Sala Joy Eslava. Madrid. Domingo, 13 de mayo del 2018
Por: Oky Aguirre
Fotografías: Martín Larroque
Hoy sí que se hacen conciertos como los de antes, donde las canciones no tenían que ir acompañadas de luces y efectos. Que nos lo digan a los que fuimos a la sala Joy Eslava el pasado 13 de Mayo a ver a los hermanos Durham. Tres criaturas acunadas desde su infancia por acordes y armonías de todos los géneros -su padre es guitarrista e ingeniero jefe en The Exchange Recordings, uno de los mejores estudios de grabación de Londres, mientras que su madre tocaba la batería con el grupo punk The Raincoats-.
Poniendo fin a su gira europea, presentaban su cuarto trabajo, "Superscope", demostrando su habilidad para seguir siendo fieles a sí mismos, sin perder esa esencia hacia todo lo "oldie", refrescándolo para un siglo XXI dominado por lo digital, cada vez más necesitado de términos y géneros analógicos, que plasman perfectamente con su actitud "rockabilly".
Durante las dos horas de concierto uno no sabía dónde mirar, ya que la maestría multiinstrumentista de los tres hermanos dio lugar a varias formaciones, siendo la de Kitty a la voz, Lewis a las guitarras y voces y Daisy a la batería la que más se quedará en nuestras cabezas.
Prácticamente tocaron todos los temas de su último trabajo, comenzando con "Slave", que Lewis cantó bajo tonos muy funky, lejos de sus orígenes, que enseguida llegaron con "It Ain´t Your Business", en donde el espíritu de Buddy Holly –stratocaster incluída- flotaba en toda la sala. Después de su ya mítico "Baby Bye Bye" –recomendamos el videoclip- encadenaron siete de sus últimas creaciones, flojeando un poco en su intensidad en "Black Van" y "The Game is On" para alcanzar momentos gloriosos como ese supersingle que es "Down on my knees" o cuando Kitty se puso en plan Etta James y nos regaló dos blues "Just One Kiss” y “Team Strong", que bien podrían formar parte de cualquier sello antiguo discográfico.
Con "Whole Lot of Love", ese guiño a los Zeppelin con acordes del "Roadhouse Blues" de los Doors, cerraron la parte más innovadora, dejando lo que todos veníamos buscando para el final, que comenzó cuando apareció Eddie Thornton "Tan Tan", octogenario trompetista jamaicano que acompaña a estos muchachos hace años y que con su ska no hace más que magnificar el exquisito repertorio de los de Candem Town, llenando la sala de "positive vibrations", con temas que suenan a clásicos jamaiquinos como "Tomorrow" o "Turkish Delight". Pero lo que ya nadie nos podrá quitar fue asistir a su "Goin´ Up The Country", aquella vieja canción que fue himno en Woodstock gracias a Canned Heat, que estos muchachos han traspasado a nuevas generaciones, y que terminó con Daisy por los suelos, después de aporrear una batería de pie y con dos escobillas por baquetas, mientras alternaba con su hermana las labores cantantes. Cuando parecía que ya nada podía superar nuestras pulsaciones, llegó el momento Kitty, afrontando con su armónica un larguísimo blues pantanoso que terminó entre todos nosotros, abajo con el público, alargando su cable de micrófono casi hasta el centro, haciendo una potente declaración de principios, demostrando el amor de esta familia hacia lo analógico.
Con "Whole Lot of Love", ese guiño a los Zeppelin con acordes del "Roadhouse Blues" de los Doors, cerraron la parte más innovadora, dejando lo que todos veníamos buscando para el final, que comenzó cuando apareció Eddie Thornton "Tan Tan", octogenario trompetista jamaicano que acompaña a estos muchachos hace años y que con su ska no hace más que magnificar el exquisito repertorio de los de Candem Town, llenando la sala de "positive vibrations", con temas que suenan a clásicos jamaiquinos como "Tomorrow" o "Turkish Delight". Pero lo que ya nadie nos podrá quitar fue asistir a su "Goin´ Up The Country", aquella vieja canción que fue himno en Woodstock gracias a Canned Heat, que estos muchachos han traspasado a nuevas generaciones, y que terminó con Daisy por los suelos, después de aporrear una batería de pie y con dos escobillas por baquetas, mientras alternaba con su hermana las labores cantantes. Cuando parecía que ya nada podía superar nuestras pulsaciones, llegó el momento Kitty, afrontando con su armónica un larguísimo blues pantanoso que terminó entre todos nosotros, abajo con el público, alargando su cable de micrófono casi hasta el centro, haciendo una potente declaración de principios, demostrando el amor de esta familia hacia lo analógico.
La borrachera de géneros terminó con una de sus joyas más preciadas, "Mean Son Of a Gun", el rockabilly que nos llegó hace unos años de estos adolescentes ingleses con tupé, al que ya no ponen tanta gomina en sus composiciones, sustituyéndola por una presencia y madurez que nos aseguran muchas noches como la pasada.