Por: J.J. Caballero
Las canciones que escribe Ricardo Lezón, como sus poemas (ha publicado un libro de versos este mismo año), siempre tienen ese punto de interés por lo íntimo, lo delicado y profundo que surge del alma de alguien aparentemente atormentado por unos sentimientos extremos. No es que los suyos sean discos para cortarse las venas, como se ha llegado a leer por ahí, pero sí que incluyen un punto melancólico que induce tanto a la reflexión y el escalofrío por lo mucho que a veces te puedes identificar con sus letras y melodías como a la esperanza y el ansia por vivir experiencias así de intensas y poder contarlas con la debida distancia. Precisamente así, "Esperanza", ha titulado el primer disco registrado bajo su nombre de pila, tras la aventura de Viento Smith en la que también llevaba la batuta creativa, y el trabajo conjunto con The New Raemon, un maravilloso "Lluvia y truenos", que anticipaban la incontinencia creativa de un compositor comprometido e implicado al máximo con su música y los procesos vitales que lo conducen a hacerla.
Lezón se retiró durante una buena temporada a un paraje rural casi inhóspito, una aldea en medio de las frías campiñas sorianas en la que apenas vive una decena de personas, para empaparse de las sensaciones que buscaba y perfilar los temas que luego lo llevarían al estudio. De estos, "La paz salvaje" cuenta una historia autobiográfica compuesta con las necesidades y anhelos de un artista siempre necesitado de amor, recuperados durante dicho retiro, en una experiencia inolvidable en boca de su autor que le sirvió para refrescar piel y huesos y poner en marcha este proyecto, sin duda uno de los más interesantes de su carrera. El líder de McEnroe se abandona al ambiente otoñal en otros momentos de recogimiento como "Ella baila" o le dedica un tema crudo, grabado en una sola toma exprimiendo el pedal de la guitarra, al lugar que lo acogió en "Noche en Noviales". Un refugio perfecto, físico para él y espiritual para los que lo escuchamos, que nos recogemos entre los preciosos arreglos de este disco para no querer salir de ahí durante bastante rato. Aunque le dedique otros bonitos versos a la ausencia y sus efectos colaterales, como hace en "El momento’ o recurra al minimalismo de "La primavera de Praga" para llevarnos de la mano hacia un momento que ni siquiera hemos vivido pero que sentimos como propio y profundamente ligado a nuestros recuerdos. Cuando alguien consigue algo así es que sabe hacer las cosas francamente bien, como esos vientos que suenan a gloria en "Chet Baker" o la balada de inspiración andaluza (parte del álbum se grabó en Sevilla, bajo la producción del solicitado Raúl Pérez) "Arena y romero", de una sobriedad absoluta. La pasión por el trabajo repercute en los grandes resultados, comprobado queda.
En la grabación lo acompañan, además del productor, las guitarras de Marc Clos, Txomin Guzmán (miembro de los muy recomendables The Fakeband) y la batería de Edu Guzmán, uno de sus lugartenientes en McEnroe; pero sorprenden los coros de su hija Jimena, fantásticos y medidos en los momentos en que sin saber por qué apetece escuchar una voz femenina secundando la suya, algo más brillante de lo habitual en esta nueva demostración de que lo suyo es algo realmente especial. Ricardo Lezón es alguien que no puede parar de escribir, componer, tocar y cantar, de expresarse en definitiva, y el paraguas bajo el que se cobije para hacerlo ha pasado a ser lo menos importante. La emoción es lo que cuenta, y en estas nueve canciones hay muchas y muy bonitas.