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José Antonio García: "El rock and roll es elegante"

Sala Hangar, Córdoba. Viernes, 19 de octubre del 2018 

Texto y fotografías. J.J. Caballero

La elegancia es un arte. La clase se lleva de serie, o debería. El estilo y la personalidad ya son otra cosa, cada uno y cada cual se lo agencia y se la labra respectivamente con tiempo y espacio suficientes. Cuando todo eso va junto y ni los años ni las circunstancias son capaces de separarlo es que definitivamente estamos ante alguien dotado de unas cualidades peculiares y difícilmente repetibles. Ver y escuchar, que es lo mismo que admirar, a un vocalista como José Antonio García es reconocer una vez más que el rock español ha ido engrandeciendo su historia con la presencia y persistencia de pequeños mitos que ni siquiera son conscientes de serlo. Ahí puede que resida el secreto de dicha grandeza, en la conciencia de ser en realidad un músico de vocación, que ejerce su oficio con la misma ilusión de un adolescente y la experiencia de un capitán bragado en mil batallas.

Y como estas cosas o se tienen o no se tienen y por mucho que se puedan aprender no será nunca lo mismo, el cantante de 091 (por muy extinta que esté la banda oficialmente tras la "Maniobra de resurrección" de hace un par de años, nadie quiere relegarlos al cajón de grupos que ya no existen) recurre de nuevo al negro como color básico en la indumentaria, a sus poses señoriales y su voz aguda, que por algo alguien en su Granada natal lo bautizó una vez como "Pitos", que aunque no llegue a los tonos de antes se adapta a las nuevas y viejas canciones sin merma notable y las moldea, especialmente las nuevas escritas a medias con parte de la banda que lo acompaña en disco y en directo, los sobresalientes El Hombre Garabato, con quienes ya grabó el anterior trabajo "Cuatro tiros por cabeza" en calidad única de líder vocal. En Córdoba, en la presentación oficial de este nuevo y magnífico "Lluvia de piedras", la sala Hangar era el escenario perfecto aunque un corte en la fuente de sonido rompió el ritmo inicial haciendo que "Di que sí" se frustrara en su interpretación y necesitara hasta tres intentos para solucionar unos inusuales problemas técnicos. Después de "Lo llaman suerte", "Ángel de mis demonios" o la recrudecida versión de "Situación límite" de los punks jiennenses Conservantes Adulterados, obviados en su momento y recuperados por obra y gracia del excelente disco duro musical del señor García, la banda se recrea en su lado más pop con "Nubes de colores" o "A punto de estallar". El disco recién editado es una auténtica barbaridad y tiene mucho más de TNT, la primera banda en la que militó, que de los propios 091, pero entregarse a la fiereza de un himno como "Carne cruda" es una tentación demasiado fuerte, y el grupo lo hace atemperando el ritmo y consiguiendo una versión que nos trae a la mente demasiados recuerdos. Todos buenos, claro.

Voz, armónica y pandereta. Guitarras acústicas y memoria histórica para cantar "Julio del 36" y quitarle por unos minutos la corona virtual de cantautor eléctrico a su amigo y compañero José Ignacio Lapido. El ínterin continúa con otra sorpresa, "Cartas en la manga", enlazando pasado y presente en la misma onda "lapidiana" de "No puedo prometerte nada más" y la templanza rockera de "Me falta lo mejor". Las guitarras, el bajo, la batería y los teclados suenan a cientos de horas de ensayo y el líder lo sabe. Los deja reposar y enervarse a placer y se limita a ejercer del discreto maestro de ceremonias que siempre fue, una garganta capaz de llenar la sala solo con su voz y su planta, sabiendo que vuelve a ser su momento y su lugar, cantando por dicha razón "El viento sopla a mi favor" e instando a no cometer los mismos errores que en su caso son inapreciables. "Fuego" funciona como lo ya apuntado, una ráfaga punk que perfora cualquier coraza al estallar en "Gilmore 77", la oda a un asesino que Jesús Arias transformó en un grito terminal de chupa de cuero y balas en el centro del pecho. Que se sepa a quién tenemos delante. "Se puede ver el final" anticipa la melancolía de una despedida momentánea con "Todo puede ser peor". Que no lo es, porque en los bises se explayan con el romanticismo de "Cuando yo no esté" y la mucho más mimética aproximación a "Huellas", con toda probabilidad y en líneas generales una de las mejores interpretaciones de toda su trayectoria. Cuando todo acaba y nos hacemos cargo de todo el "Tiempo perdido" –por cierto, uno de los temas de su completa autoría- que jamás podremos recuperar solo deseamos volver a reencontrarnos con este ejemplo de autenticidad y convicción. Lo dicho, la elegancia es un arte.