Por: Kepa Arbizu
“En un mundo perfecto no pasarían cosas como ésta”. Así se expresa Laura Dern durante una escena de la excelente película dirigida por Clint Eastwood "A Perfect World". Una aseveración que perfectamente podríamos trasladar y aplicarla al status adquirido, o mejor dicho no adquirido, por alguien como Richard Thompson. Al margen de filias o fobias particulares, es de justicia reconocer que a estas alturas resulta inexplicable que ese hilo de oro con el que se escribe el nombre de otros coetáneos suyos no borde también el de quien fuera parte decisiva de los geniales Fairport Convention. Dejando de lado galones históricos, la trayectoria en solitario del inglés se ha construido a lo largo de más de cuarenta años sobre una estabilidad, personalidad y por supuesto genialidad, difícilmente superable por ninguno de los iconos surgidos de las raíces de la música popular que todavía se mantienen en activo. Su nuevo trabajo, "13 Rivers", llega precisamente para a reafirmar esta dicotómica realidad: injusta en cuanta a su repercusión y fascinante en lo relativo a su contenido creativo.
“En un mundo perfecto no pasarían cosas como ésta”. Así se expresa Laura Dern durante una escena de la excelente película dirigida por Clint Eastwood "A Perfect World". Una aseveración que perfectamente podríamos trasladar y aplicarla al status adquirido, o mejor dicho no adquirido, por alguien como Richard Thompson. Al margen de filias o fobias particulares, es de justicia reconocer que a estas alturas resulta inexplicable que ese hilo de oro con el que se escribe el nombre de otros coetáneos suyos no borde también el de quien fuera parte decisiva de los geniales Fairport Convention. Dejando de lado galones históricos, la trayectoria en solitario del inglés se ha construido a lo largo de más de cuarenta años sobre una estabilidad, personalidad y por supuesto genialidad, difícilmente superable por ninguno de los iconos surgidos de las raíces de la música popular que todavía se mantienen en activo. Su nuevo trabajo, "13 Rivers", llega precisamente para a reafirmar esta dicotómica realidad: injusta en cuanta a su repercusión y fascinante en lo relativo a su contenido creativo.
Aunque pueda parecer extraño aplicado a una carrera como la de este también excelente guitarrista y letrista que se sitúa a uno solo de la veintena de discos (en estudio) publicados, cada novedad que le acompaña tiende a venir aparejada, si bien no de un carácter rupturista, sí de un halo claramente identificativo. Acompañado de lo que ya se contempla como su actual guardia pretoriana -Michael Jerome en las percusiones, Taras Prodaniuk al bajo y Bobby Eichorn con la guitarra-, tomará él mismo, tras mucho tiempo sin hacerlo, las riendas de la producción para arrogarse el control de un álbum sustentado en tintes severamente reflexivos. Bajo el metafórico título, se nos presentan trece pensamientos que en su simbolismo fluvial transcurren bajo un cauce particular pero con una desembocadura común, en este caso un mar turbulento, oscuro, emponzoñado, en el que sus olas rompen a ritmo de rock primitivo y rocoso.
La tormenta instigada -y que no encontrará su explosión hasta el desenlace eléctrico del tema iniciático- por los tambores de "The Storm Won't Come" será la encargada de presentar la inquietante atmósfera que dominará buena parte del álbum. Una tensión posada sobre la interpretación, en este primer acercamiento más sucinta, que se incrementará palpablemente en su comunión con, de nuevo, unas percusiones que completan la danza tribal coreografiada por "The Rattle Within", encaminada a despotricar sobre el dominio de los dogmas religiosos. Esa inimitable y genial mezcla que tiene el sonido de Richard Thompson entre la tradición americana vista desde las islas británicas sumada a la imborrable huella dejada por la epopeya folkie, determinará temas como "Her Love Was Meant For Me", otro monumento de imponente sobriedad, o una más trobadoresca "O Cinderella", en la que incluso el destello de ilusión que propone se descubre bajo un manto cínico.
Si evidente resulta la continua lluvia de electricidad a las que están sometidas las canciones, la labor de las seis cuerdas no acaba ahí. Propiciado por el asombroso manejo al que las somete, surgirán todo tipo de requiebros con los que orientar las composiciones por melodías diversas. Los jugueteos ejercitados en "Bones Of Gilead" impregnan el tema de una fuerza melódica incapaz sin embargo de despistar al sempiterno desasosiego, mientras que en "Trying", haciendo honor a su título, encadena repetitivos fraseos propensos a los arabescos. La épica rockera, de exquisita sustancia, que desata la ácrata confesión de "You Can't Reach" se transfigurará en rabiosos ademanes para dar forma a "Pride".
"13 Rivers" es, junto a otras posibles consideraciones, un lamento interno expresado bajo un lenguaje musical de cortante contundencia. Una ruda angustia que encontrará su manifestación más emocionalmente abrumadora por medio de "My Rock, My Rope" y "The Dog In You". Marcados por su contención instrumental y tempo relajado, la primera se delimita entre desesperanzados versos mientras que la segunda se visibiliza descarnadamente dramatizada. En este nuevo trabajo del inglés no hay clases insulsas de autoayuda ni intención de ver ningún vaso medio lleno entre la sequía, lo que ofrece es un descomunal catálogo de talento vertido a través de una radical confesión artística.