Por: Jon Bilbao
Cowboy Junkies siempre se han caracterizado por ser capaces de hipnotizar a los que escuchan, por conmover de muy distintos modos aún manteniendo su particular y característico sonido. Creo que ahí es donde se encuentra gran parte del mérito de la banda: sus canciones suenan a ellos, pero estas a la vez pueden insinuar distintos significados y suscitar variadas reacciones. Con su decimoséptimo álbum de estudio, "All That Reckoning", ocurre algo similar, suena familiar pero a la vez hay algo en él que irremediablemente nos atrae. Cada una de las historias desarrolladas por los hermanos Timmins y el bajista Alan Anton son novedosas dentro de un marco que ya nos es conocido; el amor que reconforta, el amor que putea, las miserias de la sociedad actual o la nostalgia como medicina temporal.
Todas las canciones están compuestas por el hermano mayor, Michael, el guitarrista, o co-escritas entre este y el bajista Alan Anton, que en los últimos tiempos ha aumentado sus colaboraciones como compositor. Como suele ocurrir a veces con el estilo de música que practican los Junkies, algunas de las canciones tienen trampa. Porque tienen el aspecto de luminosas e incluso animadas (como es el caso de "The Things We Do To Each Other" o "The Possesse"), pero su letra deja claro que la historia que cuenta es dramática y con poco margen para la positividad. Esta última, por ejemplo, está sustentada por poco más que un ukelele, pero a pesar de su sencillez, la historia cuenta cómo el diablo se apodera, de distintas formas, del alma de su protagonista. Perturbadora pero repleta de belleza.
Inquietud y misterio son dos de los ingredientes que no desaparecen durante todo el álbum, y se encuentran muy presentes en canciones como "Wooden Stairs", "Mountain Stream" o "Shining Teeth". Y aunque el tono general del álbum resuene oscuro e incluso lúgubre (como siempre lo hicieron los mejores discos de la banda), esto no quiere decir que no sea combinable con la electricidad desatada que emplean en momentos puntuales. "Missing Children" o la adictiva "Sing Me A Song" son buena prueba de ello. También suena eléctricamente potente la segunda parte de la canción que da título al álbum ("All That Reckoning pt2"), siguiendo los canadienses con la costumbre de grabar la misma canción en dos versiones distintas y triunfando nuevamente en su empeño.
El grupo ha vuelto a publicar (como lleva haciendo continuadamente desde hace veinte años) a través de su discográfica Latent Records, y ha sido producido entre Michael Timmins y Alan Anton. Mención aparte merece la labor de estos dos a la producción, pues este es sin duda uno de sus trabajos más logrados en ese sentido. Todo suena como tiene que sonar, y los pequeños destellos psicodélicos en las canciones acompañan perfectamente a la construcción de un disco robusto, visual y rotundo. Los culpables son los sospechosos habituales: el batería Peter Timmins, sus hermanos Michael Timmins (guitarra, ukelele y composición) y Margo Timmins (voz), el bajista y compositor Alan Anton, además del multi-instrumentista e importante eslabón Jeff Bird, que no es miembro oficial pero que lleva tocando en sus álbumes y directos desde hace treinta años; de hecho sería difícil imaginarse unos Cowboy Junkies sin las necesarias aportaciones de Bird.
Siendo este el primer álbum que los canadienses publican en seis años las expectativas estaban puestas a una considerable altura, pero lo cierto es que han cumplido. Hemos tenido todo el verano para disfrutar este álbum como es debido y la sensación no podría ser mejor. Y es cierto, en más de treinta años de carrera los de Toronto nunca han publicado un mal álbum, pero este en concreto deja poso una vez finalizado y se sitúa entre los cinco mejores del grupo. Ellos tienen las piezas y saben cómo alternarlas para llegar a alcanzar esa bella e inefable oscuridad de la que, en mayor o menor medida, todos hemos sido alguna vez partícipes.