Sala Wurlitzer Ballroom, Madrid. Viernes 16 de marzo del 2018
Por: Eugenio Zázzara
Se diría que Aerofall y 10 000 Russos fueron creados para ir de gira juntos. Faltaría que la banda rusa se llamase Portufall o algo por el estilo y ya. Bueno, chorradas a parte, esta noche, como ya en muchas otras, Indypendientes nos trae como siempre a muy buena música y nos hace descubrir a pilares de su género en los respectivos países. Nos transfiguramos en nubes de feedback, hipnotizados en un trance de cuerpos electrizados y de miradas fijas, hundiéndonos en búsqueda de melodía bajo capas de reverberación. Una cita con el shoegaze y el post-punk más contundentes.
Realmente, el motivo principal que me ha sacado de casa a desafiar la lluvia son los teloneros, que conocí casualmente gracias a un DJ colega de radio que me los pasó un día. Dentro de la cómoda etiqueta post-punk acabaron por colarse una multitud de bandas de procedencia más variada: los 10 000 Russos seguramente se decanten por el lado más oscuro, kraut y psicodélico de la paleta. El trío, formado por Pedro Pestana, André Couto y João Pimenta, no podría ser de lo más elemental y básico: guitarra, bajo y batería/voz respectivamente. Aún así, tenemos delante a unos de los más genuinos adalides del principio "cuanto más simple, mejor". Los portugueses no apuestan especialmente por la contundencia del sonido o por la alucinación, sino en una curiosa mezcla de estos dos enfoques más una atracción indudable hacia lo oscuro y la repetición obsesiva. El trío suena negro, carbonífero: sus líneas e inspiraciones proceden directamente de dos de las cunas más fértiles de la música popular: los Velvet Underground y los Stooges. Añádase a eso un carácter peculiarmente psicodélico y ya tienes la fórmula del éxito de estos tres lusitanos: las líneas obsesivas de Couto, los efectos nebulosos de Pestana y la batería sencilla pero implacable de Pimenta, junto al conjunto de delays en su voz y en los instrumentos de los demás. Los 10 000 Russos no buscan la variedad: el objetivo de sus temas es conseguir el clímax perfecto, el crescendo inexorable para que la pieza alcance un éxtasis tribal. Un fin que persiguen maravillosamente y al que se van acercando más día tras días.
Los Aerofall proceden de Rostov-on-Don, una de las puntas más meridionales de la Rusia europea, a lado del Mar Negro y no lejos del Donbass y de Crimea, durante una temporada protagonistas de nuestras crónicas políticas y militares controvertidas. Posiblemente esto no haya tenido nada que ver con sus influencias musicales, pero seguramente el shoegaze de matriz británica, y en concreto bandas como los My Bloody Valentine, sí que marcaron sus adolescencias y sus ensayos. Si con los teloneros nos movemos más por territorios brumosos, aquí es el latido mordaz de las guitarras lo que domina el espectro sonoro: imaginaos una mezcla Fall + Jesús & Mary Chain y Dinosaur Jr. y tal vez eso os pueda dar una idea. En este sentido, su experiencia como teloneros de los A Place To Bury Strangers es toda una señal. Las dos guitarras de Yana Komeshko (también vocalista) y Vladimir Karpov aspiran a ese ideal sónico, mientras el bajo de Valery Kalkutin y la batería de Pavel Astakhov proveen al forraje rítmico de la performance. Dadas las buenas premisas, el resultado sin embargo se queda lejos de ser abrumador. En este caso, como con la banda anterior, se percibe el intento de conseguir una muralla de sonido, lograr un ápex a través de la contundencia de las guitarras y de la repetición de patrones consolidados. Pero aquí no hay crescendo, no hay dinámica: lo que queda es una selva de sonidos salvajes que no encajan en un esquema. Es como si la banda estuviese todo el rato buscando algo que no encontrara, dando vueltas en un círculo sin fin que es la secuencia de canciones, faltas de pautas que las vuelvan reconocibles y distinguibles una de otra.
En fin, la impresión es que los Aerofall estén bien equipados en cuanto a nivel y calidad de sonido, pero bastante menos acerca de arreglo y escritura. En el encuentro de esos dos apartados estaría la cuadratura del círculo. Pese a eso, una noche redonda, que nos devuelve magnéticos y recargados de energía eléctrica.