Por: Jesús Elorriaga
Uno de los fenómenos musicales del momento tiene nombre de señora holandesa y está compuesto por cuatro chavales de Frankenmut, un agradable pueblecito norteamericano situado en la llamada Pequeña Bavaria de Míchigan, a una hora y media en coche de Detroit. El fenómeno responde al nombre de Greta van Fleet y ya levantaban pasiones antes de publicar su primer disco, "Anthem Of The Peaceful Army" (Republic, 2018) el pasado mes de octubre. Una banda de veinteañeros que rescata en formas y contenidos el rock de los años 60 y 70 de las catacumbas de lo convencional. O peor todavía, de lo moderno.
Si nos preguntamos cómo una banda que, con sólo dos EPs publicados el año pasado, ha conseguido levantar tanta atención en sus conciertos tendríamos que encontrar las respuestas, irónicamente, en los argumentos que esgrimen sus "haters" más profundos, aquellos que dicen que suenan como una banda (más) que se dedica a hacer versiones de grupos de rock de los 60/70 o que, atención, los músicos son demasiados risueños y monos para tantas ínfulas de convertirlos en los Led Zeppelin del siglo XXI. El primero de los argumentos se desmonta por sí solo: Sus canciones son completamente originales. Si enfocamos bien descubriremos el retrato de lo que vendría a ser una banda de hard rock a la vieja usanza que ha despertado de un proceso de criogenización de casi 50 años. Recrean, que no imitan, un lugar que parecía olvidado en el panorama del rock (más allá de las "bandas tributo") como si fuera un juego en el que quieren sonar auténticos. Por eso están llegando cada vez más a un público fuera de los circuitos habituales de estos sonidos.
El mismísimo Robert Plant ya se ha rendido a sus pies. El gruñido típico del británico se puede encontrar en el chorro de voz de Joshua «Josh» Kiszka, cantante de 22 años que, detrás de su apariencia aniñada y su descaro adolescente, demuestra una seguridad tanto en el escenario como en el estudio como si llevara toda la vida delante del micro. Su voz es poderosa sin parecer forzada ni gritona, a ratos recuerda también a Mark Slaughter o a esa manera de cantar de las grandes voces femeninas clásicas de Soul. Al igual que el resto de la banda, tanto en la música que hacen como en su look hay algo más que guiños a LedZep. Es un viaje premeditado y consciente en el tiempo. Ahí está la controversia, el debate entre lo que realmente aportan y lo que pretenden ser. "OK, estos chicos hacen rock clásico, van con esas pintas de "aquel entonces" pero ¿dónde están las habitaciones de hotel reventadas? ¿dónde la pose maldita y oscura del rockero de turno? ¿dónde las orgías, borracheras y guitarras destrozadas en el escenario?" La pregunta que quizás sí que habría que hacerse es si mantendrán ese estilo sin desgastarse en pocos años o sin aguantarán las embestidas comerciales del mainstream que pretenden alcanzar.
El origen de esta manera de entender la música viene de familia. Tanto Josh como sus hermanos, el guitarrista Jake (22 años) y el bajista Sam (19) llevan seis años con este proyecto, al que se unió en la batería primero Kyle Hauck y, sustituyendo a éste, un amigo del instituto, Daniel Wagner (19). Sus padres eran unos apasionados del Rock clásico, el Folk, el Blues y el Soul, así que los hermanos crecieron influenciados por esa banda sonora que se oía en casa. Desde Muddy Waters hasta Dylan, pasando por las raíces del rock genuinamente norteamericano y, por supuesto, todas aquellas bandas británicas que en los 60 y 70 reinterpretaron el Rock, el R’n’B y el Blues (Beatles, Animals, los Stones, The Who, Cream…). Crecieron, musicalmente, en un ambiente aislado de lo que sonaba en la radio del autobús que les llevaba al colegio, pero eso les motivaba para que, desde adolescentes, quisieran reinterpretar, a su manera, todo aquello con un barnizado más actual pero sin perder su esencia.
Sus padres les pusieron encima de escenarios de bares locales y clubs de moteros, mientras sus compañeros de instituto iban al cine. Adquirieron experiencia y naturalidad en un ambiente que era receptivo a esta música y, poco a poco, vieron que tenían entre las manos algo rompedor. "Black Smoke Rising", su primer EP publicado en marzo de 2017 recopilaba canciones que en los años anteriores fueron sacando a cuentagotas y que encontraron el apoyo de un público que les fue aupando, en especial gracias el primer single, "Highway Tune" que consiguió rápidamente millones de visitas en Youtube y Spotify. Se completaría con otro EP publicado en octubre de ese mismo año, "From the fires", que recogía el material del anterior trabajo además de cuatro canciones, dos originales y dos versiones de Sam Cooke y Fairport Convention.
Este año han sacado su esperado primer disco y, en una primera escucha, genera buenas sensaciones. Empieza con "Age of man", un ejercicio de estiramiento donde Josh eleva su voz por encima de los cielos y la banda, acompañada con teclados, va manejando los tiempos como quien se va adentrando en aguas más profundas. Continúa "The cold wind", bluesrockeando a lo "Black dog" pero sin un Jimmy Page para dar aquellas réplicas, aunque siguen la misma senda. Luego vienen dos de sus singles de adelanto: "When the curtain Falls" y "Watching over". El primero es todo un pelotazo, con un video esotérico en el desierto incluido, que engancha y divierte, mientras que el segundo es un medio tiempo clásico que se acerca serpenteando por los cambios de ritmo a un nivel que ya no se aprecia en la escena rockera actual, más que les pese a algunos ("¿pero estos no eran los posmilenials nativos digitales que no sabían asociar un lápiz con una cinta de cassette?" FAIL). "Lover, leaver" es uno de los temas más completos del disco, sensual y eléctrico, que conecta directamente con el sonido de los anteriores EPs. "The new day" suena como una Melanie Safka metida a rockera, mientras que "Mountain of the Sun" y "Brave new world" dejan un buen sabor de boca, sobre todo la segunda, con coros y solos de guitarra de Jake que nos empujan hacia lo místico y lo terrenal. "Anthem" cierra el disco (la última canción es una versión alargada de "Lover, leaver") y aporta un toque de color hippie alrededor de una hoguera, que se acerca más a la balada rock convencional de "You’re the one".
En definitiva, se han puesto tantas expectativas en este disco y en esta banda que a más de uno le ha volado la cabeza que puedan realizarse este tipo de cosas en 2018, que tenga un empuje comercial (nada nuevo bajo el rock) y que, además, parezca que estos chavales realmente se lo pasen bien haciéndolo (¡por favor!). Es normal que por edad y por su educación musical sean TAN evidentes sus referencias y es posible que con lo años vayan puliendo su estilo para que Greta van Fleet sólo suene a Greta van Fleet. Se postulan para ser la gran esperanza blanca del rock and roll y todo apunta a que pueden comerse el mundo o ser un auténtico gatillazo. De ser así, sería una gran decepción porque les sobra calidad. El tiempo lo dirá.