Sala Vistalegre, Madrid. Viernes, 23 de marzo del 2018
Por: Oky Aguirre
Para los que nos gustan las canciones tristes, la lluvia que caía en Madrid, más propia de Bilbao, no hizo más que incrementar nuestras expectativas ante la segunda visita de Benjamin Clementine a la capital, en donde todavía recordamos su primera presencia en aquéllas veraniegas Noches del Botánico, presentando su primer disco "At Least For Now", con su piano, voz y pies descalzos, tan sólo acompañados por violoncelo y batería. Mucho tuvo que ver David Byrne y su texto aparecido un mes antes en El País Semanal (junio 2016), en donde nos daba a conocer todas las peculiaridades de esta "obra maestra" de persona y personaje –criado por su abuela, víctima de bullying en la escuela, homeless por decisión propia, hecho a sí mismo como artista en las calles de Londres y París…-.
Nada más entrar en el Palacio VistAlegre, nos dimos cuenta de que su apuesta anterior, en forma de "trío de cámara", no se iba a producir. Tanto el recinto –una sala rectangular, diáfana, oscura y con tuberías en los techos- como el escenario –plagado de maniquíes- parecían sacados de "Blade Runner", como si de repente nos encontráramos en aquél tenebroso edificio, en donde Rick Deckard (Harrison Ford) se tropieza con la "replicante" Daryl Hannah. Y eso es lo que hizo este "Alien with extra ability" (extraterrestre con habilidades extra, según reza en su pasaporte y en su única creación para terrícolas. Júpiter). Replicar; que según la RAE, tiene varias acepciones, pero un solo significado en la música de Benjamin: Instar o argüir contra la respuesta o argumento; Responder oponiéndose a lo que se dice o manda.
"God Save The Jungle" dio comienzo a una noche irrepetible. Cuando uno escucha una canción y le atrapa, ya sea por su estribillo, comienzo o final, siempre busca esa similitud al acudir a un concierto –a no ser que vayas a ver a Dylan, claro-. El momento de ésta, que a todos los presentes nos cautivó cuando la oímos por primera vez, es el mantener esa altura en la voz durante 20 segundos, sin respiro, igualando en directo lo que un estudio de sonido no puede arreglar. Como no ocurrió con la siguiente, "One Awkward Fish", que ya nació perdiendo desde su primera escucha, seguramente por sus arreglos incongruentes. Arreglado quedó con su interpretación de "I Won´t Complain", sentado en un taburete ante su piano, mientras los músicos deambulaban con las primeras rimas, que hablan sobre un "mundo maravilloso", sabiendo que no es así.
"Condolence" tuvo un comienzo sobrecogedor, estropeado por hacer querer al público partícipe de unas melodías y letras que nunca entenderán, y que en "Portobello" se convirtió en vergüenza ajena, cuando a mi lado un grupo de chicas confundió el italiano con la esencia de la canción, vociferando "molto Benne" como si de ellas dependiera su vida. Menos mal que Benjamin se dio cuenta y seguidamente se marcó un "spoken word" que casi fue lo mejor de la noche -reconozco que al que escribe siempre le llamó el "hablar cantando"- . Y digo casi, porque lo mejor fue, y me doy de hostias con quien quiera, "Quintessence", en donde realmente se concentró el sentido, carisma, respeto, sufrimiento o actitud que sólo un "negro" puede tener ante la vida; derribar maniquíes blancos mientras entonas poesías a lo Sam Cooke, sin olvidar a Erik Satie y Claude Debussy, sin cuyo piano nunca habríamos asistido a este concierto, ya que fueron los que influyeron a este "replicante" a dejar su "planeta" para irse a cantar al metro por Marvin Gaye o Bob Marley.
Menos mal que por allí, entre andenes, andaba su descubridor, un melómano francés que lo llevó a los escenarios y que seguro pensó en esa frase que Rutger Hauer aportó al final de una película llamada "Blade Runner": «He visto cosas que vosotros no creerías. Atacar naves más allá de Orion; Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir». Y con el "Adiós" final morimos, viendo y sabiendo que hoy en día es muy difícil asistir a algo que sabes excepcional. Sólo nosotros lo sabemos, junto con David Byrne, ex Talking Heads, único y capaz de apostar por alguien que no entiende de géneros sino de sensibilidades. Por eso Benjamin, nuestro Clementine, ya es un grande.
Menos mal que por allí, entre andenes, andaba su descubridor, un melómano francés que lo llevó a los escenarios y que seguro pensó en esa frase que Rutger Hauer aportó al final de una película llamada "Blade Runner": «He visto cosas que vosotros no creerías. Atacar naves más allá de Orion; Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir». Y con el "Adiós" final morimos, viendo y sabiendo que hoy en día es muy difícil asistir a algo que sabes excepcional. Sólo nosotros lo sabemos, junto con David Byrne, ex Talking Heads, único y capaz de apostar por alguien que no entiende de géneros sino de sensibilidades. Por eso Benjamin, nuestro Clementine, ya es un grande.