Por: Javier Capapé
La tarde del pasado lunes me encontré con una noticia totalmente inesperada. Dolores O’Riordan fallecía a los 46 años de edad por causas todavía desconocidas. No me importaba el cómo ni el por qué. Una de las cantantes más carismáticas de los años noventa nos dejaba de forma repentina y con una gira pendiente con su grupo The Cranberries. Estoy seguro de que muchos a los que no les importa lo más mínimo la música son capaces de reconocer su particular voz de mezzosoprano, pero ante esta pérdida solo prestarán atención a los detalles más escabrosos de su vida, marcada por la difícil digestión de su temprano éxito y su inestabilidad emocional. Pero lo que realmente nos importa a aquellos que amamos la música es que Dolores O’Riordan fue un emblema del pop-rock de finales del siglo pasado. Con su característica voz (incisiva unas veces, delicada y susurrante otras) se hizo un hueco bien merecido en la era dorada de la Mtv (cuando todavía era un canal de televisión musical). "Linger", "Dreams", "Zombie", "Ode to my Family", "Animal Instinct"… fueron éxitos bien armados y con mucha personalidad. Sin ser un grupo virtuoso y no demasiado acertado en sus directos, The Cranberries sorprendieron al mundo por su capacidad de transmitir desde la aparente sencillez del pop, ofreciendo siempre un discurso muy honesto. El cuarteto irlandés se convirtió en emblema y su líder en una persona capaz de detener el mundo con sus giros vocales.
El éxito quizá les llegó demasiado pronto, con un debut tan discreto como imprescindible y una continuación magistral donde mostraron sus mejores cartas. "No Need To Argue" fue un disco que, más allá de sus escalofriantes cifras de ventas, les puso en boca de todos por su calidad y sus magníficas canciones. The Cranberries estaban aquí para permanecer en la memoria colectiva. No dejarían indiferentes y a muchos de nosotros nos atraparían sin remisión. Nadie puede decir que no escuchó en multitud de ocasiones aquel himno antiterrorista que fue "Zombie", una canción a la que no le sobró ninguno de sus reconocimientos. Pero The Cranberries no era un grupo de un solo éxito. A "Zombie" le precedían dos temas inmensos: la delicada "Linger" y la emocionante "Dreams", una de mis canciones de cabecera, un himno al poder de los sueños y a la capacidad del ser humano para empezar de nuevo. Y después llegaron otras canciones nada desdeñables como "Ode to my Family", "Ridiculous Thoughts", "When You’re Gone", "Promises" y otras aparentemente menores pero cargadas de simbolismo y emoción como "Dreaming my dreams" (una de sus más sinceras declaraciones de amor), "Free to Decide", "You & Me" o "Pretty" (la sensualidad hecha canción con una intensidad inusual en tan solo dos minutos), que han formado parte de la banda sonora de muchos de nosotros.
The Cranberries fueron un grupo bregado en la era de los vídeos musicales de finales de siglo que no se supo adaptar con acierto al nuevo milenio. El cuarteto se tomó un descanso prolongado tras su recopilatorio de éxitos de 2002 en el que Dolores O’Riordan quiso probar suerte en solitario, aunque no logró el efecto esperado. Sus dos discos al margen de su banda de origen, así como su proyecto junto a Andy Rourke, constataron que Noel Hogan (principal compositor junto a la cantante en The Cranberries) imprimía el carácter que necesitaban las canciones de O’Riordan, y así, el cuarteto al completo volvió a los escenarios y al estudio de grabación para regalarnos "Roses", un disco en la línea de sus más inspirados éxitos repitiendo fórmula bajo la batuta del productor Stephen Street. Quizá ya hubiera pasado su momento, aunque The Cranberries seguían manteniendo un público fiel que estaba por encima de sus ausencias y sus cancelaciones, de sus aciertos y sus errores.
Justo en el momento de esta irreparable pérdida el grupo estaba a punto de retomar su gira europea después de presentar su último recopilatorio en clave acústica grabado junto a la Irish Chamber Orchestra y publicado el pasado mes de abril. La cantante de Limerick volvía a ponerse al frente de una banda que le amaba y de un público que le mostraba un enorme respeto y una admiración bien merecida.
Dolores O’Riordan se ha ido muy pronto. Ella fue mucho más que un icono del pop de los noventa. Una artista única, escritora de poderosas canciones, de actitud irrepetible, voz personalísima y carisma universal. Hasta siempre.