Por: Kepa Arbizu
A estas alturas no parece que sea necesario volver a hacer hincapié en el destacado papel que ocupa una localización como Canadá en la historia del rock. No son pocos los diferentes episodios que han otorgado trascendencia a dicha denominación de origen, solo hace falta pensar en nombres como Neil Young o The Band o más recientemente The Sadies. A The Sheepdogs, formación proveniente de dicho país, no es cuestión todavía de catalogarlos a una altura semejante de los citados, pero desde luego sería igual de erróneo no situarles como punteros entre el conglomerado de bandas contemporáneas que se integran en un rock de ambiente setentero. Una especialidad en la que insisten en su nuevo trabajo "Changing Colours" pero de una forma muy particular, sirviéndoles igualmente para diversificar su propuesta como para engrandecer su perfil.
A través de sus cinco anteriores álbumes, el grupo liderado por Ewan Currie ha acumulado un inmaculado curriculum referido a una ejecución marcada por un sonido clásico pero adaptado a una manifestación contundente y propia del tiempo que les ha tocado vivir. Llegados a este punto invierten lo que en principio podría ser una ecuación lógica, basada en insistir en esa deriva, y dan un paso atrás temporal para paradójicamente avanzar. Con Thomas D’Arcy ya situado definitivamente como productor, antes había colaborado puntualmente en labores similares, toman la determinación de retroceder en el calendario y posarse allí donde se ubican sus principales influencias para hacer un ejercicio revisionista y, lo más difícil de todo, lograr convertirlo en una reivindicación personal.
Al margen de un título lo suficientemente elocuente como para adelantar la intención por hacer brotar todos los matices y tonalidades posibles en sus nuevas composiciones, el hecho, arriesgado, de que sean 17 las piezas seleccionadas, lo que obtiene es la expansión todavía mayor de esa diversidad, convirtiendo que el resultado global se presente a modo de un catálogo que glosa la pluralidad que contenía toda aquella época.
El inicio del trabajo no puede resultar más delicioso con "Nobody", marcada ya por ese sonido eléctrico tan característicamente setentero, puntiagudo pero envolvente, a base en esta ocasión de riffs rítmicos y pegadizos solo interrumpidos por unos estribillos a modo de destellos soul. Un género que se impondrá en "I Ain’t Cool", esta vez sí lindando abiertamente con la propuesta de sus paisanos The Band. A lo largo de los cortes iremos saboreando un sinfín de geniales particularidades, casi tantas como temas, pero si nos centramos en aquellos más delicados descubriremos la bucólica y campera “Let It Roll”, una susurrante "Cool Down" provista de una línea instrumental dominada por las texturas afines a The Doors, la épica romántica de "I’m Just Waiting for My Time" o la explosión de los juegos de voces corales a lo Crosby Stills Nash and Young en "Born a Restless Man", que además sirve como inicio de un tramo final más delimitado por el folk.
Pero este disco también es, y de una manera sustancial, uno de guitarras. Esas que se alimentan de todas las lecciones de Thin Lizzy, Humble Pie y compañía para dar vida a un desaforado instrumental ("Kiss the Brass Ring") o adquirir la capacidad de impulsar una cadencia boogie blues rock ("Saturday Night"). En "I’ve Got a Hole Where My Heart Should Be" se desprenderán de toda esa carga psicodélcia y de ensoñación que fluye por ejemplo en "The Big Nowhere" para afilarse bajo el acento de Lynyrd Skynyrd.
The Sheepdogs han decidido, con su buena carga de riesgo, hacer no solo evidente la amalgama de influencias que dictan su estilo sino situarlas en el tiempo al que pertenecen. Lo que puede sonar a priori como un ejercicio de reproducción sin brillo se transforma, y es su gran reto, en un evidente salto adelante de estos canadienses. Consiguen demostrar así el axioma de que lo clásico y tradicional alcanza tal condición a base de demostrar su calidad para significarse atemporal, o lo que es lo mismo, resultar siempre actual y atractivo. Todo un reto salvado con sobresaliente. Parafraseando a la propia banda, bienvenidos a la nostalgia futura.