma la figura de un JJ Cale que se hará inmensa en "Poor Imitation of God" , más sudorosa y cruda pero todavía manteniendo un paso vivo e intenso realmente considerable.
De esos mismos pantanos, aunque recogiendo la inspiración de zonas más cenagosas, saldrá el sustento para temas como "Nothing in My Heart" , ya sin atisbo alguno de luminosidad y ahora sí, convertida en vía de escape propicia para el brotar de las heridas. Y nada mejor para esa supuración que el vetusto y sobrio blues del Delta escenificado por "The Odds of Loving You"; un remedio igualmente válido resulta la bella desnudez que traslada "Aces Up Your Sleeve", donde su quebrada voz queda al descubierto en compañía de unas profundas percusiones que parecen representar el mismo lamento de la tierra. Protagonismo que recaerá en el excelente trabajo, comedido pero exacto, de guitarras y teclados que impregnan la melancólica épica de una colosal "All The Way to the River".
John Hiatt siempre nos ha cantado, y contado, por medio de aparentes historias cotidianas toda la realidad que envuelve la atribulada alma humana. Ahora, envuelto de un cansancio profesional y la necesidad de inspiración vital, busca en su propia interior para, de nuevo, ofrecernos ese sinuoso y a veces ilegible mapa de los sentimientos. Una guía entonada bajo el sonido emanado de toda la herencia de la música tradicional americana y transformada en una expresividad propia que ya es también un clásico atemporal, a modo de magistral y emocionante banda sonora que acompaña a ese caminar errante al que está condenado el individuo.