Por: J.J. Caballero
A veces se nos olvida que eso del rock and roll debe ser una cuestión de simplicidad. La cosa fue concebida hace casi setenta años y en su esencia y perdurabilidad estaba impresa a fuego la marca de intrascendencia, de música que una vez fue encomendada al diablo para que hiciera de nuestro paso por esta piedra redonda que llamamos planeta algo mucho más divertido. Los artificios, el progreso y la valentía para armarlo de mensaje y verdadero valor en nuestras vidas vinieron después, y en muchos casos nada volvió a ser lo mismo. Tal vez por eso es tan necesario volver al principio, a la intención primigenia, al fuego que avivó la llama para entenderlo todo de la manera correcta. Al quid de la cuestión, en resumen.
Del aluvión de bandas garageras que poblaron y poblarán la escena del rock en cualquiera de sus encarnaciones se ha escrito y escuchado ya mucho, y pocos aportes se pueden hacer a un estilo que en su base ha sufrido pocos cambios sustanciales. Rapidez, energía desatada, escasez ce virtuosismo y canciones urgentes como píldoras para paliar una jaqueca pertinaz. Lo que viene siendo el pan nuestro de cada día para quienes seguimos entendiendo la música como una medicina que nunca debería ser prescrita por doctores. Afortunadamente aún hay bandas que sienten y pretenden lo mismo, y en su empeño por alimentar la hoguera de las emociones primitivas graban desde que tienen uso de razón discos bajo diferentes nombres y epígrafes pero siempre bajo el manto del desprejuicio y la convicción. Así, nos queda gente como la que forma Swampig, combo madrileño formado con personal proveniente de otros de la escena (The Boo Devils y Lizzies puede que sean los que más puedan sonar al oyente no habitual por estos lares sonoros) y comandado por la pujante voz de Moira Fee, que han grabado su primer álbum con la misma falta de complejos que ya es proverbial en grupos de su perfil.
Quienes hayan escuchado alguna canción de los seminales suecos The Hellacopters, los norteamericanos Detroit Cobras o cualquier otra banda de características similares podrá comprobar que Swampig no hacen nada que difiera mucho de ellos. Es más, les sirven de inspiración en temas como "Faith”" o "Trenc", y derivan también al punk en la aceleración de"One way street". Una receta básica y eficaz, como ya ha quedado claro. No se cortan tampoco cuando remiten a la seriedad rockera de "Au Au" o al esqueleto clásico de "Vice city", tal vez su tema bandera. Pero que nadie piense que en "Road to swampland" solo hay guitarras rítmicas e ímpetu juvenil, porque las percusiones y los sintetizadores, aunque camuflados, también puntean algunos estribillos con idéntica solvencia. Al igual que algunas letras, bastante elaboradas en el caso de "Bimbo girl", un alegato feminista pro 8M que prioriza el contenido sobre el continente. Algo de agradecer en una propuesta tan aparentemente lineal.
La vida, las emociones, las cosas que nos hacen felices (o no tanto), son las motivaciones básicas para ponerse a escribir canciones que no intentan cambiar nada ni a nadie. Solo con que las disfrutemos con el mismo entusiasmo que quienes las hacen vamos servidos para pensar, como lo hemos hecho siempre, que el rock and roll es una proyección de la misma vida. Swampig parecen saberlo bien, y ojalá que hayan llegado para quedarse.