Por: Kepa Arbizu
Si hubiera que contextualizar y describir la vida artística de Grant-Lee Philllips sin duda habría que empezar trasladando hasta la década de los noventa el calendario. Allí, con su banda Grant Lee Buffalo lució un por aquel entonces todavía poco habitual entendimiento entre un recién nacido sonido indie y un concepto más tradicional de la música estadounidense. De dicha unión, al margen de unos emocionantes y excelentes trabajos, nació una visión particular del género que el californiano ha estado manejando, con acercamientos hacia una u otra sensibildad, hasta la fecha actual. Tras casi veinte años ya en solitario, llega el momento de la publicación de su noveno trabajo, "Widdershins".
El término elegido para glosar esta nueva colección de temas describe en buena medida la idea que los alumbró, y de la que lógicamente están impregnados, haciendo referencia al giro que se realiza en dirección contraria a la de las agujas del reloj. Reflexión que se materializa en una mirada crítica, pero iconoclasta, hacia el contexto sociopolítico presente que a su vez inscribe en un continuo histórico en el que se repiten ciertas constantes. Una disquisición exógena a lo estrictamente musical que sin embargo esconde de alguna manera connotaciones aplicables también a lo artístico, ya que si es inevitable y obvio que estas composiciones sean hijas de un presente creativo lo es igualmente que estén relacionadas con los orígenes del autor, significándose bajo una forma contundente y orgánica.
Para el logro de dicho resultado cobra especial relevancia la conformación de una base en formato trío, repitiendo presencia el bajo y la batería de Lex Price y Jerry Roe respectivamente, y una grabación llevado a a cabo prácticamente en directo, a la que se suma la aportación del mezclador del Tucker Martine. Detalles que claramente participan en esa dirección estilística y que obtiene sobresalientes réditos ya en el mismo tema inicial, "Walk in Circles", poseedor de la esencia del concepto narrativo que persigue el álbum. Interpretado con un tono casi recitativo, cercano al Ray Davies más crepuscular, se erige como transmisor de un "americanismo" no alejado del John Hiatt áspero. Pese a la sobriedad y concreción por la que apuesta el sonido del disco eso no impide un buen y detallista trabajo instrumental, aportando hondura por ejemplo en "Unruly Mobs", por la que se pasean las andanzas de María Antonieta y su cohorte. En estos parámetros, la épica y rugir "springsteeniano" se destapará en momentos como "Liberation". Una fuerza eléctrica que desembocará en diversos terrenos, ya sea con una sincopada angustia a lo Talkin Heads que choca con la irónica pero aseverativa sustancia de "Scared Stiff"; la pegada digna del Black Francis más Pixies en "The Wilderness" o construyendo unas tensionadas ambientaciones envolventes en "Great Acceleration".
El repunte hacia tesituras más campestres, aplicables a una manera de entender el folk-country como lo podría hacer Cracker, visibles en "Miss Betsy" es uno de las momentos destacados en un territorio más íntimo, a pesar del nervio rítmico que atesora. Si bien "Something's Gotta Give" se consolida en un camino tendente al blues, éste queda interrumpido con unos empellones que logran un resultado global más inquietante, algo que no sucederá sin embargo en la delicada y susurrante "History Has Their Number" o en el transcurrir elegantemente épico de "King of Catastrophes", suficientemente explícita en cuanto a su título.
Grant-Lee Phillips exorciza con este álbum su condición de individuo inmerso en un turbulento y trágico momento histórico, uno que sin embargo se asemeja a tantos otros pasados y por lo tanto sujeto a un mecanismo parecido a un eterno retorno. Para musicar esas atribuladas sensaciones elabora un nuevo capítulo a la hora de interiorizar y tamizar el compendio de raíces sonoras clásicas, esta vez servidas con espíritu sobrio y sintético pero a la vez contundente, tanto como lo es su singular y brillante carrera.