Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Sábado, 29 de septiembre del 2018
Texto y fotografías: J.J. Caballero
Tal vez el mundo de la música española no está aún preparado para darle a un tipo con un perfil tan marcado como el de Pablo García, un pensador travestido en músico underground y peculiar que vomita sus verdades a doble micro y tira piedras contra tejados propios y ajenos sin filtros líricos ni emocionales. Lo que es lo mismo, una de las joyas del rock alternativo español, si es que aún tiene sentido dicha etiqueta. Y precisamente porque la suya no es una propuesta apta para mayorías, más bien al contrario (él mismo sabe, y así lo predica, que debe estarle agradecido a esa minoría selecta que acude a sus conciertos), el resultado de todos y cada una de sus actuaciones es tan abrumador como imprevisible. Sobre todo porque nunca sabes en qué formato ni con qué acompañantes se va a presentar, ni la plasticidad que van a adquirir sus canciones, a veces meros discursos rayando la spoken word, ni mucho menos lo que va a sonar ni cómo. En la hora y media que estuvo sobre el estrado de la terraza Ambigú Axerquía se erigió en una suerte de líder espiritual anárquico y certero, removiendo el alma de un discurso que podría prolongarse hasta la extenuación a lo largo de la lírica desplegada en los cuatro discos que ha editado hasta la fecha, más alguna propina con la que recaudar nuevos adeptos en cada presentación. Un síntoma de la clase que atesora este asturiano, un creador por encima de cualquier otra cosa y un cantante que realmente no lo es. Pablo und Destruktion, la banda y su álter ego, es sin embargo todo eso y mucho más.
El "Preludio corintio" que escribió San Pablo –el otro profeta, el verdadero- le vale para sumergirse en un mar de consciencia "Puro y ligero", un estado de ánimo permanente en el que arrepentirse de vivir en un país de farlopa, jubilados y puticlubs. El lado oscuro de una identidad reivindicada en "A la mar fui por naranjas", despiadado canto a la madre tierra, que no es lo mismo que la madre patria. En este tramo de la gira la banda no suena tan mínima como pudiera sugerir el hecho de que prescinden del bajista, porque las manos y pies de Alfonso Alfonso (ex miembro de los grandísimos murcianos Schwarz) sacan cuatro cuerdas de donde hay seis y la amplia experiencia de Pablo ‘Pibli’ González en la batería (habría que preguntar con quién no ha tocado este señor) lo hace multiplicarse en la imprescindible percusión de "Extranjera", probablemente la mejor pieza de su álbum de debut "Animal con parachoques", y "Pierde los dientes España", de cuyo título ya sabemos lo que podemos esperar. En el territorio común entre mahometanos e hispanos, que no es otro que la lucha ancestral contra el maligno, encuentra Pablo la razón de ser de este y otros temas con connotaciones filosóficas como "Powder", un medio tiempo que se expande en directo mientras la voz recita con convicción que va a afeitar su cuerpo hasta desaparecer. En "Mis animales" y "Busero español" combina costumbrismo y fantasmas personales, ahormando a Nick Cave con Víctor Manuel en un completo cuadro folclórico. Porque lo que hace este señor es folk, a fin de cuentas, modernizado y cada vez menos domesticado.
Lo bueno de artistas así es que sabes que no vas a escuchar ningún hit, por la sencilla razón de que no lo hay, incluso el único "intento" de hacer algo parecido le salió mal, por eso cuando toca "A veces la vida es hermosa" la deforma, manteniendo el riff básico y ralentizando versos para que el tono del concierto se mantenga en la línea adecuada. De principio a fin el trío se concentra en decir lo que piensa con voz e instrumentos, y solo necesita la ayuda extra de unos teclados programados para que "Conquistarías Europa", por ejemplo, suene todo lo sentimental que debe al proclamar un amor que rejuvenece; o que "Pupilas dilatadas de ira" narre todo lo contrario, una ruptura brutal que desata el instinto asesino de quien se siente traicionado y debe forzarse a iniciar una nueva vida lejos del escenario de sus penurias sentimentales. Muy dramático, sí, pero tan sincero que estremece. Es lógico que la apenas treintena de personas que guardan riguroso silencio para escuchar –por fin vimos un concierto en el que la gente va justamente a lo que debe- las desventuras norteñas de "Ganas de arder", la letanía dolorida de "La paz de los justos" y la falsa calma de "Tibio", todas ellas adaptadas al formato de la noche, en el que no se echan de menos ni cuerdas ni arreglos superfluos que por otra parte las creaciones de Pablo und Destruktion nunca tuvieron.
Un cantautor destroyer, un freak de la poesía sentimental, un verdadero creyente que no pierde la fe en las canciones y que se pasa el año tocando sin apenas figurar en carteles de festivales ni llamar la atención de las masas. Un artista que convence en directo, cuando quienes nunca supieron de su existencia compran sus discos sin dudarlo y lo saludan entregados al final del concierto. Una rara avis imprescindible para que la música siga siendo una ciencia inexacta y genuinamente necesaria. Cada nueva cita con él es motivo de alegría, aunque lo que cuenta y cómo lo cuenta no sea precisamente un motivo para dar saltos de gozo. Créannos, los tristes son los demás.