Por: Kepa Arbizu
Andrés Herrera Ruíz ha pasado en un corto espacio de tiempo del nada desdeñable papel de lujoso guitarrista acompañante de ilustres nombres como los de Silvio, Kiko Veneno o Pata Negra, a capitanear un proyecto, apuntalado por Raúl Fernández y Paco Lamato, de talentosa originalidad. Pájaro es el nombre, tomado de su propio alias, con el que se significa este descubrimiento musical donde la picardía curtida a orillas del Guadalquivir se desenvuelve entre sonidos surf, el rock and roll, desérticos ambientes o una narración crooner. Así como Berlanga disimuló la supuesta promoción de una artista como Lolita Sevilla para arremeter contra la España de la época en su "Bienvenido Mr. Marshall", aquí nos topamos con una propuesta que surgiendo del reconocible y orgulloso acento sureño lo universaliza alejado de clichés y lugares comunes hasta precisamente enfrentarle a ellos.
Dentro de lo que es ya uno de los discursos, no solo musicales, que más alicientes plantea dentro del rock hecho en nuestras fronteras hoy en día, hay que inscribir un nuevo capítulo, el que proporciona el álbum bautizado bajo el título de laica espiritualidad que es "Gran Poder". En él, una flamenca con puño erguido nos saluda para, como bien evidencia la llamativa ilustración, obra de Álvaro P-FF (The Fly Factory), acompañarnos en unas composiciones donde se filtra con mayor evidencia que nunca una actitud explícitamente política al mismo tiempo que un tono nostálgico. Y es que probablemente no se pueda declamar contra las cadenas que nos aprisionan sin evidenciar un profundo pesar.
Musicalmente, este tercer trabajo, se muestra como probablemente el más compacto de todos los editados hasta la fecha. Una sensación en la que interviene el descenso en número de piezas instrumentales, irremediablemente percibidas muchas veces como paréntesis en el discurrir natural de un álbum, y la imposición, siempre bajo el sello personal surgido de la heterodoxia y la combinación de elementos, de un tono musical donde tiende a vislumbrarse como base común
aquellas vibraciones eléctricas emanadas de intérpretes como Dick Dale o Link Wray. Unos riffs que marcarán el paso de la majestuosa introducción que supone "Corre chacal corre", donde se manifiesta otra de las virtudes del combo, la capacidad de construir musicalmente desérticos pasajes audiovisuales , aquí aderezados de una portentosa instrumentación. El cariz más rockero despuntará en "Lágrimas de plata", sumergido para la ocasión en ese personal modo de oscura plegaria a lo que colabora la simbología religiosa utilizada. Serán "A golapar", de la que obvia decir que hace referencia a los versos de Rafael Alberti, transformada en trotón surf-rock de innegable poder simbólico, y "El tabernario", manifestación de su expresión más cruda por medio de un abrasivo y trepidante rockabilly con marchamo de swing, las que completen ese núcleo central de temas formalmente más aguerridos y que constituyen el cimiento de esa consistente estructura del álbum.
Si hay alguna “aparición” que no puede faltar en un trabajo del músico sevillano es la herencia aportada por su compadre Silvio Melgarejo. En esta ocasión, y al margen de todo un latente aprendizaje de sus cualidades, la expresión más clara, a través de ese ambiente a canción italiana, se hace visible en "Rayo Mortal", en la que observamos además un decidido paso adelante a la hora de cantar, impregnando de una rasgada emotividad muy especial al resultado final. Profundizando en ese aspecto más emocional, "Los callados", con intervención de Julián Maeso en unos humeantes teclados, se levanta como el auténtico himno del álbum. Ejercido como un pegadizo ritmo entre latino y rock, a pesar de su esencia taciturna, acaba afianzándose como todo un emblema para reclamar el espacio y el honor merecido por todos esos silenciados en las páginas de nuestra historia. En otro sentido, pero no menos significativo en cuanto a revelarse como uno de los momentos reseñables, aflora "Yo Fui Johnny Thunders", lo que parece un lógico homenaje a la novela de Carlos Zanón envuelta para la ocasión por un blues sugerente y canalla, dando vida a otro de esos retratos patibularios y malditos. Casi en un plano opuesto se cerrará el álbum con una particular versión de la melódica y romanticona "Let’s Go Away for A While" de los Beach Boys, en la que los hermanos Wilson se transfiguran en Paco de Lucia.
Ya sería un logro a valorar muy positivamente el esqueleto musical ideado por Pájaro, pues el suyo es uno de esos que aparecen cada poco tiempo y al que hay que rendirse. Pero su carrera tiene otro mérito añadido más, y es que respetando ese anárquico decálogo que lo define, consigue enfocar hacia un contexto específico y particular cada uno de sus trabajos, perfeccionando de paso la ya de por sí genial apuesta. "Gran Poder" en ese sentido es un trabajo orgánico, eléctrico, insinuante y, no menos importante, el reflejo de ese clamor que emana desde un alma sureña que no se amedrenta a la hora de combinar los faralaes con las chupas de cuero, y mucho menos todavía, de alzar el puño desafiante precisamente contra, entre otros muchos, aquellos incapaces de asumir y aceptar la existencia de una identidad como ésta.