Por: Kepa Arbizu
Todavía se tiende a asociar en un primer impulso el nombre de Luke Winslow-King con una manifestación del sonido tradicional estadounidense retro -incluso ubicada en época de preguerra-, elegante y acústica. Asociación correcta, sobre todo si nos fijamos en sus primeros pasos, pero no tanto, o cuanto menos resultaría incompleta, si enfocamos la mirada hacia la dirección que ha ido tomando su carrera, cada vez más marcada por una pulsión eléctrica y, pese a estar sujeta a cánones clásicos, bajo un contexto más actualizado. Un desarrollo que siguiendo la propia inercia reflejada en sus trabajos recientes, sitúa su última grabación en unos ambientes continuistas respecto a los de su última publicación, lo que significa estar guiados, de forma genérica, por el blues.
De aquel "I’m Glad Trouble Don’t Last Always", además de ese común denominador estilístico mencionado, han sobrevivido también algunos rescoldos del lamento expresado por la separación de la que fue su mujer y parte importante de este proyecto musical Esther Rose. Una marcha que indirectamente ha promovido la paulatina relevancia alcanzada por el que ahora parece ser su “mano derecha”, el guitarrista Roberto Luti, cada vez ostentando más galones y relevancia en el resultado final. Pero "Blue Mesa", pese a lo dicho, no es una oda a la tristeza, sí lo es sin embargo al calado emocional que han supuesto para este norteamericano la sucesión de recientes episodios sufridos, incluyendo las muertes de su padre y de su mentora "Washboard" Lissa Driscoll, el paso por prisión o nuevos descubrimientos amorosos. Elementos con la suficiente trascendencia como para no incitar a liberar su lado más reflexivo acerca de ese carácter inevitablemente empedrado de la vida.
Grabado, por gracia de ese incontrolable capricho que es el destino, en Lari, Italia, los aspectos sonoros de este trabajo son capaces, en consonancia con el contenido que representan, de intercalar y saltar por variados, casi antitéticos, estados de ánimo. Abrupto itinerario que facilita la iniciación con "You Got Mine", un blues teñido de melancólico soul -dulcificando enseñanzas de Albert King o Little Milton- en el que las guitarras arañan mientras los teclados acarician para entonar un idioma esperanzador. A partir de ahí será cuestión de tiempo la inmersión todavía más decididamente en la faceta romántica y bella, como el caso de "Better for Knowing You", o articular un canto a la superación entre fraseos de espiritual abolengo ("Break Down the Walls").
Manteniendo el carácter de muestrario de emociones en el que a veces se convierte el álbum, el aspecto más crudo y con el que nos impulsa a encender el motor y perdernos carretera adentro llega de la mano de la a sureña "Leghorn Women", en la que se saca chispas a las seis cuerdas; de un gozoso rock and roll empapado de espíritu americano -igual tomado de Springsteen que de Dwight Yoakam- "Born to Roam" o el boogie áspero "Thought I Heard You", construido a base de ilusiones disipadas. Completando sensaciones, no podía faltar el festivo y suduroso paseo por Nueva Orleans ("Chicken Dinner"), no obstante es hacia allí donde orientó su brújula para morar, o el folk-country bucólico y delicioso de "Farewell Blues", que hace las veces de culminación bajo el suspiro que siempre deja esa enfermedad llamada despedida.
Poco queda, en cuanto a su manifestación más obvia, de aquellos inicios en los que Luke Winslow-King exponía con maestría y delicadeza vintage los sonidos iniciáticos de las raíces americanas, ahora, con igual talento, sigue escrupuloso en el trato de la herencia pero expresada con más fuerza eléctrica y colorido. Los resultados siguen afianzando al de Michigan como una referencia esencial en este ámbito, ofreciendo trabajos de acentos dispares pero siempre sobresalientes. En "Blue Mesa" se nos presenta como un alma errante dispuesto a superar las diferentes etapas -la pérdida, el dolor, la esperanza, el amor- que trae consigo un asumido vagar adornado aquí adecuadamente por un blues aderezado de la nostalgia soul y la tensión del rock. Un caminar en el que hemos elegido hacerle compañía al ritmo de su elegante y sobrada de alma concepción musical, una de las más significativas surgidas en estos últimos años.