Por: Kepa Arbizu
En estos tiempos de sobreexposición a la que estamos sometidos en casi cualquier ámbito de la comunicación, cada vez se hace más necesaria -y por el contrario se manifiesta de forma menos habitual- esa virtud que otorga la sabiduría necesaria para seleccionar el momento más idóneo para expresarse. Visto que Ry Cooder ha tardado seis años en editar un nuevo trabajo desde su anterior "Election Special", da la sensación de que el músico ha valorado en profundidad los beneficios de reposar en la justa medida su creación, algo que además ha redundado en esta ocasión en un sobresaliente resultado artístico.
"The Prodigal Son", título que podríamos utilizar para darle la bienvenida al autor tras su parón discográfico, nos ofrece en realidad aquello que ha definido y define básicamente el legado interpretativo cosechado por el estadounidense y que al mismo tiempo le mantiene en continua conexión con el momento actual. Se trata de una evidente, y en este episodio todavía más, filiación por los sonidos tradicionales americanos, incluyendo en ese epígrafe todo el abanico que uno pueda imaginar, unida a la capacidad de integrarlos bajo una firma personal definida por la facultad para ubicarlos en amplios horizontes.
A pesar de que el grueso de la canciones que compone este álbum son revisitaciones de temas ajenos o pertenecientes al acervo popular, perfectamente podríamos calificarlos como sus nuevas composiciones, ya que hay en ellas, al mismo tiempo que admiración por sus formas primigenias, una adaptación clara a su particular medio. Uno en el que si su figura, tras una carrera extensa y plagada de éxitos, sigue irguiéndose majestuosa, esta vez haciéndose además cargo de prácticamente todos los instrumentos, lo propio sucede con la de su hijo Joachim, que sumada a su condición de ya experto baterista ejerce con excelencia de productor, convirtiéndose en pieza clave para atinar con un contexto que sin desnaturalizar la esencia original de las composiciones las resitúa en el calendario.
No tiene "The Prodigal Son", como sí sucedía en pasadas grabaciones, ese evidente hilo narrativo de honda preocupación social. Eso no significa que el hecho de recurrir a la idiosincrasia y a las temáticas que acogían esos cánticos seleccionados, con una altísima carga de espiritualidad en forma y fondo, no persiga rebuscar en una conciencia estadounidense, y por ende mundial, cada vez más alejada de ese camino. Porque los coros "eclesiásticos" que terminan por aparecer ya en la inaugural "Straight Street", y que aportan profundidad a un bello inicio marcado por el apacible dominio del sonido acústico, serán un elemento trascendental para trazar ese concepto global de significativa religiosidad. No importa que el aspecto que tome ese concepto se torne crudo y casi áspero en "Everybody Ought to Treat a Stranger Right"; arremeta con nervio rockero en el tema homónimo, o se muestre esplendoroso con la energía insuflada desde Nueva Orleans ("In His Care"), canciones como "Nobody’s Fault But Mine" se inspiran y elevan a lomos de la herencia otorgada por Reverend Gary Davis o Mahalia Jackson para con un sucinto pero acongojante ambiente instrumental sustentar su emocionante condición.
Alejados en forma de esa más explícita mística, aun manteniendo esas directrices,
los caminos abordados son variados e incluso antagónicos, porque el tono afable y casi infantil (sin ánimo peyorativo dicho término) que tiene "I’ll be Rested When The Roll Is Called" o la más recitativa "Gentrification", aspecto que no evita su condición de verdad incómoda, chocan con el humeante y turbio blues destartalado a lo Tom Waits que palpita en "Shrinking Man" o la desnuda nana en la que se convierte "Jesus And Woody" -tercera junto a las dos anteriores composiciones propias-, donde una vez más el cantante entroniza a un colega suyo, en este caso al gran Woody Guthrie. Una íntima "Harbor of Love" o la romántica súplica que contiene "You Must Unload", ratifican que Ry Cooder ha ejercido su soberbio papel habitual, más palpable si cabe, asimilando el sustrato de las raíces para, manteniendo todo su significado, volcarlo bajo un lenguaje musical actual y por otro lado totalmente representativo de su obra. "The Prodigal Son", pese a su ágil discurrir, es básicamente un disco de gospel, al mismo tiempo que ejerce de llamamiento a la hermandad del ser humano y de reclamo a la falta de ella. Se trata de un disco del siglo pasado, de éste y con toda seguridad del que viene, en definitiva, hermanado con la vida, esa que no está supeditada ni a épocas ni a fechas.