Sala BBK, Bilbao. Sábado, 7 de abril del 2018
Texto: Kepa Arbizu
Fotografías: Lore Mentxakatorre
Que el pasado nos condiciona es algo indiscutible y hasta cierto punto saludable. Otra cosa bien distinta, y contraria a cualquier beneficio, es anclarse a la nostalgia y empeñarse en convertir el hoy en una página amarillenta impermeable a cualquier influencia presente. La carrera de José Ignacio Lapido se escribe de manera totalmente ajena a dicha actitud. Es innegable que entre sus méritos adquiere un papel determinante su pertenencia a la mítica banda 091, pero no menos relevante resulta su empeño, con excelentes resultados, en construir un recorrido bajo su propio nombre. Precisamente enmarcado en ese continuo evolutivo llegaba, auspiciado por la siempre loable tarea de la asociación Walk On Project, hasta Bilbao, nueva parada integrada en la gira de presentación de su último disco, "El alma dormida".
De riguroso negro y con lacónico verbo -que iría explayando en el transcurso de la noche-, como nos tiene acostumbrado, el músico andaluz apareció, copa de vino en mano, arropado por una alineación ya de sobra conocida (Víctor Sánchez, Raúl Bernal, Popi González) en la que aparece como una única novedad la de Jacinto Ríos empuñando el bajo. El ramillete de composiciones actuales que sirven como "excusa" para tenerle de nuevo en las tablas vienen marcadas creativamente por la defunción de su madre y el parón que supuso en su desarrollo la reunión de su pretérito legendario grupo. Sea por la mayor, menor, o nula influencia de dichos acontecimientos, nacieron marcadas, en líneas generales, por un fuerte valor melódico y una menor crudeza, condición que sobre el escenario iba a encauzarse hacia una representación vibrante y rotunda, destacando el perfecto y musculoso engranaje en el que se ha convertido el quinteto.
La decisión de iniciar el set con la envolvente y casi psicodélica "Pájaros" no debe de apartar la mirada de la esencia del mismo, que rápidamente se dirigiría primero a escudriñar con profusión su reciente álbum y luego a desenvolverse con tenso nervio. Así quedó refrendado inmediatamente con los teclados "stonianos" de un en todo momento inspiradísimo Bernal que precipitaron la llegada de "Nuestro trabajo". Pegadizos ritmos, muchas veces llevados en volandas por el siempre gesticulante y brillante Víctor Sánchez, que serían una norma constante a la hora de desgranar sus novedosos temas como "¡Cuidado!", impulsada por oleadas de riffs, "Dinosaurios", "La versión oficial", adelantadamente actual y de estribillo popero, o la ultravitaminada melancolía de "Lo que llega y se nos va". Entre ellas también hubo espacio para otro tipo de tonalidades, como los acercamientos campestres en "Estrellas del purgatorio" o "No hay prisa por llegar", la bella nostalgia de "Como si fuera verdad" o la humeante y oscura, elegida para el tramo final, "Escalera de incendios".
Pero el catálogo del granadino es ya lo suficientemente extenso y destacable como para no articular el repertorio global con buenas pruebas de ello. Con el impulso enérgico como tono predominante, pobló de piezas provenientes de todas las épocas la actuación, sobresaliendo, entre otras, la siempre emocionante y alterada épica que contiene "Luz de ciudades en llamas" o la tan robusta en forma -no lejos del hard rock- como en su fondo "Noticias del infierno". Uno de los ejemplos más perfectos de la lírica "lapidiana" (perfecta y personal confluencia entre lo poético y lo social) quedó expuesta en "El Dios de la luz eléctrica" o en otro estandarte, "La antesala del dolor". Sin duda no menos significativa resulta en la concepción del rock del autor su representación melancólica, por lo que no podían faltar algunas certeras ambientaciones en ese contexto como la escalofriante "Algo me aleja de ti", "El más allá" o la románticamente crepuscular "La hora de los lamentos".
Hablar de que Lapido, y su banda, está en estado de gracia podría conllevar al malentendido de considerarlo algo momentáneo, cuando en verdad es solo el repunte de una situación establecida y consolidada. Cierto que el concierto ofrecido el sábado demostró una capacidad pocas veces vista para mostrarse igualmente rocoso como tocado por una sutileza conmovedora, pero el trasfondo es el de un músico cincelado con la mejor tradición y la clarividencia para transformarla en discurso propio. Visto lo visto, difícil tarea tendrán aquellos que nieguen considerarle uno de los mejores, sino el mejor, compositores de rock en castellano de las últimas décadas, más sobre todo si añadimos como prueba la interpretación efectuada en los bises de la desgarradora "El ángulo muerto" o la majestuosa "Cuando el ángel decida volver".